Si lees el artículo de Bobby Jamieson (recurso en inglés) sobre cómo dirigir a la iglesia en la Cena del Señor, escucharás acerca de las lágrimas en sus ojos cuando lee las palabras de Jesús en la Última Cena acerca de beber con nosotros de nuevo en el reino del Padre. “La Cena es un anticipo del banquete celestial”, le dirá Bobby a la congregación. Y él resalta que estas palabras se quedan atrapadas en su garganta.
Bobby es mucho más piadoso que yo.
Mientras él llora, confieso que estoy sentado en la banca escuchando esas mismas palabras sobre un “anticipo” (o como dice Mark Dever, “un adelanto”); miro la galleta que sabe a cartón y el vaso de plástico con zumo de uva aguado que cabe en mis dedos y que apenas moja toda mi boca; y suspirando digo para mi mismo: “¿De verdad? ¿Este es el anticipo? ¡Espero que el banquete mesiánico sea mucho mejor que esto!”.
Como dije, la mente de Bobby está en cosas más elevadas.
Pero quizá haya una buena razón tanto para la lágrima como para el suspiro. ¿La lágrima es la esperanza de lo que está por venir? ¿Y el suspiro es el reconocimiento de que aún no ha llegado?
Estoy a punto de decir que tu iglesia local es una embajada y la geografía temporal del cielo, de manera similar a cómo Bobby llama a la Cena un anticipo del banquete mesiánico. Pero si voy a ser honesto contigo, y si tú estuvieras siendo honesto conmigo, ambos podríamos admitir que cuando miramos a nuestras respectivas iglesias, suspirando decimos para nosotros mismos: “¿De verdad? ¿Esta es la embajada? ¡Espero que la realidad sea mucho mejor que esto!”.
Sin embargo, sí, la reunión al final de los tiempos que disfrutaremos en los nuevos cielos y la nueva tierra es mucho mejor. Aun así, Jesús estableció un eslabón, una cadena, una conexión tipológica, usando una frase bastante común entre teólogos, entre tu iglesia y el cielo. Tu iglesia es el tipo, como esa pequeña galleta de comunión es un tipo de pan; tu iglesia está apuntando hacia, representando, hablando por, demostrando, viviendo las primicias de algo más grande, que es el antitipo: el cielo. Y ese vínculo entre los dos está ahí por diseño divino.
Una iglesia como una embajada del cielo. Declarar los juicios del cielo
Primero, tu iglesia es una embajada del cielo.
Una embajada, si no estás familiarizado con la idea, es una sede o representación diplomática oficial destinada para una nación dentro de las fronteras de otra nación. Representa y habla en nombre de esa nación extranjera. Actúa como apoderado, aunque sea provisionalmente.
Por ejemplo, pasé medio año en Bruselas, Bélgica, en la universidad, tiempo durante el cual expiró mi pasaporte estadounidense. Así que fui a la embajada de Estados Unidos en el centro de Bruselas. Al entrar, me dijeron que me encontraba en suelo estadounidense. Ese edificio, el embajador en Bélgica y todos los funcionarios del Departamento de Estado que trabajan en su interior tienen la autoridad del gobierno de Estados Unidos. Pueden hablar en nombre de mi gobierno de una manera que yo, aunque ciudadano estadounidense, no puedo, al menos no en ningún sentido oficial. Las embajadas y los embajadores presentan los juicios oficiales de una nación extranjera: lo que esa nación quiere, lo que hará, lo que cree.
Después de ver mi pasaporte vencido y revisar sus computadoras, hicieron su juicio: soy ciudadano estadounidense, y me dieron un pasaporte nuevo.
Del mismo modo, Jesús estableció iglesias locales para declarar algunos de los juicios del cielo ahora, aunque provisionalmente. Al dar las llaves del reino primero a Pedro y a los apóstoles y luego a las iglesias reunidas, Jesús dio a las iglesias una autoridad similar a la de la Embajada de los Estados Unidos en Bruselas: la autoridad para hacer juicios provisionales con respecto a lo que es una confesión correcta del evangelio (Mt 16:13-19) y quién es ciudadano del reino de los cielos (18:15-20). Esto es lo que Jesús quiso decir cuando dijo que las iglesias poseen la autoridad para atar y desatar en la tierra lo que está atado y desatado en el cielo (16:18; 18:17-18). Él no quería decir que podían hacer que la gente fuera cristiana o hacer que el evangelio fuera lo que es, no más de lo que la embajada podía convertirme en un estadounidense o hacer leyes estadounidenses. Más bien, Jesús quiso decir que las iglesias podían hacer pronunciamientos o juicios oficiales sobre el qué y el quién del evangelio en nombre del cielo. ¿Qué es una confesión correcta? ¿Quién es un verdadero confesor?
