Abraham, toma a tu hijo: luchando con la perturbadora prueba de Dios

En este artículo, Jon Bloom expone tres razones que explican por qué la petición de Dios sobre el sacrificio de Isaac fue un acontecimiento único e irrepetible.
Foto: Basada en un grabado de Gustave Doré

Cualquiera que lea la Biblia de principio a fin encontrará pasajes que perturban profundamente, al menos a quien preste atención. Y cuanto más en serio se toma uno la Biblia, más perturbadores pueden ser esos pasajes.

Esto me lo recordó hace poco una ferviente creyente, madre de niños pequeños, que me contó algo que le preocupaba desde hacía tiempo. Recordando el relato de Génesis 22, en el que Dios ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac, se preguntaba algo inquietante: “Si Dios pudo ordenar a Abraham que hiciera algo tan espantoso y brutal para poner a prueba su fe, ¿no podría Dios ordenarme a mí que hiciera lo mismo?”.

Es una buena pregunta, sobre todo para un cristiano que se toma en serio la Biblia como Palabra inspirada e inerrante de Dios. Por supuesto, esta madre no es ni mucho menos la primera a la que le preocupa el mandato de Dios a Abraham, aunque la mayoría no lo exprese por miedo a parecer loco. Pero no es una pregunta descabellada. Puesto que Dios ordenó una vez a un padre que quitara la vida a su hijo con su propia mano, ¿por qué deberíamos suponer que no volvería a hacerlo? Esa pregunta merece una respuesta.

Así que, por el bien de otros que se han sentido igualmente preocupados, y para ayudarnos a todos a considerar cuidadosamente cómo abordar los relatos perturbadores de las Escrituras, compartiré con ustedes las tres razones que di a esta madre preocupada para explicar por qué el acontecimiento Abraham-Isaac fue único e irrepetible.

Algunos pasajes o relatos de la Biblia pueden parecernos algo perturbadores. / Foto: Envato Elements

Singularidad histórico-cultural

Si observamos el conjunto de las Escrituras, es importante notar que cuando Dios se comunica con los seres humanos, lo hace dentro de su contexto histórico-cultural, de su marco de referencia reconocible. Esto es cierto incluso cuando comunica cosas que ellos aún no entienden. Así pues, tratemos de considerar el mandato de Dios a Abraham dentro de su marco de referencia histórico-cultural reconocible:

Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: “¡Abraham!” Y él respondió: “Aquí estoy”. Y Dios dijo: “Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te diré” (Gn 22:1-2).

Marco de referencia extraño

Para nuestros oídos del siglo veintiuno, esto suena terriblemente extraño. Claro que sí. A diferencia de Abraham, nuestras creencias y valores, los marcos de referencia que solemos dar por sentados, no se forjaron en las culturas de la Edad de Bronce del antiguo Cercano Oriente.

Lo que es crucial recordar es que cuando Dios llamó a Abraham en Mesopotamia, el único marco religioso que habría conocido estaba conformado por las creencias y rituales paganos imperantes en Cercano Oriente. Casi todo el mundo en esta región creía que sus dioses a veces requerían sacrificios humanos para demostrar la devoción de los adoradores o para conceder alguna gran petición. Lo daban por sentado, igual que nosotros damos por sentado que los sacrificios humanos son moralmente aborrecibles. Si tú y yo hubiéramos vivido en aquella época, probablemente habríamos asumido que el sacrificio humano era a veces necesario.

Ahora, no estoy abogando por el relativismo moral. No estoy diciendo que los sacrificios humanos de la época de Abraham no fueran realmente aborrecibles (lo eran). Tampoco estoy diciendo que la orden de Dios a Abraham implique que Dios aprobaba tales sacrificios en aquel entonces (no lo hacía, y explicaré por qué en un momento). Lo que digo es que cuando Abraham escuchó la orden de Dios, lo hizo a través de filtros histórico-culturales muy diferentes a los nuestros. Hasta ese momento, es probable que Abraham diera por sentado, como todos los que le rodeaban, que la Deidad a la que adoraba podía exigir un sacrificio humano.

Al observar las Escrituras, notamos que Dios se comunica con los seres humanos dentro de su contexto histórico-cultural y marco de referencia. / Foto: Lightstock

Cuando todo cambió

Así que, con fe en que el Juez de toda la tierra haría lo que es justo (Gn 18:25), en que Dios no rompería Su promesa del pacto respecto a Isaac, incluso si eso significaba resucitar de entre los muertos a su hijo sacrificado como un cordero (Heb 11:17-19), Abraham hizo el angustioso viaje al monte Moriah y, obedeciendo la terrible orden de Dios, empuñó el cuchillo. Entonces recibió la conmoción más bendita de su bendita vida:

Pero el ángel del SEÑOR lo llamó desde el cielo y dijo: “¡Abraham, Abraham!”. Y él respondió: “Aquí estoy”. Y el ángel dijo: “No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada. Porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único”. Entonces Abraham alzó los ojos y miró, y vio un carnero detrás de él trabado por los cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo (Gn 22:11-13).

Ese fue el momento en que todo cambió. Dios intervino para detener un sacrificio humano y ofreció en su lugar un sacrificio sustitutivo. Esto inauguró un cambio de paradigma tan masivo que las tribus hebreas se convirtieron en las únicas entre sus vecinos del Cercano Oriente que no realizaban sacrificios humanos, excepto durante los periodos en los que el sincretismo pagano infectaba y contaminaba su culto, algo que Dios aborrecía y condenaba repetidamente (2R 16:1-3; Sal 106:35-38; Jer 19:4-6).

