Impulsado por una intensa preocupación pastoral, el 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavó sus 95 Tesis a la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Ese mismo día, Lutero envió una carta al Cardenal Alberto, arzobispo de Maguncia, delineando la motivación pastoral para su ministerio de reforma. Lutero empezó la carta expresando su preocupación por su rebaño — muchos de los cuales estaban visitando al dominico, Juan Tetzel, en un intento de comprar la libertad de su culpabilidad. Él escribió: «Lamento el horrible malentendido entre la gente que proviene de estos predicadores y que esparcen por todo lugar entre la gente común. Evidentemente las pobres almas creen que cuando han comprado cartas de indulgencia están aseguradas de su salvación».[1] Luego el reformador le escribió directamente al Cardenal «¡Oh, gran Dios! Las almas encomendadas a tu cuidado, excelente padre, de esta manera están siendo llevadas a la muerte. Para todas estas almas tú tienes la más grande y cada vez mayor responsabilidad. Por lo tanto, ya no puedo permanecer más en silencio sobre este asunto».[2] Claramente, el Lutero pastor inspiró al Lutero reformador.
La motivación pastoral de Lutero para la Reforma
El Historiador John T. McNeil correctamente observa que «la Reforma Alemana tuvo su comienzo en cuestiones de la cura de las almas».[3] R. C. Sproul concuerda: «Sin duda alguna, las 95 Tesis publicadas en la puerta de la iglesia de Wittenberg, fueron escritas en latín como petición para una discusión teológica entre los miembros de la facultad de la universidad. Pero, ¿qué fue lo que impulsó su petición para discusión? En términos simples: su preocupación pastoral».[4] El Historiador Theodore G. Tappert lo explica en más detalle: Normalmente, cuando se piensa en Martín Lutero, se piensa de él como una figura revolucionaria que desafió el papado y el imperio, para reformar la enseñanza, adoración, organización y vida de la iglesia y dejar un legado perdurable en la civilización occidental. Lo que no se resalta es que además de todo eso —y por encima de todo eso— él era un pastor de almas. Por lo tanto, haríamos bien en recordar que la Reforma comenzó en Alemania cuando Lutero se preocupó por sus parroquianos que pensaban que si habían comprado cartas de indulgencia tenían la salvación asegurada».[5] Lutero sentía empatía con el temor de sus feligreses porque no mucho antes de clavar sus tesis, él había luchado personalmente con los demonios de la duda acerca de la gracia y el perdón de Dios. En sus propias palabras: «Aunque vivía como un monje sin reproche, sentía que era un pecador delante de Dios con una conciencia extremadamente perturbada. No podía creer que cualquier cosa que yo pensase, hiciese u orase pudiese satisfacer a Dios».[6] El pensar en estar cara a cara delante de un Dios santo produjo en Lutero un terror y una aprensión constante de que nunca tendría paz con Dios (lo que a veces se conoce como su anfechtungen). La búsqueda agonizante y personal de Lutero para encontrar a un Dios lleno de gracia se combinó con su cuidado pastoral por su rebaño confundido. Su biógrafo Heiko Oberman, lo describió de esta manera: Es importante entender que Lutero se convirtió en un reformador ampliamente oído y entendido porque transformó el asunto abstracto de un Dios justo en una búsqueda existencial que tenía que ver con la totalidad del ser humano, lo cual incluía el pensamiento y la acción, el alma y el cuerpo, el amor y el sufrimiento… La agitación en el alma de Lutero, que él describió como su tormento infernal, tuvo consecuencias de gran alcance. El reformador siguió por su camino peligroso, no solo como un teólogo bíblico, sino también como un ministro psicológicamente experimentando.[7] La búsqueda personal de Lutero por la gracia de Dios no solo animó su experiencia religiosa personal, sino que también motivó su plan de reforma y su trabajo pastoral de consejería.