Una iglesia hace estos juicios a través de su predicación y las ordenanzas. Cuando un pastor abre su Biblia y predica “Jesús es el Señor”, “todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” y “la fe viene a través del oír”, se hace eco de los juicios del cielo. Y ata la conciencia de todo aquel que quiera llamarse ciudadano del reino de los cielos. Tal predicación apunta al qué del evangelio: llámalo una confesión celestial.
Del mismo modo, cuando una iglesia bautiza y disfruta de la Cena del Señor, emite los juicios del cielo sobre quien es que representa el evangelio: llamémoslos confesores celestiales. Esto es lo que hacemos cuando bautizamos a las personas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (Mt 28:19). Les estamos dando a esas personas un pasaporte y diciendo: “Ellos hablan en nombre de Jesús”. Repetimos el proceso a través de la Cena del Señor: “Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo; porque todos participamos de aquel mismo pan” (1Co 10:17). En otras palabras, participar del único pan ilumina y afirma quién pertenece al único cuerpo de Cristo. Es una ordenanza que revela la iglesia.
Las oraciones de alabanza, confesión y acción de gracias de la iglesia también declaran los juicios de Dios. Reconocemos quién es Él, quiénes somos nosotros y lo que nos ha dado a través de Cristo. Incluso nuestras oraciones de intercesión, cuando están alineadas con Su Palabra y Espíritu, demuestran que nuestras ambiciones se han conformado a los juicios de Dios.
El canto de la iglesia es esa actividad en la que le repetimos Sus juicios a Él y a los demás de una manera melódica y emocionalmente comprometida.
Finalmente, declaramos los juicios de Dios en nuestras vidas a lo largo de la semana, tanto juntos como separados. Nuestra comunión y las extensiones de ella deben representar nuestro acuerdo con los juicios de Dios, ya que incluimos la justicia y excluimos la injusticia. Cada miembro debe vivir como una presentación que anticipa los juicios de Dios.
Eso, en última instancia, es lo que llamamos la adoración de una iglesia. La adoración de una iglesia es su acuerdo con los juicios de Dios y su declaración de ellos. Adoramos cuando pronunciamos de palabra o de hecho, ya sea comiendo o bebiendo, cantando u orando: “Tú, oh Señor, eres digno, precioso y valioso. Los ídolos no lo son”.
Una iglesia como la geografía del cielo. Gozar de la comunión real
Sin embargo, una iglesia local no es solo una embajada del cielo, también es la “geografía” del reino de los cielos, aunque de una manera provisional y temporal, de nuevo, como esa pequeña galleta.
Hace poco escuché a Matt Chandler explicar cómo su iglesia, cuando terminaron los primeros meses de la cuarentena por COVID, descubrió de nuevo lo profundamente “espiritual” que es la reunión. Esa fue la palabra que usó: “espiritual”. Inmediatamente pensé: “Sí, es espiritual, e irónicamente la naturaleza espiritual de la reunión se encuentra precisamente en lo físico”.
Dios nos creó como criaturas encarnadas. Jesús mismo se encarnó, completamente Dios y completamente hombre. Hay un significado espiritual y un dinamismo cuando los cristianos se reúnen físicamente para alabar a Jesús, parados codo a codo, respirando el mismo aire, uniendo sus voces en alabanza. El cielo está ahí, temporalmente y por representación, como una pequeña galleta. (Ver el artículo de Sam Emadi aquí [recursos en inglés]).
Volvamos a Mateo 18. Las iglesias declaran los juicios del cielo a través de las llaves del reino, dije en el último punto. Pero salté un par de puntos cruciales. Jesús también dice que los cristianos deben reunirse y ponerse de acuerdo al hacer esos juicios.
