Hace unos años, Mario Vargas Llosa publicó un interesante ensayo titulado, “La civilización del espectáculo”. En esta obra el autor peruano razonaba que en el mundo de hoy la cultura imperante ha sido reducida a la diversión y al espectáculo.Por lo tanto, argumentaba el escritor, a las personas se les ha privado de la posibilidad de pensar analítica e individualmente. Para el Premio Nobel de Literatura, el individuo de hoy se encuentra aborregado y, en su sumisión ante la cultura imperante, asume que el valor intrínseco de las cosas viene determinado por criterios únicamente comerciales, donde aquello que no vende no tiene ningún valor para el hombre. Eso explica por qué en la sociedad de hoy todo se trivializa, y las personas rechazan todo aquello que conduce al aburrimiento, la angustia y la perturbación; mientras se persigue como valor superior todo lo que es ligero, fácil y positivo, aun no conduzca a la verdad. Por eso, nos encanta escuchar a Oprah Winfrey, leer a Paulo Coelho y participar de fiestas “raves”, donde se baila en oscuridad, “se escucha música trance y se vuela gracias al éxtasis” (39). Básicamente, vivimos como el niño que solo quiere la burbuja del entretenimiento y el juego, y cuando escucha o ve algo que le desagrada, cierra los ojos, se tapa los oídos y comienza a gritar: ¡no, no, no, no, no! Lamentablemente, como en diversas etapas de la historia, muchas iglesias han asumido mucho de la cultura, reflejando más el sentir del mundo que el sentir de Cristo. Tanto en América Latina como en el contexto hispano en Estados Unidos, vemos cómo la ‘sociedad del espectáculo’ ha permeado las fibras de cientos de congregaciones. Solo debemos observar la estructura de los cultos o la predicación de los pastores. Por ejemplo, hoy día, en muchos casos la música es lo más importante y extenso en el culto. La música es el centro de los servicios evangélicos. Y en muchos casos, funciona como el “rave” en el mundo secular. Se enfatiza más la emotividad que las letras que están supuestas a expresar verdades bíblicas. Es un tipo de ‘adoración’ que busca proveer a las personas de lo que ellas quieren. Es el resultado de un “cristianismo” donde la atención está centrada en el hombre y no en el Dios soberano del universo, al cual debemos obedecer, adorar, glorificar, disfrutar y amar. Pero no es solo en la música que vemos la “iglesia del espectáculo,” también lo vemos en la predicación. La predicación hoy día ha sido reducida a un mensaje terapéutico-motivacional. Una predicación donde Cristo no es el centro y héroe de cada pasaje bíblico, sino donde personajes bíblicos han pasado a ser meras ilustraciones –donde David derrotando a Goliat se convierte en la persona derrotando a los gigantes en su vida. Es muy diferente a una iglesia donde la predicación es entendida como la solemne responsabilidad de repartir el Pan de Vida que encontramos en la Biblia, a través del cual se alimenta al rebaño de Cristo. El deterioro de la predicación acompañado por una cultura de espectáculo, en ocasiones, da la triste impresión de que algunos de los predicadores son inconversos, diciendo representar a un Dios que no conocen. Como decía Richard Baxter, ¡cuán trágico es morir de hambre teniendo el pan de vida en las manos! La cultura del espectáculo en las iglesias también se refleja en la desaparición del púlpito dentro de los lugares de adoración. Por ejemplo, en las iglesias católicas romanas el lugar de donde se expone la Biblia está en un lado del salón y el centro lo ocupa “la mesa de la eucaristía” –eso es lo más importante para ellos. En las iglesias evangélicas enraizadas en la Biblia, así como cuando los reformadores, el centro lo ocupa el púlpito porque desde ahí se expone la Palabra que da vida a los muertos y sostiene y alimenta a los vivos. En la “iglesia del espectáculo”, en el centro hay un gran espacio donde se puede desarrollar el entretenimiento del momento. Esta influencia de la cultura en la iglesia no es nueva. Ejemplos encontramos a través de la historia y en la Biblia misma. Por ejemplo, algo similar ocurrió con la iglesia en Laodicea (Ap. 3:14-22). La iglesia se había convertido como la ciudad misma: arrogante y opulenta. Confiando en sus riquezas materiales, se había hecho pobre. Había abandonado al Cristo exaltado y creía no tener necesidad de nada porque entendía tenerlo todo. Y Cristo le dice: arrepiéntete de tu pecado y ven a mí que llamo a tu puerta (v.19-20). ¡Oh iglesia del espectáculo! Arrepiéntete del pecado de la banalidad y de querer darle al mundo lo que el mundo quiere. Enfoca tu atención y esfuerzo en exaltar con fidelidad la Palabra de Dios. Ama al mundo no dándole lo que quiere, sino dándole lo que necesita: a Cristo Jesús. Publicado primeramente en Entre los tiempos