Hoy en día, está muy de moda utilizar la frase “no juzgues”.
“No juzgues” es la respuesta que reciben aquellos que contienden ardientemente por la sana enseñanza de la Palabra de Dios, pues son muchos los que dicen que nuestra predicación solo debería traer consuelo, apelar a la misericordia y enfatizar el amor. Otros dicen “no juzgues” cuando ven amenazada su postura teológica, su cosmovisión o su líder religioso favorito, y no quieren ser cuestionados, pues cada quien puede creer como lo desee. También están los que creen que no debemos criticar a nadie ni presentar defensa de nada, pues Dios es amor y nuestra conducta no es importante, así que dicen “no juzgues”.
Pero, por encima de estos vientos de aparente piedad, están la Palabra de Dios y Sus mandatos. Si bien la Escritura nos manda a evangelizar y consolar, también nos manda a corregir, redargüir, exhortar e instruir en justicia. Al respecto, el apóstol Pablo dijo: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2Ti 3:16-17).
Sin embargo, hay algunas preguntas que es importante para poder “corregir” correctamente, con un énfasis bíblico. ¿Qué significa “corregir”? ¿Qué asuntos merecen defensa? E, incluso, ¿cómo recibir críticas adecuadamente? Abordaremos cada una de ellas brevemente.
¿Qué significa “corregir”?
La palabra “corregir”, del griego epanórdsosis, significa: enderezar de nuevo, rectificación (reformar). Los cristianos no hemos sido llamados solo a predicar el evangelio, sino también a defender (apología) nuestra fe frente a todo el que demande razón de ella, es decir, cuando sea necesario para la edificación del pueblo de Dios. El apóstol Pedro muestra que presentar defensa es una manera de “santificar” al Señor:
Sino santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia (1P 3:15).
En este pasaje de Pedro, también aprendemos cómo debemos presentar esa defensa: “Con mansedumbre y reverencia”. A pesar de que estamos profundamente convencidos de lo que creemos, nuestras palabras no deben ser irrespetuosas ni pretenciosas, sino siempre humildes y con el objetivo de servir. El apóstol Pablo confirma esto en Colosenses 4:6: “Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona”.
Ahora, pienso que hay defensas que requieren más intensidad (sin perder de vista la mansedumbre que ya mencionamos). Aunque respetamos a las personas, no estamos obligados a aceptar sus opiniones si éstas no están de acuerdo con la sana enseñanza de la Escritura. De hecho, por respeto al Autor de la Biblia es que debemos hacer la defensa, pues amamos la verdad. El mismo Pablo muestra que, en algunos casos, es mejor hacer una fuerte defensa debido a la gran ofensa que se ha hecho:
Porque hay muchos rebeldes, habladores vanos y engañadores, especialmente los de la circuncisión, a quienes es preciso tapar la boca, porque están trastornando familias enteras, enseñando por ganancias deshonestas, cosas que no deben (Tit 1:10-11).
¿Qué asuntos merecen defensa?
Defender la verdad, contender por la fe y refutar a los que contradicen es uno de los mandatos de Dios, de modo que “juzgar” es parte de nuestro andar cristiano. Sin embargo, debemos tener cuidado de no juzgar las intenciones del corazón, así como de no proferir condenación o salvación. Necesitamos objetividad para juzgar lo que vemos, escuchamos o leemos, no lo que creemos que está en el interior. Como les dijo alguna vez el Señor a los fariseos: “No juzguen por la apariencia, sino juzguen con juicio justo” (Jn 7:24).
Ahora, así mismo vendrán quienes juzgarán incorrectamente nuestra fe, y debemos mostrar una defensa clara y objetiva. Una de las primeras apologías que vemos en las Escrituras fue la predicación de Pedro en Hechos 2, justo después de la resurrección y ascensión de Jesús. Algunos, luego de escuchar a las personas hablar en lenguas, hicieron una interpretación burlesca de lo que veían: “Están borrachos” (Hch 2:13). Sin embargo, Pedro hace una defensa: no solo dice “estos no están borrachos” (Hch 2:15), sino que procede a corregir y argumentar su defensa, diciendo “esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel” (Hch 2:16).
A la luz de este evento, podemos afirmar que la defensa es una forma de corregir un pensamiento equivocado. Esto es muy diferente a las veces que se nos ordena “no juzgar” (Mt 7:1; Lc 6:37), pues allí se nos manda a no tomar el lugar de Dios juzgando las intenciones del corazón. El único que conoce el interior de una persona, incluyendo la mente y los afectos, es el Señor mismo, así que solo Él tiene ese derecho. Jeremías dice que, ante el engaño del corazón humano, solo Dios es capaz de escudriñar correctamente:
Más engañoso que todo es el corazón,
Y sin remedio;
¿Quién lo comprenderá?
Yo, el Señor, escudriño el corazón,
Pruebo los pensamientos,
Para dar a cada uno según sus caminos,
Según el fruto de sus obras (Jer 17:9-10).
Santiago también nos exhorta a tener cuidado de no juzgar con nuestras palabras:
Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella. Solo hay un Legislador y Juez, que es poderoso para salvar y para destruir. Pero tú, ¿quién eres que juzgas a tu prójimo? (Stg 4:11-12).
Sobre este pasaje, el pastor John MacArthur comenta lo siguiente:
Esto se refiere a calumniar o difamar. Santiago no prohíbe la confrontación de quienes están en pecado, lo cual se manda en otros pasajes bíblicos. Más bien condena las acusaciones negligentes, derogatorias y maledicientes en contra de otros. Dios, quien dio la ley (Is 33:22), es el único que tiene la autoridad para salvar de su castigo a quienes se arrepienten, y destruir a los que rehúsan arrepentirse.[1]
¿Cómo recibir críticas adecuadamente?
Todos juzgamos constantemente, cada cosa que vemos, cada frase que escuchamos, cada libro que leemos e incluso este artículo no está exento del juicio de sus lectores. Lo irónico de decir “no juzgues” es precisamente que se está haciendo un juicio para corregir lo que otro expresó o escribió.
Pero así como juzgamos, todos estamos expuestos a ser corregidos por nuestra falta de experiencia o por haber cometido un error doctrinal. ¿Cómo podemos actuar sabiamente cuando recibimos críticas? Aquí hay algunos principios que nos pueden ayudar:
- Primero, recibe la crítica o defensa del argumento con humildad y ánimo. Como dice Proverbios 19:20: “Escucha el consejo y acepta la corrección, para que seas sabio el resto de tus días”.
- Segundo, confirma con la Escritura si lo que te están indicando es correcto o incorrecto. ¿No hicieron lo mismo los bereanos? “Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así” (Hch 17:11).
- Tercero, contesta con respaldo bíblico y con mansedumbre.
En conclusión, es necesario contender ardientemente por nuestra fe, y cuando lo hacemos con sabiduría y de acuerdo con la Palabra de Dios, no es una forma de ataque a la persona que argumenta, sino una corrección a su postura u opinión. En última instancia, cuando creemos que no llegaremos a ningún lado con la defensa teológica y notemos que no glorifica a Dios, entonces no es de provecho y debemos detenernos. Como dice un pastor amigo: “No se trata de ganar, sino de alcanzar”.
Referencias y bibliografía[1] MacArthur, J. (1997). Biblia de Estudio MacArthur (Stg 4.11–12). Nashville, TN: Thomas Nelson.