Hay días en los cuales me doy palmadas por realizar un buen trabajo y días que solo lloro por reconocer que soy débil e incapaz en mis fuerzas y habilidades. Días me justifico y días me avergüenzo por no ver resultados que quiero y cuando quiero. Días culpo y días pido perdón. ¿Te ha pasado?
Identidad
Lentamente, hacemos del rol de madre nuestra identidad y prioridad. ¡Claro! Tenemos vidas de las que somos responsables; sin embargo, antes de ser madres, somos hijas de Dios por la fe en Cristo. Dios nos bendijo con toda bendición espiritual y estamos completas en la obra de Cristo en nuestro lugar. Todo lo que nos identifica delante de Dios está lleno de la vida de Cristo y las bendiciones que Él nos ha dado. Si recordamos que primero somos hijas, resolveremos nuestras tareas cotidianas a raíz de esto. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:3-7). Algo importante de nuestra identidad, es que está enraizada en que Dios nos hizo suyas desde antes de la fundación del mundo. Nos escogió y eso nos da un sentido de pertenencia en la construcción de nuestra identidad. Esta es una verdad que necesitamos recordarnos los días que nos damos esa palmada y los días donde nos echamos a llorar. Nuestra identidad se ve amenazada por nuestro pecado, el de otros y las situaciones adversas. En nuestro hogar, diariamente nos enfrentamos a respuestas hirientes, berrinches, desobediencias y también buenas calificaciones, besos, abrazos y lindos detalles; pero nada de eso nos define como buena o mala madre. Somos definidas por lo bueno que Cristo ha hecho, podemos responder en gracia, paciencia, y cuando nos equivocamos podemos pedir perdón y restaurar.
¿Cómo llevas esto a la práctica?
Tus hijos son tu prójimo. Ellos están en el camino de entender su identidad, su seguridad y pertenencia, como tú. Eres parte importante del mapa de sus vidas. Los alientas en la Palabra, les modelas que dependes de Dios cuando te equivocas y cuando tomas decisiones. Quizás te tocará repetir una y otra vez las mismas verdades o las mismas instrucciones, pero es lo mismo que Dios hace con nosotras. Tus hijos son de Dios, Él te los ha dado como un regalo hermoso, pero también como instrumentos de santificación, por tanto, son tus primeros discípulos. Evita compararte con otras mamás, evita comparar a tus hijos. No te desanimes en momentos difíciles, no te coloques estándares a los que Él no te ha llamado, sino que cuida tu mente y corazón meditando en Su Palabra para afirmar tu identidad en el rol de madre, para Su Gloria.
Obras
Cristo nos ha salvado por Su obra. Nos ha limpiado, apartado y adoptado por el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:9). Como madres tendemos a la masiva actividad, para recibir algo o por reconocimiento. Erramos cuando ponemos la esperanza en el buen comportamiento de nuestros hijos, y erramos cuando esperamos que otros nos agradezcan la labor que hacemos. Si estamos completas en Él, no necesitamos nada externo que nos satisfaga o complete. Todo lo que recibamos es por gracia, y lo que no recibimos también es por gracia. Es por Su obra perfecta que estamos en los lugares celestiales con Cristo. Nosotras respondemos en humildad, mansedumbre y paciencia con nuestros hijos porque somos hechura de sus manos, creadas en Cristo para esas buenas obras que Él preparó de antemano para que caminemos en ellas (Ef. 2:10). ¡Aleluya! La Gloria es para Él. Obedecemos con obras de justicia porque Él es digno.
Propósito
Somos recipientes de Su afecto para alabarle. “Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (v.6), “a fin de que seamos para alabanza de su gloria” (v.12a). Nuestro propósito como hijas en el rol de madres es hacer todo para la alabanza de Su gloria. Todo lo que hacemos es para Él (Col. 3:23). Eso es y será suficiente para nuestras almas, por fe confiamos en Su propósito y eso le agrada (He. 11:6b). Nuestros hijos pueden verse tan lindos en las fotos que compartimos en las redes sociales, pero la realidad es que hay días que lo que haces no es para Su Gloria. Puede ser que estés cansada, has tenido un mal día o tienes problemas con tu esposo o con otra persona. Es parte de nuestra vida. Las relaciones son difíciles cuando el centro de la gloria somos nosotras. En esos segundos donde solo quisieras gritar, refutar, justificarte o corregir con enojo, detente y piensa: ¿esto glorifica a Dios?
Respuesta
Somos redimidas por Su bendita Sangre. Somos perdonadas. ¿Por qué esto es relevante? Porque quiere decir que nuestra historia se reescribió. Ya no hay condenación. Ya no somos pecadoras sin esperanza. Ahora somos pecadoras redimidas con una esperanza firme anclada en Cristo y desde esa perspectiva respondemos. Las reuniones de colegio son un buen escenario de cómo somos. El crecimiento que Dios produce en nosotras por Su Espíritu implica sufrimiento, rechazo, injusticias y envidias; Cristo lo sufrió y somos llamadas a ser como Él en Su sufrimiento (Fil 1:29). Pero el dolor no es para muerte, sino para vida. Observas a madres presumiendo a sus hijos, a otras regañándolos porque no saludan o porque no hicieron esto en comparación a los otros niños; o se sientan a contar historias de lo bueno que son sus hijos y ellas como madres. No me mal entiendas, seguro que muchas de esas historias son ciertas, gloria a Dios por ellas. Me refiero a la motivación de esconder la fragilidad que esta supuesta a ser real en nosotras porque dependemos de Dios. Además, nuestra identidad no está en nuestros fracasos sino en la victoria de Cristo en la Cruz.
Cristo es el centro
Vivimos en tiempos peligrosos. Violencia contra los niños, el mundo quiere redefinir el rol de madre y erradicarlo. El mundo quiere determinar lo que es una mujer, sus valores, sus afectos e identidad. Si crees en Cristo, no perteneces a este mundo, somos peregrinas con otra ciudadanía, con otra ley en nuestra mente, con otro Dios, el verdadero Dios. La solución de nuestra vida es Cristo. Como madres corremos a Él, nos encontramos con Él en Su Palabra, en oración, y en obediencia a Quién es Él. Las madres jugamos un rol importante en los hogares como maestras de nuestros hijos, pero también como madres espirituales en nuestras iglesias locales. Cultiva tu relación con Dios en Cristo, recuerda que tu identidad está en Él, que has sido bendecida con dones y habilidades para Su gloria. Tu posición de justa y santa por la vida de Cristo, te capacita para amar, perdonar, ser paciente y fuerte en la educación y crianza de tus hijos. Cristo como el centro de tu vida, les modela a ellos una esperanza diferente, un camino diferente y una perspectiva eterna. Ahora, en vez de darnos una palmada o llorar, persevera de rodillas y manos alzadas al que te está salvando cada día.