Así pues, si consideramos el acontecimiento del monte Moriah desde una perspectiva histórico-cultural, podemos ver por qué fue único y no debe repetirse. A través de la perturbadora orden de Dios a Abraham, una orden que Abraham habría reconocido culturalmente, Dios estaba orquestando un abrupto y dramático cambio de paradigma sacrificial: el Dios de los hebreos no exige a Sus adoradores que sacrifiquen a sus hijos, sino que les proporciona sacrificios sustitutorios aceptables para Él. Este cambio de paradigma fue tan revolucionario que ahora, cuatro mil años después, la mayoría de la gente en todo el mundo ve el sacrificio humano como moralmente aborrecible.

En el relato de Génesis, que narra la prueba de fe de Abraham, Dios interviene para detener un sacrificio humano y ofrece un sacrificio sustitutivo. / Foto: Getty Images

Unicidad tipológica

Otro aspecto crucial de las Escrituras es que después del acontecimiento Abraham-Isaac, Dios nunca volvió a exigir tal cosa, ni a Abraham ni a ninguno de sus descendientes biológicos o espirituales. Esto se debe a dos razones importantes que ponen de relieve la singularidad histórica del acontecimiento.

Primer, como la persona que Dios eligió para ser el fundador de esta nueva fe, Abraham estaba llamado a encarnar y ejemplificar el tipo de fe que agrada a Dios: una fe en la fidelidad de Dios para cumplir Sus promesas del pacto a pesar de las circunstancias que parezcan contrarias (ver Ro 4; Ga 3; Heb 11:8-10).

Segundo, cuando Dios dispuso un sacrificio sustitutivo para Isaac, pretendía que fuera una prefiguración tipológica del plan salvífico de Dios en Cristo: Dios mismo proporcionaría el sacrificio definitivo y consumado de Su Hijo único “de una vez para siempre” (ver Heb 7-10). Abraham parece haber hablado proféticamente más allá de su entendimiento cuando, en respuesta a la pregunta de Isaac sobre el sacrificio, dijo: “Dios proveerá para sí del cordero para el holocausto, hijo mío” (Gn 22:8).

Otro aspecto crucial de las Escrituras es que después del acontecimiento Abraham-Isaac, Dios nunca volvió a exigir tal cosa, ni a Abraham ni a ninguno de sus descendientes biológicos o espirituales. / Foto: Lightstock

Unicidad teológica

Esto nos lleva a la tercera razón por la que el acontecimiento Abraham-Isaac fue único, la razón última por la que no debemos temer que Dios nos exija un sacrificio ritual de ningún tipo, humano o animal: Jesús fue el sacrificio que puso fin a todos los sacrificios. Como “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29), Jesús fue el último sacrificio que Dios ofreció. Y a diferencia de Isaac, Jesús fue sacrificado voluntariamente. Él dijo:

Yo doy Mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de Mi Padre (Jn 10:17-18).

Puesto que ahora “hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una vez para siempre” (Heb 10:10), Dios no exige ni desea más sacrificios rituales (Heb 10:5-6).

Ese es el significado teológico de por qué, en la providencia de Dios, Él finalmente eliminó el templo de Jerusalén en el año 70 d. C., poniendo fin a su sistema de sacrificios, y desde entonces lo ha hecho esencialmente imposible de restablecer debido a la mezquita en el Monte. Y es por eso que, a medida que la influencia del cristianismo se ha extendido por todo el mundo, la gran mayoría de la gente ha llegado a ver el sacrificio humano ritual como moralmente aborrecible,  e incluso, el sacrificio de animales es cada vez más raro.

Pensar y orar juntos

La Biblia contiene muchos contenidos inquietantes. Exige mucha reflexión por parte de sus lectores serios.

Pero ninguno de nosotros es tan sabio y culto como para resolverlo todo por sí solo. Cada uno de nosotros es demasiado limitado y débil y tiene demasiados puntos ciegos. Por eso Dios dio la Biblia a Su iglesia. Por eso estoy agradecido al querido santo que estuvo dispuesto a hacerme esta difícil y tierna pregunta, permitiéndome compartir algunas ideas, la mayoría de las cuales he recogido de otros que a su vez han recogido de otros.

El acontecimiento Abraham-Isaac en Génesis 22 es comprensiblemente inquietante, especialmente para los lectores occidentales del siglo veintiuno, tan alejados de la época y la cultura en que ocurrió. Puede parecer que Dios hizo pasar a un hombre por una prueba innecesariamente cruel solo para poner a prueba su fe. También puede hacer que nos preguntemos si podría hacernos lo mismo a nosotros.

Pero ver que hay mucho más en esta historia de lo que parece a primera vista me ha animado a tener cuidado con presumir demasiado al leer otros relatos bíblicos inquietantes que parecen arrojar una luz sospechosa sobre el carácter de Dios. Me recuerda que el camino hacia la comprensión a menudo implica cuestionar en oración mis propias suposiciones, poner en oración el duro trabajo de pensar, y buscar en oración la ayuda de otros santos, pasados y presentes, que han hecho lo mismo.


Publicado originalmente en Desiring God.

Jon Bloom

Jon Bloom sirve como autor, parte del directorio, y co-fundador de Desiring God y ha publicado tres libros. Not by Sight (2013), Things Not Seen (2015), and Don’t Follow Your Heart (2015). Él vive en Twin Cities con su esposa, Pam, sus cinco hijos, y su travieso perro.

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