Hay un viejo chiste de iglesia que dice más o menos así:
Una vez un hombre metió a un perro y un gato en una jaula juntos como experimento, para ver si podían llevarse bien. Lo lograron, así que luego el hombre metió un pájaro, un cerdo y una cabra. Ellos también se llevaron bien después de unos ajustes. Luego metió a un bautista, un luterano, un presbiteriano y un pentecostal dentro, y ¡después de apenas unos minutos no quedaba ni una sola criatura viva!
Aunque gracioso, es demasiado cierto que, cuando juntas a cristianos, habrá conflictos. Más allá de las diferencias denominacionales, en congregaciones locales, donde la mayoría está de acuerdo en aspectos doctrinales, aún pueden surgir preferencias personales, opiniones y actitudes que deshacen la unidad en lugar de preservarla. Todos podemos ser culpables de crear una ley espiritual en donde no hay una ley bíblica o, en un esfuerzo por abrazar nuestras libertades cristianas, podemos ser culpables de ostentar nuestra libertad. En todo momento, la oportunidad de dividirnos se presenta (incluso se vende) a sí misma con apariencia de una piedad más profunda y un estatus más elevado con Dios, solo para dejarnos en los escombros de la división.
La unidad es difícil de lograr en la fe cristiana, pero es importante para cumplir con nuestro llamado, y es alcanzable, sin importar las diferencias secundarias que tengamos, siempre y cuando todos en la familia de Dios caminen dignamente de la manera en que fueron llamados (Ef 4:1). Es más fácil decirlo que hacerlo, pero eso no cambia nuestro objetivo, ¿verdad?
Después de establecer un fundamento rico en el evangelio en los primeros tres capítulos de Efesios, el apóstol Pablo comienza a decirle a la iglesia cómo deben vivir a la luz del hecho de que la gracia de Dios los había cambiado. El orgullo, las facciones y el interés propio dominaban su forma de pensar anterior. Ahora, después de que el Espíritu Santo había comenzado a habitar en sus corazones, debían vivir su fe en sumisión a Dios, no a sus propios impulsos carnales. ¡Esta nueva forma de vivir conduciría a la unidad!
Basado en lo que Pablo escribe en Efesios 4:2-3, aquí hay cuatro características que fomentarán el tipo de unidad que todo creyente (y pastor) desea en su iglesia local:
1. Humildad
Pablo dice que vivir de una manera digna de su vocación incluiría caminar “con toda humildad” (Ef 4:2a). La humildad significa “modesto o sencillo” y es una idea completamente cristiana. Los griegos y romanos celebraban la arrogancia y el orgullo. La humildad era vista con desdén como debilidad. Algunos lingüistas incluso dicen que no había una palabra para “humildad” en el idioma griego, así que es probable que Pablo tuviera que inventar una, y así comenzó a difundirse la idea de humildad cristiana. La humildad fue modelada por Jesús mismo. Pablo escribe en otro lugar:
No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:3-8).
Jesús tenía la gloria del cielo, nunca tuvo forma humana, estaba por encima de todos nosotros y era verdaderamente Dios. Viene a la tierra y toma forma humana, sin dejar de ser Dios, pero humillándose al hacerse hombre. Luego pone un velo a la totalidad de Su gloria, limitándose al punto de que, aunque podría haber destruido a todos los enemigos, haber tomado venganza en cada momento, vaporizado a todos los que se le oponían y resuelto cada disputa y luchando en Su santa guerra como una deidad igual a Dios Padre, no hizo nada de eso. En cambio, no consideró Su igualdad con el Padre como algo a qué aferrarse, sino que el Cristo se sometió al Padre voluntariamente para poder redimir a los pecadores a través de una muerte humilde, vergonzosa y brutal en la cruz.
Por el ejemplo de Cristo, debemos someter cada ambición, cada respuesta de lucha o huida, cada decisión, cada palabra y cada pensamiento a un filtro: “¿Se parece esto a mi Señor?”. Ese enfoque fomentará la unidad.
2. Mansedumbre
Luego Pablo dice: “Y mansedumbre” (Ef 4:2b). La mansedumbre es una palabra griega que tiene una correlación muy cercana con “docilidad y gentileza”. Esto significa ser cortés y considerado hacia los demás, y es una cualidad cristiana muy importante porque, si no somos gentiles, terminamos viviendo y relacionándonos con otros como una bola de demolición, destruyendo y derribando en lugar de construir. La mansedumbre en la vida de Cristo se parecía a la fuerza bajo control. Jesús poseía una columna vertebral de acero y un corazón suave. Para un cristiano, la mansedumbre no es debilidad, aunque el mundo vea a las personas dóciles como felpudos pasivos que nunca hacen que suceda nada, cuando en realidad la persona gentil sigue siendo activa y decidida, pero la forma en que actúa es sabia, bondadosa y como la de Cristo. No son un elefante en una cacharrería, chocando contra todo para lograr el resultado final. La gentileza es importante porque resulta útil al tratar con el pecado, que es un problema común en la iglesia, pues ¡humanos pecadores están allí! Gálatas 6:1 nos recuerda: “Si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.