Lutero el pastor y el ministerio personal de la Palabra
Aunque a menudo vemos a Lutero como un teólogo reformador, él se veía a sí mismo como un pastor, no solo involucrado en el ministerio de la Palabra desde el púlpito —predicando— sino también en el ministerio personal de la Palabra — aconsejando. Lutero creía que cada pastor debía ser un cuidador de almas. En sus discursos a sus estudiantes sobre Gálatas, él identificó el llamado pastoral: «Si soy un ministro de la Palabra, yo predico, yo consuelo a los quebrantados de corazón y yo administro los sacramentos».[8] Lutero nunca creó una dicotomía entre la predicación y la consejería; los dos eran ministerios centrados en el evangelio y basados en la Palabra. Lutero comunicó el mismo mensaje en su carta a Lazarus Spengler, la cual escribió el 15 de agosto de 1528. Después de hablar acerca de la administración de los sacramentos, Lutero describe el llamado y el rol del ministro de Dios: «Es igual que su obligación de predicar, consolar, absolver, ayudar a los pobres y visitar a los enfermos, todas las veces que estos servicios se necesitan y se demandan».[9]
Lutero el pastor y la suficiencia de la Escritura
Para Lutero, la suficiencia de la Escritura es igual a la suficiencia de la victoriosa narrativa del evangelio de Cristo. Él veía la Escritura y la consejería a través del lente de la cruz. En su obra La libertad del cristiano —el escrito de Lutero que más se enfoca en la aplicación del evangelio a la vida cotidiana— Lutero ofrece un resumen de cómo aplicar el evangelio: Sin embargo, puede que preguntes, «¿cuál es la palabra que da tan abundante gracia? y ¿cómo la uso?» La respuesta: «no es nada más que la predicación de Cristo en conformidad con el evangelio, hablada de tal manera que escuchaste a tu Dios hablándote. Te muestra que toda tu vida y obra no es nada delante de Dios, pero que debe perecer eternamente con todo lo que hay en ti. Cuando realmente crees que eres culpable, entonces debes verte a ti mismo en desesperación y confesar que el versículo de Oseas es verdadero, «O Israel, en ti mismo no tienes nada salvo destrucción; es en mí solamente que tienes tu ayuda». Para que puedas salir de ti mismo y aparte de ti mismo, eso es, fuera de tu perdición, Dios pone al amado Hijo, Jesucristo, delante de ti y siempre te permite ser dirigido por su palabra viva y reconfortante.[10] ¿Cómo crece el creyente en gracia? Aplicando la Palabra —la narrativa victoriosa de Cristo— a su vida. Otra vez Lutero: «De esa manera es correcto que todo Cristiano haga que su único trabajo y ejercicio sea formar la Palabra y a Cristo en ellos mismos, constantemente practicando y fortaleciendo esa fe, porque ninguna otra obra puede hacer a un cristiano».[11] Después de trabajar en los Salmos, en Romanos y Gálatas, y después de publicar sus 95 Tesis, el núcleo del desarrollo teológico de Lutero estaba completo. Otro biógrafo de Lutero, James M. Kittelson, lo resume de esta manera: Lo que faltaba era explicar el impacto de todo esto para la conducta diaria de la vida cristiana. En relación a eso la tarea primordial y suprema era la de calmar las conciencias de los fieles. Su propia conciencia había sido atormentada por el mundo religioso en el que se hizo adulto, y ahora procuraba librar a otros de esa agonía. Él empezó su camino de reforma cuando la venta de indulgencias de Tetzel contradijo sus enseñanzas como profesor y amenazó sus preocupaciones como pastor. Ahora estas mismas preocupaciones le impulsaron de nuevo a la lucha, aunque de lejos. Al explicar las consecuencias prácticas de su teología, él asumió la responsabilidad de todo lo que había dicho y hecho anteriormente.[12] En sus escritos públicos y en sus cartas privadas de consejo espiritual, «una vez más, Lutero estaba reduciendo toda la vida del cristiano a las promesas de Dios que motivaban confianza en su buena voluntad».[13] Esa promesa se hizo visible en el Cristo de la cruz, quien para siempre contesta la pregunta, «¿tiene Dios un buen corazón?». Toda la vida, el ministerio y las cartas de consejos espirituales de Lutero procuraban aplicar a la vida de cristianos fieles las verdades de la justificación y la reconciliación solo por la fe solo por medio de la gracia. En 1955 antes de nuestros debates modernos sobre si consejeros deberían integrar la revelación divina y el razonamiento humano, Tappert editó y tradujo la obra Luther: Letters of Spiritual Counsel [Lutero: cartas de consejo espiritual]. Tappert mantiene que «un análisis de la totalidad de las obras de Lutero nos demuestra claramente que su consejo espiritual no era simplemente la aplicación de técnicas externas. Era una parte esencial de su teología».[14] Él explica que en el tiempo de Lutero, las personas creían en siete rutas hacia la sabiduría para la vida diaria. Lutero rechazó la presuposición de los escolásticos medievales que la sabiduría para vivir en un mundo roto se podía conocer por medio del razonamiento o por el uso de la lógica. También negó la teoría de los místicos medievales que Dios y su voluntad se pueden conocer por medio de la auto-mortificación o el éxtasis. ¿Cuál es, entonces, la fuente suficiente para el cuidado escritural? Tappert contesta la pregunta: «Desde el punto de vista de Lutero, por lo tanto, el consejo espiritual siempre tiene que ver, sobre todas las cosas, con la fe —una fe que se nutre, fortalece, establece y se pone en práctica— y porque “la fe viene por el oír”, la Palabra de Dios (o el evangelio) ocupa un lugar central en ella». En pocas palabras, Lutero fundamentaba su teología de consejería en la suficiencia del evangelio de la gracia de Cristo. La meta de la consejería de Lutero, «no es hacer que las personas hagan ciertas cosas —ayunar, hacer un peregrinaje, convertirse en monje, hacer “buenas obras”, incluso recibir el sacramento— más bien es lograr que las personas tengan fe y que ejerciten el amor que viene de la fe». Tappert lo explica de forma concisa: «El ministerio a las almas afligidas es un ministerio del evangelio».[15]
