La mayoría de los presbiterianos conocen el nombre de Samuel Miller (1769-1850) por su trabajo como miembro de la facultad del antiguo Seminario de Princeton (1812-1929).[1] Desafortunadamente, Miller a menudo es eclipsado por otros hombres de su época, especialmente por sus colegas en el departamento de teología de Princeton, como Archibald Alexander (1772-1851), Charles Hodge (1797-1878) o B. B. Warfield (1851-1921). Los historiadores del presbiterianismo estadounidense han dejado la impresión general de que los dogmáticos impactaron de manera más significativa al seminario y a sus estudiantes que Miller u otros profesores en diferentes disciplinas teológicas. Sin embargo, en realidad, Miller desempeñó un papel fundamental en el seminario: el de enseñar a los estudiantes ministeriales cómo predicar. Sin duda, en cuanto a la influencia en la iglesia local, esta resulta ser una de las cátedras más significativas del seminario. ¡Miller desempeñó esta función durante treinta y cinco años y formó a aproximadamente 1600 estudiantes ministeriales![2]
¿Qué enseñaba exactamente a sus estudiantes? Afortunadamente, Miller preservó meticulosamente los manuscritos de sus treinta conferencias sobre la predicación, que se conservan en los Archivos de la Biblioteca del Seminario Teológico de Princeton.[3] Sin embargo, desafortunadamente, estos no están fácilmente disponibles a menos que se haga un viaje a Nueva Jersey. Por esa razón, comenzando con este ensayo, transmitiremos algunas enseñanzas de las conferencias de Miller que parecen ser relevantes, desafiantes y útiles para los predicadores modernos. En este ensayo, consideraremos lo que Miller enseña sobre la importancia de la predicación.
En sus conferencias homiléticas, Miller abarca una amplia gama de temas, incluyendo una historia de la predicación junto con todos los aspectos técnicos de la entrega. Sin embargo, antes de hacerlo, Miller recordaba a sus estudiantes de teología la centralidad del púlpito en el ministerio cristiano. Podríamos resumir esta parte de su conferencia bajo tres encabezados.
1. La importancia de la predicación para el propósito del seminario
Miller comienza su conferencia instando a sus alumnos a recordar que la razón misma de la existencia del seminario y la razón por la que asistían a tal institución teológica era “para que puedan estar debidamente capacitados para predicar el evangelio eterno”. Este principio general informa al estudiante de tres maneras.
Primero, esto significa que cada rama de estudio debe contribuir a este propósito. El antiguo Princeton requería cursos avanzados en los idiomas bíblicos, teología exegética, sistemática y polémica, historia de la iglesia, así como política eclesiástica. Sin embargo, según Miller, el aprendizaje de estas habilidades y la finalización de estos cursos tenían como objetivo facilitar este propósito general: predicar el evangelio de Cristo.
Segundo, esto significa que el sermón no está destinado a ser una exhibición de aprendizaje, talento o habilidad retórica. Los púlpitos no son plataformas para el yo, sino para Cristo. Estas habilidades avanzadas y conocimientos están destinados, tercero, a exhibir “más clara, hábil, afectuosa y poderosamente, la verdad tal como es en Jesús”.
2. La importancia de la predicación en la labor del ministro
Miller sostenía: “Esta es la gran y trascendental labor en la que deben pasar sus vidas, y para la cual sus logros deben estar subordinados al desempeño hábil y fiel”. Además, añade: “Permítanme suplicarles que recuerden que la predicación es la parte más eminente e importante del trabajo de un ministro”. Existen muchas otras responsabilidades como la catequesis, las visitas, la participación en los tribunales de la iglesia o los esfuerzos sociales, pero nada supera el trabajo del púlpito. Esto es enfatizado tanto por Jesús como por los apóstoles. Miller confirma esto refiriéndose a Marcos 16:15, 1 Corintios 1:17, Hechos 6:2, 4, y Gálatas 3:8. Luego ofrece una última razón por la cual el pastor debe considerar su rol de predicador tan significativo.