Un cristiano no debe ser una espina que pincha, sino un bálsamo suave que sana. Incluso si la verdad duele, los resultados son sanidad y pureza. La mansedumbre está ligada al llamado que Cristo ofrece a los pecadores que buscan encontrar paz en todos los lugares equivocados, solo para terminar abrumados por la destructiva carga del pecado. Él dice:
Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas (Mt 11:28-29).
¿Eres conocido por ser manso? ¿La gente en la iglesia quiere acudir a ti para admitir debilidades, confesar pecados, buscar sabiduría y encontrar ánimo? ¿Nos abstenemos de vengarnos, incluso cuando tenemos la oportunidad de aplastar a alguien? ¿Solo porque podríamos satisfacer nuestra alma con venganza, lo hacemos? Siempre me siento condenado por lo que Chuck Swindoll dijo una vez: “Podemos tener razón, pero no necesitamos ser desagradables al respecto”. Eso es la mansedumbre. Piensa en un semental salvaje que ha sido domado, pero que aún tiene espíritu, lucha y determinación para correr. El semental está esculpido, es feroz y fuerte, pero corre donde el Maestro dirige y solo corre cuando el Maestro dirige. Una iglesia mansa hace temblar al diablo porque somos fuertes, pero disciplinados y difíciles de seducir por sus trampas divisivas y sus planes malvados.
3. Paciencia
Efesios 4:2c también incluye “con paciencia”. Esta es la palabra griega makrothumia y es “un estado de tranquilidad continua mientras se espera un resultado”. Es lentitud para reaccionar; implica resistencia y tener paciencia en circunstancias desafiantes. Este tipo de actitud es clave para la unidad en la iglesia porque nos hace menos reactivos hacia los demás. Es difícil ofender a una persona paciente. La paciencia está vinculada frecuentemente a la fe y la confianza en el Señor. Por eso muchos de los héroes de la fe fueron pacientes, incluso cuando enfrentaron desafíos, se cometieron pecados contra ellos o no obtuvieron inmediatamente todo lo que querían.
- Noé construyó un arca durante 120 años mientras todos se burlaban de él y no cayó ni una gota de lluvia.
- José soportó décadas de dificultades antes de gobernar sobre Egipto.
- David fue ungido mucho antes de convertirse en rey, y luego fue atacado por su predecesor Saúl cuando estaba camino al trono.
- Dios fue paciente con nosotros: en lugar de darnos lo que merecemos como pecadores, Él es paciente, lento para la ira, y nos ha adoptado como Sus propios hijos amados.
¿Confiamos en el Señor cuando cometen pecados contra nosotros? ¿Confiamos en Él durante las temporadas de espera? ¿Somos rápidos para quejarnos por nuestras preferencias, o consideramos lo que Dios nos está enseñando? Cuando Dios no sigue nuestro cronograma o cuando otros no cumplen con nuestras expectativas, ¿golpeamos el pie y señalamos nuestro reloj, exigiendo que las cosas se hagan según nuestro cronograma o a nuestra manera? A los cristianos se nos llama a ser pacientes porque enfrentaremos desafíos. Dios nos hará crecer a través de pruebas y seremos maltratados, engañados, atacados o malentendidos a lo largo de nuestras vidas. La paciencia es clave para seguir a Cristo y fomenta la unidad, pues en lugar de culpar a otros o reaccionar en nuestros propios momentos de espera frustrada, confiamos en el Señor y aceptamos Su tiempo.
4. Tolerancia en amor
Finalmente, Pablo escribe: “Soportándose unos a otros en amor” (Ef 4:2d). Soportarse unos a otros en amor no es pasar por alto la verdad; es seguir amando, sirviendo y cuidando a alguien que a veces te molesta, te desagrada o te decepciona con sus decisiones. El amor es tan importante para la unidad porque cuando nuestros sentimientos nos llevan a decisiones precipitadas o palabras duras, el amor nos mantiene centrados.
Colosenses 3:14 dice: “Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad”. El amor es el pegamento que mantiene unido el cuerpo. La humildad fluye del amor, la mansedumbre fluye del amor, la paciencia fluye del amor y la tolerancia hacia otros fluye del amor. No puedes tener ninguna de estas características si no tienes amor. Por eso Pablo oró para que los efesios estuvieran “arraigados y cimentados en amor” (Ef 3:17), conocieran el amor de Cristo y fueran llenos de él.
Armados con estas características, los creyentes deben vivir “esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4:3). Esto significa que debemos ser fervientes y dispuestos a preservar la unidad que ya ha sido proporcionada a través de la cruz de Cristo.
Cuando los creyentes caminan de manera digna del llamado con el que han sido llamados, la unidad siempre es el resultado, porque Dios ha diseñado a Su cuerpo para funcionar de esa manera.
Este artículo se publicó originalmente en For The Gospel.