La narrativa victoriosa del evangelio es suficiente para vivir en nuestro mundo caído
Nada de esto era teórico para Lutero. Él vivía y respiraba la Escritura para su vida. Este era el testimonio de Lutero: «Ningún estudio me agradaba como el de la Sagrada Escritura. La leí diligentemente y la grabé en mi memoria. A menudo un solo pasaje de gran peso e importancia ocupaba mis pensamientos todo el día».[16] Y en otro sitio: «Durante ya muchos años he leído la Biblia dos veces al año. Si te imaginas la Biblia como un poderoso árbol y cada palabra como una pequeña rama, yo he sacudido cada una de estas ramas porque quería saber qué era y cuál era su significado.[17] Lo que era verdad en la vida de Lutero también lo era en su ministerio de consejería. En una carta a Henning Teppen, Lutero recomienda la Sagrada Escritura como el único verdadero consuelo en tribulación. Aplaudiendo «el gran conocimiento de las Escrituras» de Teppen, Lutero lo dirige a Pablo: Tienes al apóstol quien te muestra un jardín, o un paraíso, que está lleno de consuelo, cuando dice: «Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza». Aquí él atribuye a la Sagrada Escritura la función de consolar. ¿Quién puede atreverse a buscar o pedir consuelo en algún otro lugar?[18] ¿Hay alguna declaración más clara de la suficiencia de la Escritura para la consejería? Lutero también veía la Escritura como suficiente para luchar contra la tentación: «Nada ayuda más poderosamente contra el diablo, el mundo, y la carne, y todo pensamiento malvado, que ocuparse en la Palabra de Dios, conversando acerca de ella, y contemplándola». Él continúa: «Nota cómo, incluso, el primer Salmo alaba como bienaventurado a aquel que “medita día y noche en la ley”. Sin duda alguna, no podrás quemar un incienso más fuerte o más fragante contra Satanás que involucrarte en los mandamientos y las palabras de Dios, y hablando, cantando y pensando en ellas». La misma Escritura también es suficiente para dudas espirituales y para auto-consuelo. Lutero escribe: «Aprendamos, por lo tanto, en grandes y horribles terrores, cuando nuestra conciencia no siente nada salvo el pecado y juzga que Dios está enojado con nosotros, y que Cristo ha apartado la mirada de nosotros, a no seguir el sentimiento de nuestro corazón, sino de asirnos a la Palabra de Dios». Esa misma Palabra es útil para consolar a otros: «Así que, también trabajamos por medio de la Palabra de Dios para librar a aquellos que están atrapados y guiarles a la doctrina pura de la fe y mantenerles ahí».[19]
Conclusión
La iglesia siempre ha estado involucrada en el trabajo de ayudar a las personas adoloridas y endurecidas. Lutero no inventó la consejería pastoral; él la reformó. Él aplicó el evangelio al dolor diario y a las luchas espirituales de su rebaño, y al hacerlo reformó la teología y la consejería pastoral, todo ello debajo de la cruz.
Nota del editor: Este artículo es parte de la Revista 9Marcas publicada por el ministerio 9Marks. Puedes adquirir la Revista impresa . También puedes descargarla gratuitamente directamente del sitio en internet es.9marks.org. Este artículo fue traducido por David Velásquez. [1] Lutero, Luther’s Works [Las obras de Lutero], vol. 48, “Letters I” [«Cartas I»], 46. [2] Ibid. [3] McNeil, A History of the Cure of Souls [Una historia de la curación de las almas], 163. [4] Sproul, The Legacy of Luther [El legado de Lutero], 280. [5] Tappert, Luther: Letters of Spiritual Counsel [Luther: cartas de consejo espiritual], 13, énfasis añadido. [6] Lutero, Luther’s Works [Las obras de Lutero] , Vol. 34, “Career of the Reformer IV” [«La carrera del reformador IV»], 336. [7] Oberman, Luther [Lutero], 151, 179. [8] Lutero, Commentary on Galatians [Comentario sobre Gálatas], 21, énfasis añadido. [9] Lutero, Luther’s Works [Las obras de Lutero], Vol. 49, “Letters II” [«Cartas II»], 207, énfasis añadido. [10] Lutero, The Freedom of the Christian [La libertad del cristiano], en Krey, Luther’s Spirituality [La espiritualidad de Lutero], 72. [11] Ibid., 73. [12] Kittleson, Luther the Reformer [Lutero el reformador], 168-169. [13] Ibid., 149. [14] Tappert, Luther: Letters of Spiritual Counsel [Lutero: cartas de consejo espiritual], 14. [15] Ibid., 15, énfasis añadido. [16] Ibid., 18. [17] Lutero, Luther’s Works [Las obras de Lutero], Vol. 54, “Table Talks” [«Conversaciones de mesa»], 165. [18] Luther, Luther’s Works [Las obras de Lutero], Vol. 49, “Letters II” [«Cartas II»], 161, énfasis añadido. [19] Lutero, Commentary on Galatians [Comentario sobre Gálatas], 333, 126.