Los pecados que atormentan nuestras almas

Ningún pecado es demasiado grande para Dios. Pensar que Él no puede perdonar lo que hemos hecho lo reduce a nuestra medida.
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Hay ocasiones en las que todos experimentamos momentos en los que nuestros recuerdos nos llevan de vuelta a algún pecado o error del pasado. Y cuando ese recuerdo aparece en nuestra mente, nos sentimos incómodos, nos ruborizamos, sentimos la vergüenza de nuevo. Esto rara vez sucede con los pecados que consideramos menores: estos suelen desaparecer rápidamente de nuestra memoria y son olvidados. Más bien, sucede con los pecados que consideramos importantes. Estos son los que atormentan nuestras almas, que hieren nuestros corazones, que nos mantienen despiertos durante la noche. Estos son los que nos hacen preguntarnos si realmente hemos sido perdonados y si realmente podemos ser perdonados.

Siempre me sorprende lo propenso que soy a tratar a Dios como si fuera simplemente una versión más grande de mí mismo. Me asombra cuántas veces pienso en Dios como si fuera un hombre, solo que más grande. Como seres humanos, tendemos a categorizar las cosas en términos de grande y pequeño: hay rocas lo suficientemente ligeras como para levantarlas y otras demasiado pesadas, problemas que podemos resolver fácilmente y otros que nos parecen imposibles, cuentas que podemos pagar y otras que están más allá de nuestros medios. 

 Como seres humanos, tendemos a categorizar las cosas en términos de grande y pequeño. / Foto: Envato Elements

Pero si pensamos en Dios en esos términos, estamos malinterpretando radicalmente Su naturaleza. Dios existe fuera de estas categorías de capacidad y habilidad. No es ni grande ni pequeño, ni pesado ni ligero, ni imposible ni solucionable. A Sus ojos, ningún pecado es realmente grande o pequeño. Algunos pueden tener mayores implicaciones o ramificaciones, algunos pueden tener consecuencias más nefastas y provocar una reacción más expansiva. Pero para Dios no es más difícil tratar un pecado que otro, perdonar el asesinato que el odio, perdonar la blasfemia que la murmuración. No es más difícil para Él perdonar un pecado de omisión que de comisión, un pecado de impulso que un pecado cuidadosamente planeado y deliberadamente ejecutado. 

Una vez que Dios ha perdonado nuestra pecaminosidad, no tiene que luchar para perdonar nuestros pecados. Una vez que ha tratado con nuestra obstinación, nuestra rebelión, nuestros corazones muertos y miserables, no necesita luchar para encontrar el deseo o la determinación para perdonar nuestras transgresiones individuales. Ningún pecado es mayor que la pecaminosidad y ningún acto de depravación es mayor que un corazón muerto y depravado.

Una vez que Dios ha perdonado nuestra pecaminosidad, no tiene que luchar para perdonar nuestros pecados. / Foto: Lightstock

Si crees que un pecado es más difícil de perdonar para Dios que otro, lo degradas. Si crees que un determinado pecado es demasiado grande para que Dios lo perdone, lo disminuyes. Si crees que tienes la capacidad de hacer algo tan grave que Dios no pueda lidiar con ello, te has hecho demasiado grande y a Dios demasiado pequeño. Lo has reducido a la imagen de un hombre.

Por eso, cada vez que sientas la tentación de recordar esos pecados que consideras graves, al preguntarte si Dios podría perdonar plenamente esas transgresiones, harías bien en mirar un poco más atrás, hasta la cruz. Mira atrás para ver al Hijo de Dios abriendo la brecha entre la tierra y el cielo, entre tú y el Padre. Míralo cargando no solo con el peso de tus pecados, sino con el peso de tu pecaminosidad, no solo con tus actos de rebeldía, sino con tu corazón rebelde, tu voluntad rebelde, tu naturaleza depravada y caída. Mira atrás para verle perdonando no solo lo que has hecho sino quién eres, no solo el fruto malo sino la raíz podrida. Mira atrás y verás, mira atrás y adorarás, mira atrás y creerás.


Publicado originalmente en Challies.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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