El tiempo es un recurso finito. No hace falta una gran argumentación científica para darnos cuenta que con el pasar de los días envejecemos. En lugar de ser renovados físicamente, cada hora que vivimos nuestros cuerpos se van desgastando y nuestro tiempo en esta tierra se va desvaneciendo.
El cuidado del tiempo era de crucial importancia para la iglesia del primer siglo (Ef 5:15-16), al igual que lo debería ser para los creyentes de hoy. Aprender a manejar bien nuestro tiempo es una disciplina con un valor incalculable que abarca cada área de nuestra vida. Por este motivo, es mi intención proporcionar algunos principios que te ayuden a ser sabio en el uso de tu tiempo, de modo que al hacerlo glorifiques a Dios.
Cuida tu andar
Efesios 5:15 comienza diciendo, “por tanto, tened cuidado cómo andáis”, la idea que transmite el lenguaje original es el de “mirar cuidadosamente”, “mirar con exactitud” es por eso que la RVR1960 lo traduce como “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis”. Lo que Pablo enfatiza es la necesidad de una disciplina continua. Este cuidado en nuestro andar no sucede por acto de la casualidad o por un accidente. Si realmente buscamos manejar bien nuestro tiempo, primeramente, debemos prestar atención a la manera en que conducimos nuestra vida.
Es necesario evaluar nuestro andar ya que sin darnos cuenta podemos estar cediendo ante la corriente de este mundo (Pr. 16:18; 1 Co. 10:12). Como padres de familia y líderes en el hogar recordemos que tenemos una mayor responsabilidad de pastorear a los nuestros. De manera que debemos permitir que otros vean que nuestra delicia está en meditar en la Ley del Señor y no en andar en la senda de los impíos cuyo fin es la muerte (Sal 1). ¿Anhelas cuidar tu andar? Es necesario que la Palabra de Dios sea esa lámpara a tus pies y lumbrera en tu camino (Sal. 119:105).
Ahora te invito a meditar en tu vida espiritual. ¿Cómo estás cuidando tu alimentación espiritual? Para lograr conducir tu andar de manera piadosa en esta tierra es necesario ser alimentado con la Palabra del Señor (1P 2:2). Nuestro premio no es una medalla, no es un reconocimiento de este mundo, sino que nuestra corona está en los cielos (1Co 9:24-25). Así que al mirar y contemplar nuestra esperanza eterna conduzcamos nuestras vidas priorizando todo aquello que nos ayude a vivir vidas que glorifiquen a Dios.
Corrige tu pensar
Es interesante como Pablo continúa explicando y describe la manera en la que debemos cuidar nuestro andar. La descripción de nuestro caminar es “no como insensatos, sino como sabios” (Ef. 5:15b). Una persona insensata o necia es aquella que no tiene un discernimiento correcto. Es decir, adolece de la capacidad para evaluar sus pensamientos y decisiones de una manera bíblica. Recuerda que el discernimiento es la torre de control de tu mente. De la misma manera que una torre de control concede el permiso para la llegada y salida de aviones en un aeropuerto, un discernimiento adecuado nos permitirá evitar que lleguen pensamientos que no son correctos delante de los ojos de Dios. En otras palabras, como creyentes nuestro discernimiento debe entrar en acción ya que hemos muerto a esa vida de albergar pensamientos, ideas o recuerdos que nos alejen de aquello que agrada a Dios (Ef 2:1-3).
Es necesario guardar nuestros pensamientos para la gloria de Dios. La sabiduría de este mundo es desplegada en cada esquina y tu mente es bombardeada constantemente con esta influencia. ¿Qué es lo que vas a hacer para evitar ser afectado? Nuestro llamado es a no conformarnos a la sabiduría humana de manera que renovemos nuestra mente (Ro 12:2). Nuestra prioridad es alinear nuestros pensamientos de manera que armonicen con aquello que es verdadero, justo y agradable a Dios (Fil 4:8). Piensa un momento, si pudiéramos examinar lo que está en tu mente, ¿qué es lo que veríamos?
Conduce tu vivir
Finalmente, Pablo concluye la oración al decir “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef 5:16). La razón por cual es tan necesario aplicar una disciplina continua en el uso de nuestro tiempo es debido a la maldad que impera en el mundo. El diablo es quien cegó el entendimiento de los hombres y dirige todo aquello que se opone a las verdades de Cristo (2 Co 4:4, Ef. 2:2). Precisamente el apóstol Pedro describe al diablo como un “león rugiente” con el propósito de dejar en claro la firmeza y el cuidado que como creyentes debemos tener de nuestra vida (1 Pe. 5:8-9).
La vida del creyente debe ser guiada en santidad (Heb 12:14; 1P 1:15-17). Nuestra conducta y palabras deben armonizar con el llamado que tenemos como hijos de Dios. Es por eso que, priorizar la madurez espiritual es vital para nuestras vidas. ¿De qué manera es que podemos procurar nuestro crecimiento espiritual? Entendiendo la importancia de la Palabra y la iglesia local (Ef 4:11-16). Aprovechar bien el tiempo nos lleva a comprometernos con nuestra iglesia local (Heb 10:24-25). Es precisamente en ese contexto donde podemos servirnos los unos a los otros y ponemos al servicio del prójimo los dones que el Señor nos ha dado (Ro 12:6-8; 1P 4:10-11). ¿Están viendo otros tu compromiso con tu iglesia local?
Recuerda que como ciudadanos del cielo nuestra vida no se deleita ni camina bajo el ritmo que toca esta sociedad (Fil 3:20). Nuestra conducta debe distinguirse por mostrar amor, compasión, perdón, gozo, bondad y mansedumbre que proviene de la obra de Dios en nuestra vida (Ga 5:22-24). ¿Cómo hemos de conducir nuestra vida? Sosteniendo firmemente la Palabra de vida de manera que resplandezcamos como luminares en un mundo entenebrecido (Fil 2:15-16). Si nuestro anhelo es sacar el mayor aprovecho de nuestro tiempo en esta tierra, debemos afirmar nuestra vida en la Palabra de Dios y de esta manera resistir firmes contra las asechanzas del enemigo (Ef. 6:11).
Conclusión
El fin de todas las cosas se acerca y el llamado del apóstol Pedro es a vivir vidas santas y piadosas (2P 3:11). Estemos alerta, despiertos, velando al saber que la venida de nuestro Señor está cercana (1Ts 5:6). Vigilemos con firmeza nuestra vida y la de nuestras familias de manera que no permitamos que las prioridades de este mundo se infiltren en nuestro hogar.
Es mi deseo que las palabras de Jonathan Edwards resuenen en nuestros corazones como un recordatorio del compromiso al que somos llamados: “Resuelvo nunca perder un momento de mi tiempo, sino mejorarlo de la manera más provechosa posible”. No te preocupes por el tiempo que ya no puedes recuperar. No hay nada más que puedas hacer por aquello que ya pasó. Enfócate en los días por venir. Anda en sabiduría. Recuerda, cuida tu andar, corrige tu pensar y conduce tu vivir de manera que aproveches cada segundo de tu vida para glorificar a Dios.