Cada día que pasa me convenzo más de la importancia de considerar nuestros días, el momento que Dios nos regala, con toda nuestra atención. Es un desafío para nuestra generación hiperconectada que cada vez batalla más por enfocarse y estar en verdad presentes. Escribí sobre esto por primera vez cuando mi hija terminaba el tercer grado y su hermano estaba en lo que llamamos pre-kindergarten. Hoy ella es estudiante universitaria y él está en primero de secundaria. No puedo negar que el solo hecho de pensarlo por momentos me provoca un nudo en la garganta. Esa rara combinación de alegría, asombro y añoranza. Cuando miro a los hijos adolescentes que ahora ya son más altos que yo y que en ocasiones tienen que explicarme cómo usar una aplicación o ponerme al día con frases de su generación, quisiera regresar en el tiempo, cuando mi hijo era pequeño y lo cargaba, lo llenaba de besos y lo dormía con una canción. Regresar a jugar con muñecas y disfraces de princesas, o a tardes de verano donde construíamos con sábanas lugares imaginarios o coloreábamos con acuarelas. Quisiera tener un botón de pausa para detener el momento en el correr implacable del tiempo. Pero ya sabemos que no es posible, porque somos limitados, Dios nos hizo para un espacio definido en el hilo de su historia. Supongo que algo semejante debe haber estado en el corazón del salmista cuando, inspirado por Dios, escribió: «Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Sal 90:12). Mamá de niños pequeños que miras al reloj y los días parecen interminables, la vida debajo del sol es breve, increíblemente fugaz. Es imposible luchar contra el reloj porque no se detiene. En cierto modo, nuestros hijos son un préstamo que el Señor nos hace por tiempo limitado pues un día dejarán del nido. Los momentos que vivimos son regalos de Dios, incluso cuando los vivimos con interrupciones.
¡No me interrumpas!
—Mami, ¿puedo hacer una tarea de recortar? —Mami, alcánzame la tijera. (Suena el teléfono, pero no contesto para poder terminar mi proyecto pendiente.) —Mami, ¿dónde están los palitos para tocar el tambor? Mami se levantó de su asiento, proyecto terminado, y fue al cuarto de lavar para buscar los útiles de limpieza y poner manos a la obra. —Mami, ¿te puedo ayudar con eso? —Mami, quiero hacer burbujas… (Vuelve a sonar el teléfono.) Mami quería conversar con Dios y entrecerró la puerta del baño. Se escuchan unos pasitos. —Mami, mami, mami… Es una historia real, sucedió en mi casa hace muchos años. Aunque ahora al recordarlo parece un monólogo, era un diálogo. Mis respuestas fueron en su mayoría «no», «ahora no puedo». Otras respuestas fueron meras acciones: buscar la tijera, revisar la caja de juguetes en busca de los palitos; y, por supuesto, la consabida «no interrumpas ahora que mamá está ocupada». Entre dientes, me quejaba por las interrupciones. Cuando nuestros hijos son pequeños, llueven las interrupciones. ¡Tantas que ni siquiera puedes sumirte en tus propios pensamientos! Y nuestro corazón egoísta a menudo se ofusca, se frustra y molesta porque una interrupción es poner a otra persona en primer lugar. Eso sucedió aquel día y entonces, me di cuenta. Llegaría un momento, más rápido de lo que podía imaginar, en que nadie me interrumpirá para pedirme tijeras, palitos o simplemente para saber qué estoy haciendo. Tuve que arrepentirme de mi egoísmo y necedad al no reconocer lo importante por encima de lo que me parecía urgente. Mamá joven que lees este artículo, sé que muchas veces te sientes abrumada entre pañales, deberes escolares, juguetes desordenados, ropa por lavar y mucho más, quisieras presionar el botón de adelantar y llegar a otro tiempo de la historia. Pero lo cierto es que estos días no volverán y también es cierto que hay un momento para todo, como sabiamente escribió el autor de Eclesiastés: «Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo» (1:1). Este es el tiempo que ahora Dios te ha dado para enfocar tu atención en la tarea de la maternidad. Con esto no quiero decir que es la única tarea, sino que esta ahora es de suma importancia. Hoy los niños ocupan la mayoría de tus minutos y segundos, pero en un abrir y cerrar de ojos, volarán. Y el tiempo precioso que tenías para sembrar e influir en sus vidas en gran manera ya no será más. El tiempo, como todo lo demás, le pertenece a Dios y cuando lo pone en nuestras manos también tenemos el deber de administrarlo sabiamente. No podemos regresar al pasado, no podemos viajar al futuro, solo tenemos el presente. Por eso, si eres mamá de niños pequeños, o en cualquier otra etapa de la vida en la que te encuentres, oro para que estas palabras encuentren un camino a tu corazón y Dios las use allí. Oremos todas para que el Señor nos ayude a contar nuestros días de modo que traigamos al corazón sabiduría.