Después de explicar la autoridad de las llaves para atar y desatar en el versículo 18, se explica a sí mismo de nuevo en el versículo 19: “Además les digo, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos” (Mt 18:19, énfasis añadido). Nota que el acuerdo en la tierra señala lo que el Padre está haciendo en el cielo. Hablan por Él. Luego, en el versículo 20, Jesús explica además que este acuerdo debe ocurrir en la reunión de la iglesia: “Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (v 20, énfasis añadido). Una iglesia puede reunirse en Su nombre porque está de acuerdo con Su nombre, es decir, quién es Jesús y lo qué ha hecho. Jesús entonces sella ese acuerdo con Su propia presencia. Cuando Jesús dice que está “allí” y “en medio” de ellos, no quiere decir que está flotando como una niebla mística en el cuarto. Quiere decir que la reunión, literal y encarnada, lo representa. Habla por Él. Lleva Su autoridad. Se identifica con ella, como si alzaran Su bandera.
En otras palabras, no es solamente que una iglesia representa provisionalmente el gobierno y el juicio de Cristo. Es la iglesia reunida. La iglesia reunida es la embajada. La reunión representa la autoridad celestial y la geografía de Jesús, ya sea que ese alfiler en el mapa esté en Bélgica, Alemania, Rusia, Irán, China, Canadá o Brasil.
Y no es solamente Jesús quien dice esto. Pablo parece tener en mente la promesa de Jesús en Mateo 18:20 cuando la iglesia de Corinto se enfrentó a su propia situación de disciplina eclesiástica: “En el nombre de nuestro Señor Jesús, cuando estén reunidos, y yo con ustedes en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús, entreguen a ese tal a Satanás” (1Co 5:4-5). Cuando una iglesia se reúne o congrega en el nombre de Cristo, posee el poder del Señor Jesús para quitar a alguien de la membresía. Después de todo, ya no pueden estar de acuerdo en que esta persona es creyente. Por lo tanto, tienen que dictar un juicio provisional en nombre de Jesús en la tierra.
Jesús no tenía la intención de que Sus discípulos se apoderaran de una región geográfica por medio de la espada. Pero tampoco pretendía que fueran una “religión” meramente caracterizada por ciertas creencias o un “club” cuyos miembros se han reunido voluntariamente en torno a un interés común, como el ajedrez. Más bien, quería constituirlos como un reino, una realidad política, una que desafiara y trascendiera las fronteras políticas de este mundo. Así que eligió una palabra política que tenía un significado espacial: ekklēsia. Sus discípulos se someterían a Él, y lo harían juntos. Visiblemente. En un lugar. Como testimonio de Su gobierno. Como si fueran un reino físico como cualquier otro reino. [1]
Al igual que los exploradores españoles del siglo quince cruzaban océanos en busca de oro, la reunión es donde nuestro barco se encalla en la geografía temporal pero visible del reino de Cristo: la reunión. Es temporal porque dura semanalmente solo un par de horas. Es temporal porque aún no hemos alcanzado nuestra herencia permanente. Pero la geografía es real. Es espacial. Es física. Existe. No es teórica. Es visible. Y es donde ocurre la acción.
La autoridad de Cristo en realidad transforma y santifica el espacio físico de la reunión de la iglesia. ¿Recuerdas que dije que los funcionarios de la embajada me dijeron que entrar en la embajada de Estados Unidos en Bruselas era pisar suelo estadounidense? ¿Cómo es eso? Porque la autoridad del gobierno de Estados Unidos controla ese espacio. El espacio físico en sí mismo es inerte, pero su significado social se transforma por la imposición de la autoridad estadounidense. La autoridad “santifica” la tierra y el espacio.
Del mismo modo, la autoridad de Cristo transforma la geografía. Él santifica el espacio donde los cristianos se reúnen. Le da un nuevo significado social con Sus palabras “allí” y “en medio” (Mt 18:20). Él está ahí. Está entre nosotros. Esto es cierto independientemente de que el señor de ese reino en particular lo reconozca o no, ya sea que el nombre de ese señor sea el Partido Comunista Chino, el ayatolá iraní o el propietario de un cine. Cuando se combina con la predicación del evangelio y las ordenanzas, esa reunión se convierte en una iglesia. El reino de Jesús se ha hecho visible y geográfico allí, en medio de esas personas. Cuando la iglesia se dispersa, ellos siguen siendo miembros, pero la geografía desaparece. El espacio ya no es sagrado.
