Intimidad. Una palabra muy usada, tal vez demasiado a la ligera. Al definir intimidad, el de la RAE dice que es la «zona espiritual íntima y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia». Dice la RAE que algo íntimo es lo más interior y que en el caso de una amistad, entonces es muy estrecha. Cuando se trata del matrimonio, la primera asociación que se hace del término tiene que ver más con la relación sexual. Las personas igualan el tener intimidad en la relación a todo lo que sucede dentro del marco de este hermoso acto que comparten esposo y esposa. Sin embargo, hoy quisiera invitarte a pensar en la intimidad desde ese ángulo de amistad estrecha, profunda; vamos a considerar que, dentro del matrimonio, una buena intimidad en el área sexual es el resultado de intimidad en otras esferas. Antes de seguir permíteme añadir que no soy experta en estos asuntos, te escribo partiendo de lo que 28 años de matrimonio me han enseñado, por la gracia de Dios. ¡Y sigo aprendiendo! La intimidad comienza por la amistad Cuando pensamos en el matrimonio, vienen a nuestra mente muchas cosas, pero tal vez la amistad no sea una de ellas. Puedo confesarte hoy que así pensaba yo cuando llegué a la vida matrimonial. No veía a mi esposo como un amigo. Al comienzo de nuestra relación yo pensaba de esta manera: esposo es esposo, amigos son amigos. Por alguna razón en mi mente ambas categorías estaban separadas y se excluían mutuamente. ¡Qué equivocada estaba! Un amigo es alguien en quien confiamos, alguien con quien podemos llorar o reír sin con toda confianza. Amigo es alguien a quien podemos contar nuestras dudas, temores, fracasos. Y también aquellas cosas que nos producen alegría. Cuando estamos en Cristo, un amigo es quien nos apuntará a Él en toda circunstancia, quien nos dirá la verdad no para condenarnos sino para ayudarnos a crecer a la imagen de nuestro Salvador. Mucha razón tenía el autor de los Proverbios cuando dijo que « hay amigo más unido que un hermano» (18:24). Las Escrituras nos hablan de la amistad y su valor. Me resulta interesante que Dios llamó a Abraham su amigo (Santiago 2:23), que Jesús nos llama amigos (Juan 15:15). He visto en muchos matrimonios ya mayores que cuando los años pasan, la amistad no solo permanece, sino que ha echado raíces profundas. Cuando ya las fuerzas faltan, cuando quizá el calor físico se esté, la amistad entre los dos nos ayudará a reír, a disfrutar la compañía mutua y también a sufrir juntos. La amistad es inherente al amor. Al unir nuestra vida a nuestro cónyuge, estamos poco a poco creando un espacio seguro para esa clase de intimidad, para esa relación que no tenemos con nadie más en el plano humano. Cultiva la amistad que lleva a la intimidad Me gustan las flores, pero vivo en una zona climática donde se hace difícil cultivarlas. Tengo algunas en mi patio y jardín, sin embargo, requieren tiempo y dedicación. Debo regarlas muy a menudo y también usar fertilizantes que ayuden con el crecimiento. En algunos casos mi esposo ha tenido que usar tratamientos insecticidas porque en esta zona también abundan las plagas. No obstante, todo este proceso rinde un hermoso resultado: flores que adornan y que podemos disfrutar. Así sucede con las relaciones, implican intencionalidad, es necesario cultivarlas como si fueran flores, dedicarles el tiempo. Quiero exhortarte hoy a que cultives la amistad con tu esposo. Sé que como esposas, madres, mujeres que trabajan dentro y fuera de casa, que sirven en su iglesia, navegamos entre responsabilidades que demandan tiempo y atención. De modo que cultivar el crecimiento de nuestro matrimonio, y específicamente esa amistad de la que hablamos, requiere intencionalidad y prioridad. Las buenas amistades, aquellas que van más allá de la superficie, entienden esto. La amistad que crece en intimidad busca sostener buenas conversaciones, a menudo. Los buenos amigos se interesan por la vida del otro. ¡Cuánto más si se trata de un matrimonio! Haz preguntas que vayan más allá de «¿cómo te fue en el trabajo?» Busca escuchar las preocupaciones de tu esposo, las cosas que cargan su corazón, las que le produjeron alegría. Escucha incluso si son temas que tal vez no sean tus favoritos, como deportes o asuntos de autos, por poner un ejemplo. Salgan a dar una caminata y conversen, no importa si es acerca de los chicos, el trabajo, el clima, una película o libro. Una conversación sobre algo cotidiano muy bien pudiera llevarlos a descubrir algo acerca del otro, o de la relación, que no conocían. Compartan actividades que ambos disfruten. Eso es parte de una buena amistad y también fomenta la intimidad más allá de la alcoba. ¿Qué cosas les gusta hacer juntos? Algunos prefieren un deporte, otros el cine, quizá un juego de mesa, probar un nuevo hobby o pasatiempo, experimentar platos en la cocina, etc. Sea lo que sea, creen oportunidades para compartir momentos juntos. Cada experiencia compartida se convertirá en un escalón más hacia una relación íntima y floreciente. La intimidad y la oración Estas dos cosas parecieran no estar relacionadas, sin embargo, cuando oramos juntos, cuando llevamos como pareja nuestras peticiones a Dios, esto ayuda a derribar las murallas que a veces construimos alrededor de nuestro corazón. En la oración sincera nos hacemos vulnerables, reconocemos nuestra debilidad y necesidad de Dios. Confesamos juntos nuestros pecados, pedimos perdón. Orar juntos es una oportunidad para fomentar la unión matrimonial y, por ende, la intimidad, ese espacio seguro del que hemos hablado. Espero que estés de acuerdo conmigo en que los dividendos de una amistad así, que se cultiva con intención, donde los esposos oran juntos, serán una intimidad mucho más profunda. Y te garantizo que cada una de estas cosas añadirá beneficios que llegarán a la alcoba matrimonial y la relación sexual porque la intimidad allí es el resultado de haberla fomentado antes, fuera de la alcoba y en cada rincón de nuestra vida.