La maternidad es aplicación

Si tuviera que elegir una palabra para describir la maternidad usaría la palabra transformación.
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Si tuviera que elegir una palabra para describir la maternidad usaría la palabra transformación. Un día ocupado para una madre produce millones de transformaciones.  Niños sucios son limpiados, niños hambrientos son alimentados, niños cansados pueden ​​descansar. Casi todas las tareas que una madre realiza en el transcurso de un día normal pueden ser consideradas como una transformación. Ropa sucia que lavar, hijos infelices que pacificar, neveras vacías que llenar. Cada día luchamos contra el desorden, la suciedad, el hambre y el desenfreno. Algunos días llegamos a estar cerca de lograrlo. Y entonces, mientras dormimos, todo se deshace y empezamos de nuevo la transformación en la mañana. Poco a poco los días se suman hasta que llega una gran transformación. El bebé de tu vientre ha crecido hasta convertirse en un pequeño niño, el lactante se ha convertido en un valiente montando bicicleta y la silla de niños que se usaba en el automóvil se ha quitado para que los hermanos y hermanas puedan sentarse. Luego está el tipo de transformación que generamos, no porque hayamos trabajado en ella, sino porque fuimos creadas para hacerlo. Comes tu almuerzo y el cuerpo transforma esos alimentos en el sustento para el bebé que se está desarrollando en ti. Siendo el proceso de transformación físico tan milagroso como es, el ciclo de la alimentación espiritual es mucho más importante, y al mismo tiempo poco considerado. La maternidad cristiana es un ciclo constante de alimentación, tanto física como espiritual que trae transformación.

Nosotros aplicamos lo que creemos

De la misma manera que nuestros cuerpos toman los alimentos que consumimos y los convierte en algo que un bebé puede comer, así nuestras almas toman de lo que creemos acerca de Dios, del evangelio, de la fe y de la vida para aplicarlo en cualquier situación – incluso aquellas situaciones que parecen no tener nada de espiritual. Imagínate en tu cocina tratando de hacer la cena para un grupo de niños pequeños que están cansados ​​y que debieron haber comido hace media hora. Imagina que las cosas se ponen peor de lo que van, porque quizás te quedaste sin algo que asumiste que tenías, tus hijos se están quejando unos con otros y el más pequeño está parado sobre tus pies y halándote el pantalón. (Si estás usando pantalones de maternidad, suma a toda esta escena la posibilidad de que esta pequeña personita baje tus pantalones – porque sí es capaz de hacerlo). Tienes calor, estás cansada y estás harta de esto. Este no es un momento para presentar el evangelio, no hay tiempo, nadie te prestará atención. No hay quien pueda mantener la cordura en medio de esto, porque todavía estás batallando para poner la cena sobre la mesa. Este no es un momento para explicar el evangelio, sino que es una oportunidad para aplicar el evangelio. Esta es una ocasión para tomar de la gracia que Dios te ha dado y alimentar a tus hijos con ella. Este es un momento para aplicar lo que crees acerca de la misericordia, la bondad y paciencia que Dios tiene hacia nosotros y derramarla sobre tus pequeños de tal manera que ellos te crean. Al igual que un bebé que llora por su leche, en tiempos turbulentos como estos tus hijos necesitan ser alimentados. Lo que ellos necesitan es leche espiritual. Ellos necesitan que los alimentes, no con una lectura, sino con la aplicación de ese conocimiento. Aplicar el evangelio aunque tengas un niño pisándote los pies produce transformación.

Tú tienes todo lo necesario

La maternidad está llena de momentos difíciles. Los pañales se ensucian incluso cuando estás comprando en la tienda y tienes tantas cosas en el carrito que no puedes simplemente salir huyendo. A los niños les da ganas de vomitar en el auto y tú te orillas en la carretera preguntándote cómo podrás limpiar aquel desastre con solo la mitad del paquete de toallitas húmedas. Cuando llegan los momentos difíciles las creencias no son suficientes. Debes aplicar lo que crees. La buena noticia es que no necesitas graduarte de algún campo elite de entrenamiento para madres para poder aplicar el evangelio en tu vida. Tú necesitas creer. Confía en Dios, da gracias, ríe, cree y eso alimentará a tus hijos. Descansa en Dios y tus hijos aprenderán a descansar en Dios. Derrama sobre ellos de la bondad que Dios ha derramado para ti. Perdónalos de la misma manera que Dios te perdonó a ti. Tienes todo lo necesario para nutrir espiritualmente a tus hijos porque tienes a Cristo. El evangelio no es sólo un tema para hablarlo el domingo por la mañana mientras estás usando ropa limpia y los niños lucen impecables. El evangelio no se limita a los momentos de tranquilidad y meditación. El evangelio es algo que aplicar mientras te encuentras casi de cabeza en la parte trasera del automóvil tratando de abrochar el cinturón de uno de tus hijos el cual está sonando el silbato y al mismo tiempo necesitando que le limpien la nariz. Dios no está ausente durante esos momentos. Él está enseñándonos, guiándonos y refinándonos a cada momento. Él quiere que apliquemos su hermoso evangelio en nuestras acciones. Él quiere vernos alimentar a nuestros hijos con la gracia que Él nos ha dado.

Imitemos el evangelio

Por supuesto que de este lado del cielo no haremos nada de manera perfecta. Palabras duras serán pronunciadas, la paciencia se agotará, madres enojadas actuarán enojadas. Y cuando esto sucede, nuestro pecado no disminuye el poder del evangelio sino que ilustra el por qué lo necesitamos. No utilices tus errores como una razón para quedarte ahí, revolcándote por ser una mala madre. Arrepiéntete, pide perdón, haz lo correcto y sigue adelante. Cree y sé perdonada. Luego, extiende ese perdón, esa creencia y esa alegría a tus hijos. A medida que avanzas en tus transformaciones diarias, afirma tu corazón en la verdad. Imita el evangelio en lo que haces. Trae paz, orden, alegría y risa. Trae gracia porque a ti fue entregada. Da gracia porque a ti fue dada. El evangelio no es tan grande que no aplique a situaciones menores; más bien es demasiado grande como para dejar de ser aplicarlo.


Este artículo corresponde al primer capítulo del libro «Suficientemente Madre» publicado en español por Desiring God y Soldados de Jesucristo. Puedes adquirirlo en forma física en amazon o en sus versiones digitales gratuitamente aquí.

Rachel Jankovic

Rachel Jankovic (@LizzieJank) es esposa, ama de casa y madre de seis hijos. Ella es autora de dos libros: Loving the Little Years: Motherhood in the Trenches [Amando los pequeños años: la maternidad en las trincheras] (2010) y Fit to Burst: Abundance, Mayhem, and the Joys of Motherhood [A punto de estallar: abundancia, alboroto y las alegrías de la maternidad] (2013). Ella escribe en el blog feminagirls.com.

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