3. La importancia de la predicación para la salvación y el consuelo del pueblo de Dios
Miller resume la importancia de la predicación para Su pueblo de la siguiente manera:
En pocas palabras, reunir a los hombres en asambleas y dirigirse a ellos sobre las grandes verdades del evangelio, a través de la voz del maestro viviente, es la gran ordenanza de Dios para la conversión del mundo. A Dios le ha placido “por la necedad de la predicación salvar a los que creen”. “La fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios”. Ningún otro modo de dirigirse a la humanidad puede sustituir la necesidad de esto. Hay vida y poder en ello, cuando se acompaña de la energía salvadora del Espíritu Santo, como toda la historia ha demostrado de manera sorprendente.
Al recordar a estos pastores y estudiantes ministeriales la importancia de la predicación, Miller tenía la intención de reorientar sus estudios y labores hacia este enfoque singular. Nosotros también podemos ser propensos a la distracción. Quizás también necesitamos reorientar nuestras responsabilidades. Si hemos sido llamados por Dios a este oficio, de entre las muchas cosas que estamos llamados a hacer, ninguna es más importante para nuestra labor y para el bien de las almas que la proclamación fiel de Su Palabra. Además, estas reflexiones deben inspirar una sobriedad y reverencia adecuada que acompañe al predicador en su trabajo. Él les insta:
Confío en que lo han hecho [subir al púlpito] con algo del sentido sincero de la solemnidad y la responsabilidad que se asocian con ello, que debería llenar las mentes de aquellos que se presentan como portadores de un mensaje de misericordia para los hombres rebeldes.
Aquel que no sube al púlpito con temblor, debe tener una “ligera impresión, en verdad, de la infinita importancia del mensaje que lleva”.
Aquellos que hemos predicado durante un largo período de tiempo deberíamos ser particularmente conscientes de esto. Nos vendría bien recordarnos regularmente la importancia de esta tarea para que no tengamos una visión “ligera” del púlpito, y para que subamos al púlpito con la debida sobriedad y reverencia en oración. Que Dios bendiga nuestros púlpitos al darles el lugar de prominencia adecuado.
Este artículo se publicó originalmente en Gospel Reformation.
Referencias y bibliografía
[1] La biografía autorizada de Samuel Miller fue escrita por su hijo, Samuel Miller, The Life of the Samuel Miller, D. D., LL.D: Second professor in the Theological Seminary of the Presbyterian Church, At Princeton, New Jersey [La vida de Samiel Miller, D. D., LL.D: El segundo profesor en el Seminario Teologico de la Iglesia Presbiteriana, en Princeton, Nueva Jersey] (Filadelfia: Claxton, Remsen, and Haffefinger, 1869). En lo sucesivo y en ensayos posteriores se citará como LSM. También puede consultar mi artículo: Samuel Miller: El fundador y moldeador olvidado del antiguo Princeton, The Journal of Presbyterian History 91, no.1 (Primavera, 2013).
[2] Ver Peter Wallace y Mark Noll, The Students of Princeton Seminary [Los estudiantes del Seminario Princeton], 1812-1929: A Research Note [Una investigación], American Presbyterians 72 (1994): 203-215.
[3] The Samuel Miller Manuscript Collection [La colección de manuscritos de Samuel Miller]. Colecciones Especiales, Biblioteca del Seminario Teológico de Princeton, caja 8 carpeta 26. En lo sucesivo SMMC. Para aquellos que no tienen acceso al material archivado, para nuestro beneficio, algunos de estos han sido publicados en la obra reciente de James M. Garretson, An Able and Faithful Ministry: Samuel Miller and the Pastoral Office [Un ministerio capaz y fiel: Samuel Miller y el oficio pastoral] (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage, 2014). Sin embargo, solo incluye transcripciones de algunas de las 30 conferencias.