La Pascua: expectación y esperanza

Saber que Dios hizo siempre, exactamente lo que prometió, debe llenarnos de expectación y esperanza.

Egipto, hace aproximadamente 3,400 años… El Señor dijo a Su pueblo que esa sería una noche de liberación. Que comieran el cordero sacrificado y marcaran con la sangre del sacrificio los dinteles de sus puertas. Ellos, los que el imperio más poderoso de la tierra había tratado de aniquilar, verían la mano liberadora del Señor. Esa era la promesa que había recibido el pueblo de Israel. Eso era lo que Moisés había anunciado. 400 años de esclavitud seguramente habían hecho mella en el ánimo y en el pensamiento de los israelitas. Pero allí están, comiendo un cordero con hierbas amargas, el calzado en sus pies, los lomos ceñidos, listos para partir. En muchos corazones, seguramente hay dudas. ¿Será cierto que Dios hará esto? ¿Seremos realmente libres al fin? Y entonces, la promesa y el anuncio de Dios producen expectación, pero una expectación mezclada con otras sensaciones. Dios ha hecho una promesa, quieren creer que la cumplirá, pero la duda y la confusión son inevitables. En dos sentidos. ¿Realmente sucederá? ¿Cómo ha de ser esto? De este lado de los hechos, más de 3,000 años después, sabemos que el Señor liberó ciertamente de la tierra de esclavitud a Su pueblo, haciendo maravillas y llevándolos a la tierra que Él había prometido a sus padres. Jerusalén, Israel, hace aproximadamente 2,000 años… Mientras se acerca el día en que el Señor Jesús será entregado y muerto, es el mismo Señor el que anuncia lo que ha de acontecer. Es necesario que así sea. Y le dice esto a Sus discípulos en varias ocasiones. Y, sin embargo, ellos tampoco alcanzan a entender qué es lo que Dios ha de hacer, y cómo es que esto va a suceder. Pedro, por ejemplo, cuando el Señor anuncia que es necesario que Él sea entregado al padecimiento en manos de los escribas y fariseos, le dice que ni se le ocurra hacer eso (Mateo 16:22). Es más, ¿no lo vemos resistirse a la llegada de los soldados romanos? (Juan 18:10-11). Pedro no es el único confundido. El Señor es arrestado y los discípulos se dispersan. El Señor muere y ellos no saben qué hacer. Y se llenan de temor e incertidumbre. ¿Y ahora? ¿Cómo sigue esto? Y el domingo, la tumba está vacía. Las mujeres lo anuncian, pero ellos no saben qué pensar. Y el Señor se encarga de que no haya duda. Él está vivo. Él ha cumplido Su promesa. Él ha completado la misión que vino a realizar. Los planes de Dios se cumplen, siempre. Y apenas unas semanas más tarde, esos discípulos confundidos y temerosos, anuncian con firmeza y convicción que el Señor Jesús murió para salvar a los pecadores, pero que ese mismo Jesús resucitó, venciendo a la muerte. Es decir, comienzan a anunciar las buenas nuevas, el evangelio. Nosotros, hoy… Sabemos lo que sucedió en el plano histórico y espiritual hace 2,000 años. En esa cruz, el Hijo de Dios, estaba tomando nuestro lugar, y cargando sobre sí nuestro pecado. Eso es lo que conmemoramos estos días (algunos con más énfasis que otros). Me gustaría que pensemos juntos en un posible significado de la pascua para hoy, para nosotros. Israel recibió la promesa de liberación. Las circunstancias no eran las adecuadas. Era difícil pensar en liberación con una nación diezmada y esclavizada. Pero, justo en el peor momento llegó Moisés a decirles que Dios ha escuchado su lamento y ha decidido darles libertad. Puedo pensar en dos posibles reacciones. La primera, la incredulidad. Esto no es posible. Y la segunda, es la expectativa. ¿Será que Dios hará esto? Y, entonces, nace la esperanza, pero una esperanza llena de preguntas. ¿Cómo hará Dios esto? Quizás les gustaría conocer los planes de Dios con detalle, pero no siempre es así. Los discípulos vivieron una situación similar. Jesús anunció Su padecimiento. Les dijo que era necesario que así sea. Pero no alcanzaban a entender los planes de Dios. Y cuando los hechos comenzaron a sucederse, su reacción fue el temor y la confusión. Dios eligió un pueblo. Dios nos dio un Salvador. Dios nos prometió hacernos parte de Su Reino eterno y perfecto. La resurrección del Señor Jesús es un anticipo de nuestra propia resurrección en la gloria de ese Reino. Hay un capítulo más en la historia de la redención. Un capítulo lleno de promesas. Jesús regresará. Él juzgará a los hombres. Él hará un cielo y una tierra nuevos. Él enjugará nuestras lágrimas y pondrá fin al dolor y al sufrimiento. Viviremos con Él por la eternidad. Saber que Dios hizo siempre, exactamente lo que prometió, debe llenarnos de expectación y esperanza. Él prometió liberar a Su pueblo y llevarlos a la tierra que les había prometido. Lo hizo. Él prometió dar Su vida por nosotros y vencer al pecado y la muerte. Lo hizo. Él prometió venir por nosotros e instaurar un Reino lleno de Su Gloria. Lo hará. La Pascua es realidad presente, porque la muerte y resurrección de nuestro Señor nos permitieron dejar de ser enemigos de Dios para ser Sus hijos. La Pascua es también una garantía de que las promesas del Señor se cumplen. Mirar a mi Señor en la cruz, y celebrar Su victoria sobre la muerte me llena de gozo, de gratitud, de reverencia. Y produce en mí expectación, y esperanza. (Romanos 8:24-25)

Sebastián Winkler

Sebastián Winkler

Adrián Sebastián Winkler, argentino, sirve en la Iglesia Bautista de Lincoln, Buenos Aires, Argentina. También escribe el devocional «Gracia y Sabiduría» junto a su familia, y es el director de traducciones en «Volvamos al Evangelio». Además, es profesor de Literatura y está cursando un diplomado en Biblia y Teología en el Instituto de Expositores de Argentina (IDEAR). Adrián disfruta mucho la música, leer, pasar tiempo al aire libre, hacer cosas con sus manos y, sobre todo, compartir lo que el Señor le enseña a través de su Palabra. Contribuyó como escritor en El orgullo, Dominio propio y La sabiduría, está casado con Karina y tienen dos hijas: Julia y Emilia.

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