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Al final del día, ¿qué es lo más importante que debemos hacer en el ministerio? Simple: ser fieles a Dios.
Pero para ser fieles a Dios, necesitaremos cuidar lo que Dios nos ha encomendado. La naturaleza esencial del ministerio cristiano es conservar lo que hemos recibido. En otras palabras, tenemos un solo evangelio y una sola Biblia; una tradición de fidelidad que debemos guardar, proteger, preservar, administrar, atesorar y honrar, y a la cual debemos aferrarnos.
Guardar “el buen depósito”
Pablo nos exhorta a esta tarea de “conservar” en textos como 2 Timoteo 1:14, donde le dice a su joven discípulo: “Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado”. Una traducción literal desde el griego es “el buen depósito guarda”, una labor que es posible por el ministerio del Espíritu Santo en nosotros.
Así, hay algo antiguo que mantener. No lo estamos inventando ni estamos creando el cristianismo en nuestra generación desde cero. Tampoco estamos ideando una nueva manera relevante de seguir a Dios. Sí, debemos orar y trabajar duro para que el reino avance, pero al hacerlo, debemos guardar lo que se nos ha confiado: la Palabra y el evangelio, la verdad de Cristo, el mensaje de salvación. Si no preservamos “el depósito”, nuestro ministerio no tiene razón de ser.
Con estas palabras, el apóstol Pablo nos muestra que el ministerio cristiano es menos un proyecto de arte y más un ejercicio de administración. Los ancianos de las iglesias locales debían “retener la palabra fiel” (Tit 1:9). Hay una antigua palabra confiable que no es la nuestra, sino la propia Palabra de Dios, en la cual no hay nada de fantasía ni nada que deje sin aliento al mundo cuando se la vuelvan a escuchar. Sin embargo, éste es el núcleo mismo de la labor evangélica.
Una filosofía de vida
Hay un término que me gusta y que transmite esta mentalidad: “intransigencia”. Esta palabra significa no ceder en una idea. Viene de “in” (no) y el latín transigere (llegar a un acuerdo). Algunos diccionarios, como la RAE, presentan esta palabra en términos negativos: “Intolerante, inflexible, terco”, pero otros son un poco más imparciales, como el Diccionario de Cambridge, que define a la intransigencia como “negarse a cambiar una opinión”. Aunque esta palabra se usa a menudo para condenar la intolerancia, simplemente puede ser la convicción de no cambiar una forma de pensar.
Así, nos encontramos con una palabra que describe mentalidad, una filosofía de vida. El ministerio cristiano requiere “intransigencia”, que resistamos presiones implacables, que tengamos la voluntad de soportar dificultades feroces sin comprometer la verdad. El ministerio exige la temeridad de hablar todo el consejo de Dios y no suavizarlo en ningún punto. Todo esto es intransigencia: no cambiamos nuestra doctrina, no editamos la Biblia, no minimizamos la verdad. Nos mantenemos firmes.
Nada en esta convicción implica ser iracundos u odiosos, aunque así es como nos verán a veces. Incluso si hacemos un gran esfuerzo por ser amables y agradables, seguiremos sin agradar a aquellos que no están de acuerdo con nosotros. Jesús, la encarnación misma de la buena intransigencia, nos dijo que seríamos odiados por causa de Su nombre, y luego salió y nos mostró cuán cierto sería esto (Lc 6:22-23). Fue odiado, despreciado y difamado. Presenciar Su interacción con los líderes judíos en los Evangelios es observar la guerra, a veces sutil y a veces abiertamente sanguinaria. Sin embargo, Jesús nunca cedió, ni un ápice. Él dijo la verdad en amor y fue odiado y asesinado por ello.
Una extensa lista de intransigentes
Él fue el primero de una larga lista de los inconmovibles e inflexibles ministros del evangelio.
Atanasio puso su vida y su vocación en juego repetidamente para detener la propagación del arrianismo, y aunque pagó un precio muy alto, no vaciló. Huss y Wycliffe fueron despreciados y atacados, pero predicaron y tradujeron la Biblia a pesar de la oposición, encendiendo la chispa que la Reforma rociaría con gasolina. Lutero fue llamado a regresar a la “Madre” Iglesia Católica, a permanecer con la tradición por encima de la verdad, pero se negó. Spurgeon se encontró con toda Anglia en su contra, con muchos bautistas ingleses modernizadores que estaban en su contra, pero no abandonó la fe. Machen fue expulsado de su denominación como recompensa por hacer sonar la alarma sobre el liberalismo protestante, pero no alteró ni una pizca de su doctrina.
Hay una larga fila aquí, y a estos nombres se suman muchos cuyos nombres no conocemos, pero a quienes sí veremos en la era venidera. Hay un sinnúmero de mártires humildes, cristianos ordinarios, hombres y mujeres piadosos, que nunca dejaron de confesar a Cristo. Se mantuvieron firmes hasta el final, por más amargo y sangriento que este fuera.
Hoy, es evidente que las aproximaciones superficiales al cristianismo no han dado fruto. La iglesia solo prospera y perdura a través de líderes que encarnan una intransigencia llena de gracia y adoración.
Necesitamos pastores humildes ante Dios, abiertos a la corrección, pero inquebrantables ante las presiones de la sociedad. Necesitamos líderes que vivan vidas marcadas por la confesión del pecado y el arrepentimiento, pero que no comprometan la doctrina de la Palabra de Dios. Necesitamos hombres que busquen el fruto del Espíritu como don de Dios, pero que no se acobarden ante la oposición.
Una definición simple
Podemos definir nuestro ministerio de una manera muy simple: ser fieles a Dios. Tenemos mucho que hacer, mucho que enseñar y mucha gloria que dar a Dios, pero nuestro trabajo en el ministerio cristiano es simplemente ser fieles a lo que se nos ha encomendado. Nunca debemos renunciar a la Palabra y al testimonio. Nunca debemos dejar de predicar el evangelio de la gracia. Nunca debemos dejar de alcanzar a los pecadores como nosotros para compartir a Cristo con ellos.
Necesitamos hombres que quieran este trabajo. Necesitamos que estén alerta ante los lobos que quieren dañar a las ovejas. Necesitamos que estos hombres no piensen grandes cosas de sí mismos, sino que sean dependientes del poder de Dios. Y necesitamos que sean totalmente convencidos, firmes, inquebrantables, intransigentes e inflexibles a cambiar la doctrina de Dios.