Sin embargo, cuando nos reunimos, la geografía del cielo se vuelve visible, audible y palpable, tan palpable como los codos que se tocan en el banco, incluso si solo estamos hablando de una realidad física tan sustancial como una galleta que sabe a cartón y un zumo que apenas me humedece la boca. Aun así, los humanos son y siempre serán criaturas físicas. Los cuerpos importan. El espacio importa. La unión física es importante. Y las iglesias necesitan un pedazo de geografía en el cual reunirse para que puedan llegar a ser lo que son: un pedazo anticipado del cielo.
Y cuán “espiritual” es esa reunión física, como dijo Chandler. Luchas con el odio oculto hacia un hermano toda la semana. Pero luego su presencia en la Mesa del Señor te lleva a la convicción y confesión. Luchas con la sospecha hacia una hermana. Pero luego la ves cantando las mismas canciones de alabanza que tú, y tu corazón se calienta. Luchas con la ansiedad por las próximas elecciones. Pero entonces el predicador declara la venidera victoria y vindicación de Cristo, oyes gritos de “¡Amén!” a tu alrededor, y recuerdas que perteneces a una ciudadanía celestial aliada en la esperanza. Estás tentado a mantener tu lucha en la oscuridad. Pero entonces, la tierna pero apremiante pregunta de la pareja mayor durante el almuerzo: “¿Cómo estás realmente?”, te atrae hacia la luz.
Cristiano, tú y yo podemos “descargar” verdades bíblicas virtualmente. Maravilloso. Sin embargo, no podemos sentir, experimentar y presenciar que esas verdades se encarnan en la familia de Dios, que fortalece nuestra fe y crea lazos de amor entre hermanos y hermanas.
Un día, todo el pueblo de Dios se reunirá, una “gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero” (Ap 7:9). Y esa reunión nunca terminará.
Hasta ese día, las iglesias se reúnen para establecer sedes visibles y geográficamente ubicadas para el reino celestial de Cristo en la tierra. Y oramos: “Venga Tu reino, así en la tierra como en el cielo”.
Conclusión
Vivo cerca de Washington, D. C. Me encanta caminar por lo que se llama la Avenida de las embajadas, donde se alinean embajadas tras embajadas de todo el mundo. Está la bandera japonesa y la embajada, está Gran Bretaña, está Finlandia. Cada embajada representa a una nación diferente del mundo, a un gobierno diferente, a una cultura diferente, a un pueblo diferente.
¿Qué es una iglesia reunida? Es una embajada del cielo. Jesús no le pidió a las Naciones Unidas, a la Corte Suprema de los Estados Unidos o al departamento de filosofía de la Universidad de Harvard que lo representaran a Él y a Sus juicios. Le pidió a los humildes y a las cosas que no son impresionantes. Le pidió a Bumblestew Baptist y Possum’s Hollow Presbyterian que lo representaran y declararan Sus juicios celestiales.
Entra en Bumblestew Baptist o Possum’s Hollow Presbyterian, y ¿qué deberías encontrar? Una nación completamente diferente: peregrinos, exiliados, ciudadanos del reino de Cristo.
No solo eso, debes experimentar el comienzo de la cultura del cielo. Estos ciudadanos celestiales son pobres de espíritu y mansos. Tienen hambre y sed de justicia y son puros de corazón. Son pacificadores que ponen la otra mejilla, caminan una milla adicional, dan su camisa y chaqueta si les pides su chaqueta, ni siquiera miran a una mujer con lujuria y mucho menos cometen adulterio, y ni siquiera odian y mucho menos cometen asesinatos.
Oh, naciones de la tierra, ¿quieres saber cómo es el cielo, en qué cree y qué valora? ¿Quieres un adelanto de sus juicios?
Nuestra iglesia no siempre declarará y encarnará bien el cielo. Somos para el cielo lo que las galletas de cartón y los vasos de plástico que se rompen en los dedos son para un banquete real. Te decepcionaremos y te diremos cosas insensibles. Honestamente, incluso pecaremos contra ti. Sin embargo, aspiramos a llevarte al corazón del cielo, que es Cristo mismo. Nunca peca ni decepciona. Somos las galletas y el jugo aguado. Él es el banquete. Pero la buena noticia para ti es que pecadores como tú pueden unirse a nosotros en esa misión, si tan solo confiesas esos pecados y le sigues a Él.
[1] Los párrafos aquí presentados han sido adaptados de Jonathan Leeman, One Assembly: Rethinking the Multi-site and Multi-service Models [Una Asamblea: Repensar los modelos multisede y multiservicio] (Crossway, 2020).
Este artículo se publicó originalmente en 9Marks.