¿Por qué hablar sobre la sabiduría de los Padres de la iglesia? La respuesta es sencilla: ellos tienen mucho que enseñarnos en cuanto al tema de la sabiduría. Por lo tanto, mi interés en este capítulo es que después de leerlo, se tenga una buena compresión sobre la sabiduría en la era de los Padres de la iglesia, y que, de este modo, se entienda cuan relevantes siguen siendo los postulados de estos hombres en este tiempo que suele ignorar el pasado. Por la brevedad de espacio, nos concentraremos en dos figuras, quienes son representativos de este período de la iglesia.
La sabiduría según Juan Crisóstomo
Pablo escribe a la iglesia en Corinto sobre el tema de la sabiduría de Dios y la del mundo:
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1Co 2:1-5).
Este pasaje establece la diferencia entre la sabiduría de Dios y la sabiduría de los hombres, mostrando que la última está basada en elocuencia y competencia retórica, algo a lo cual los Padres renunciaron porque Pablo mismo renuncio a ello. Pablo resolvió (como también los Padres) considerar la tradición filosófica griega-romana como vana y en oposición al evangelio de Jesucristo. Por ejemplo, en relación con este pasaje, el elocuente y respetado teólogo, obispo de Constantinopla de la Escuela de Antioquia, Juan Crisóstomo (347-407), escribió que Pablo “… había enseñado la sabiduría de Dios, en que por medio de lo que parecía ser una tontería, destruyó la filosofía de los gentiles; había demostrado que la ‘necedad de Dios es más sabía que los hombres’; había enseñado que no sólo enseñaba por personas no enseñadas, sino que también elegía a personas no enseñadas para aprender de Él”.
Crisóstomo insiste que Pablo había llegado a Corinto con la determinación de no basar su predicación en la gran elocuencia ni la sabiduría humana, común a los gentiles; sino en el poder, predicando al Cristo crucificado. Crisóstomo contrasta esta sabiduría de la siguiente manera:
Por lo tanto, la expresión, ‘Decidí no saber nada’, se habló en contraposición a la sabiduría que está fuera. ‘Porque no vine tejiendo silogismos ni sofismas, ni diciéndoos nada más que ‘Cristo fue crucificado’’. De hecho, tienen diez mil cosas que decir, y con respecto a diez mil cosas que hablan, terminando largos cursos de palabras, enmarcando argumentos y silogismos, componiendo sofismas sin fin. Pero vine a vosotros diciendo otra cosa que ‘Cristo fue crucificado’, y a todos ellos les superé: que es una señal como ninguna palabra puede expresar del poder de Aquel a quien predico.
Crisóstomo le llama a la sabiduría del mundo «ignorancia» porque hace vana la cruz de Cristo.
La sabiduría según Agustín de Hipona
En las confesiones de San Agustín (354 ‒ 430), famoso teólogo y filosofo cristiano, notamos el mismo énfasis por Cristo como la máxima sabiduría dada a los hombres. En su libro sobre confesiones, él narra un episodio en primera persona cuando apenas tenía 19 años sobre la relación de sabiduría de los filósofos del mundo con la de Dios. Agustín había descubierto un libro de filosofía de Cicerón llamado “Hortensio” (45 a. C.), en el cual Cicerón, uno de los más grandes filósofos y retóricos romanos argumenta que la búsqueda de la filosofía es la mejor empresa a la cual el hombre puede darse. Sin embargo, Agustín escribe su confesión de la sabiduría en términos cristológicos diciendo:
Estudié libros de elocuencia, en los que estaba ansioso por ser eminente desde un propósito condenable e inflado, incluso un deleite en la vanidad humana. En el curso ordinario del estudio, iluminé cierto libro de Cicerón, cuyo lenguaje, aunque no su corazón, casi todos admiran. Este libro suyo contiene una exhortación a la filosofía, y se llama Hortensio. Este libro, en verdad, cambió mis afectos, y dirigió mis oraciones a Ti mismo, oh Señor, y me hizo tener otras esperanzas y deseos. Inútil de repente se convirtió en toda vana esperanza para mí; y, con una increíble calidez de corazón, anhelaba una inmortalidad de sabiduría, y comencé ahora a surgir para poder regresar a Ti.
En el primer párrafo de este mismo libro sobre confesiones, Agustín comienza con una dulce invocación a Dios, exaltando la sabiduría de Dios pues había descubierto una manera mejor de pensar, no como los filósofos del tiempo, sino como un cristiano. Agustín, con una nota sobre la sabiduría (sapientia) dice en su oración: “Grande Tú, oh, Señor, y grandemente digno de ser alabado; grande es Tu poder, y de Tu sabiduría no tiene fin”. En el mismo párrafo, él prosigue con las palabras celebres, “porque Tú nos has formado para Ti mismo, y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentran descanso en Ti”. Agustín reconoce que ese descanso del alma se encuentra solamente en Cristo: “Oh Señor, mi fe te invoca, esa fe que me has impartido, que has soplado en mí a través de la encarnación de Tu Hijo, a través del ministerio de Tu predicador”.
Con estas declaraciones, Agustín se separa de los filósofos y centra su sabiduría en Dios a través de Cristo, uno de los temas más dominantes en la teología agustiniana. Esta perspectiva teológica agustiniana impactó a los teólogos medievales. Además, Agustín entendía la sabiduría en tres dimensiones: Dios, Cristo y la humanidad. Quinn argumenta que a pesar de que la sabiduría pudiera gozar de otros ingredientes la “sapienciología” agustiniana se profundiza y madura en relación con su cristología. Él escribe:
La sabiduría vive en el centro de la infraestructura intelectual de Agustín como el Cristo encarnado, manteniendo unida toda la realidad visible e invisible. En virtud de este lugar central, la sabiduría condimenta todo el pensamiento de Agustín relacionado con cada doctrina mayor y menor en sus enseñanzas. No se detiene en el nivel de la doctrina, sino que también invade la praxis cristiana como se ve, por ejemplo, en su énfasis en el amor a Dios y al prójimo y en su énfasis en la virtud.
Conclusión
Se puede decir que para los Padres de la iglesia la esencia de la sabiduría era un asunto cristológico, bíblico y práctico. Ellos hablaban de la sabiduría en términos cristológicos. Para ellos, la sabiduría era una persona, Jesucristo pues ellos creían que en él reside corporalmente la plenitud de la divinidad. Para ellos no era un simple conocimiento sobre Dios, sino una relación con Dios a través de Cristo que nos lleva a amar a Dios íntimamente.
Por último, no podemos ignorar que la sapienciología de los Padres tiene que ver con amar a Dios y al prójimo. El fin de la sabiduría de los Padres era doxológico, buscando maximizar la gloria de Dios en toda Su existencia. Pero también, la sabiduría es un asunto práctico que impacta el conocimiento, la justicia, la familia, la virtud y la fe.