Como creyentes vivimos en medio de una tensión, por un lado, sabemos que Dios conoce todas las cosas y es Él quien en Su providencia permite que todo suceda según Su voluntad, pero, por otro lado, tenemos un llamado a ser responsables, planificar y ser prudentes acerca del futuro. Esto es especialmente cierto acerca del rol del hombre. Parte del ejercicio de liderar tiene que ver con el hoy, pero también con el mañana.
Veremos a continuación algunos aspectos en los que el liderazgo masculino debe evidenciar sabiduría para lo que viene, una actitud precavida frente a la vida futura.
Planificando la provisión material
Ve a la hormiga, oh perezoso,
Mira sus caminos, y sé sabio;
La cual no teniendo capitán,
Ni gobernador, ni señor,
Prepara en el verano su comida,
Y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento (Pro 6: 6-8).
La Biblia no es escasa en instrucciones sobre tomar una actitud previsible para el futuro. La analogía que encontramos en este pasaje es significativa. El proverbista compara la actitud instintiva de las hormigas de hacer depósito durante el verano para los días malos, cuando llueve, con la sabiduría que debe exhibir el hombre diligente. No hay mucha explicación que se requiera, el principio es simple: hacer provisión para el futuro es de sabios.
El liderazgo masculino involucra protección; planificar el futuro es parte de dicho ejercicio. Hay cosas que son garantizadas en el trascurso típico de la vida y otras que son inciertas y esa es la razón por la que una actitud prudente al respecto de lo que vendrá es de sabios. Es cierto que vamos a envejecer, que nuestros hijos crecerán y se irán de casa, es cierto que enfermaremos y que moriremos. Pero otras cosas son inciertas; nuestra salud, la economía, los mercados y hasta el comportamiento de la temporada de huracanes, es por todo esto que vivir como si no hubiera mañana es una insensatez.
Así que, debemos obedecer a la voz del Señor y ejercer nuestra sabiduría como buenos mayordomos, capaces de aprovechar los días de nuestra fuerza y guardar para cuando vengan los días de nuestro declive.
Planificando la provisión espiritual
No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; si no acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21).
Cuando hablamos de proveer bienes materiales para el futuro, caminamos por la acera que separa la sabiduría de la idolatría. Fácilmente podemos convertirnos en el acumulador la parábola del rico insensato (Lc 12:17-20) que puso su confianza en la producción de sus cultivos y el tamaño de sus graneros, sin considerar que su vida estaba en manos del Señor. La forma de resolver esta tensión es ahorrar, pero no poniendo nuestra confianza en el dinero, sino en el Señor.
Los creyentes debemos ser previsivos en cuanto al futuro, pero también debemos descansar en la providencia Divina y Su control soberano de todas las cosas. Somos llamados a ahorrar, pero no a perder de vista al Señor, pues nuestro tesoro no está aquí, sino en los cielos. Es por ello que, la inversión en lo espiritual tiene una mayor ganancia.
Debemos trabajar en una cultura de inversión espiritual para el futuro como parte de nuestro liderazgo. Eso implica, por supuesto, la enseñanza de las Escrituras, lo cual es parte del llamado masculino (Ef 5:29), pero también el modelar una vida alrededor de la piedad. Ningún legado es tan valioso a largo plazo como aquel que conduce a los que están bajo nuestra responsabilidad y liderazgo a una confianza más profunda en Dios y a una fe sólida.
Vivimos en una época cada vez más centrada en el hombre y más alejada de Dios, que ve el éxito como la abundancia de bienes y reconocimiento, pero es allí donde debe brillar con toda potencia nuestra convicción de que nuestro mayor tesoro está en los cielos y que el éxito de la vida no está en las riquezas o las glorias de este mundo.
Planificando la provisión para la eternidad
En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman Su venida (2Ti 4:8).
Una forma de pensar en la fe cristiana, es verla como el cultivo de la fe hoy para cosechar la esperanza de mañana. Vivimos un día a la vez para aguardar aquel día que no acabará, uno que será para la eternidad. Si en esta vida solo vivimos para nosotros mismos, descubriremos al final, cuando todo termine, la terrible fatalidad de haber desperdiciado nuestro tiempo en la búsqueda del placer momentáneo, mientras descuidamos las glorias de lo que dura para siempre.
Vivir con la mirada puesta en la eternidad cambia nuestra perspectiva de todo lo presente. Tengo la impresión de que una de las cosas que nos hace más susceptibles al dolor y al sufrimiento es tener nuestra mente y pensamientos anclados a lo que perece.
Hombres, no podemos creer en la mentira del mundo de que nuestro valor está determinado por nuestros logros terrenales, la fuerza de nuestros lomos, o el tamaño de lo que logramos construir; aunque hay virtud en la vida diligente y previsiva, eso no define nuestra identidad.
Así que, planifica el futuro tan diligentemente como puedas, provee recursos y cultiva espiritualidad, pero no pierdas de vista la eternidad; que no vivimos para este mundo, sino para uno venidero que no tendrá fin.
Conclusión
Hombre, no pierdas de vista el futuro, tanto en esta tierra, como en la patria celestial. Eso te ayudará a planificar de la mejor forma cada una de tus acciones. Algo que será de beneficio no solo para ti, también será de provecho para tu familia, tu iglesia y todos aquellos que te rodean.
Vela por tu futuro material, cuando ya no tengas las fuerzas para trabajar al ritmo que lo haces hoy. Para esa misma época, haber planificado y obrado en tu espiritualidad será un aliciente cuando las posibles depresiones y tristezas por no mantener la cadencia que desees vengan a ti. Y, sobre todo, planifica tu vida pensando en tu vida eterna, sueña con los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap 21:1).