Hoy, tenemos una generación analfabeta en términos espirituales. Aunque hay muchos doctores en filosofía, grandes conferencistas de autoayuda y economistas que enseñan a obtener la libertad financiera antes de los cuarenta años, existe gran ignorancia respecto a lo espiritual. La muerte y lo que nos espera después de ella es un tema enigmático para la mayoría. Nos preparan para una profesión, para un deporte, para enfrentar un desastre natural; pero nadie nos está preparando para la muerte, un suceso que todos experimentaremos, tal como se recordó en el capítulo anterior.
Prepararnos para la eternidad debería ser una de nuestras prioridades. Pero ¿cómo lo logramos? Necesitamos ir al manual de instrucciones y abandonar la ignorancia. Necesitamos dirigirnos a la revelación dada por el Autor de la vida —y el que también la quita— (1S 2:6). No deberíamos estar a oscuras en cuanto a la muerte se refiere. Por lo tanto, necesitamos aprender acerca del destino de nuestras almas, algo que consideraremos a continuación en tres lecciones.
La inevitabilidad de la muerte
Hebreos 9:27 (“Está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio”) nos recuerda algo sobre la muerte: es inevitable. Ciertamente, algunos hombres no murieron. La Biblia nos habla de dos: Enoc (Gn 5:24) y Elías (2R 2:11). Sin embargo, sus casos son excepcionales y no cambian la realidad inalterable de que todos los hombres experimentarán la muerte física. Hemos venido del polvo y al polvo volveremos (Gn 3:19).
Contrario a lo que muchos piensan —que al morir simplemente entrarán en un estado de sueño eterno o inconsciencia—, la muerte más bien es un cambio en el ser de la persona. La parte inmaterial se separa de la física, que queda en la tierra. Lo inmaterial que conocemos, como el alma, continúa su existencia consciente.
Otro error común es pensar que, después de la muerte, el alma puede pasar por el purgatorio. Una especie de segunda oportunidad después de morir, en la cual las personas pueden expiar la culpa de sus pecados o purificarse por medio de un sufrimiento temporal del alma. Esta idea no solo es foránea a la Biblia, sino que es blasfemia, pues hace inútil la expiación sustitutiva ejecutada por Jesucristo.
La Biblia no da lugar a especulaciones y mucho menos acerca del destino después de la muerte. Considerando Hebreos 9:27, se nos enseña también que después de la muerte las personas inmediatamente pasan a recibir castigo o gloria en la presencia de Dios.

La realidad del juicio en la muerte
Después de la muerte, toda persona recibirá la retribución de las decisiones que haya tomado durante su vida (2Co 5:10-11). Sin embargo, aunque todos nacen y viven como pecadores, no todos experimentarán la muerte de la misma manera. Hay una diferencia entre la muerte de un creyente en Jesucristo y la muerte de un incrédulo. Los destinos son diametralmente opuestos.
Juicio para los creyentes
Los creyentes, después de la muerte, experimentarán gozo inmediato en la presencia de Dios. Un paraíso rodeado de bendiciones y la presencia misma de Dios estarán disponibles para todo aquel que haya muerto en Cristo Jesús (Lc 23:43). No obstante, en el futuro, los creyentes reunirán sus cuerpos con sus almas en la resurrección (1Ts 4:16), donde recibirán cuerpos glorificados que estarán preparados para gozar por la eternidad de la gloria con Dios (1Co 15:20-24).
Además, la Biblia nos habla del tribunal de Cristo, donde cada creyente dará cuentas de sus actos y recibirá recompensas por sus buenas obras o se privará de ellas, según haya obrado. Este tribunal de Cristo no es un juicio para condenación. Todos los creyentes han sido salvos por gracia (Ef 2:8-9). En él se recompensarán especialmente los actos de bondad genuinos de aquellos ya salvos por gracia.

Juicio para los incrédulos
El caso del incrédulo es completamente distinto: desde el primer momento, su alma consciente entra en el tormento eterno (Lc 16:23-31). Los incrédulos también se presentarán en el futuro ante el juicio de Dios. Debido a que los incrédulos no tienen un sustituto que haya muerto por sus pecados, ellos mismos deberán pagar eternamente en el infierno o lago de fuego en compañía de Satanás, los demonios, el anticristo y el falso profeta.
Los elementos preparatorios para la muerte
Arrepentimiento
Jesús se encarnó y vino a esta tierra con una tarea fundamental: morir. Él murió una sola vez y para siempre, demostrando que ningún sacrificio adicional era necesario para la salvación de las almas humanas. Jesús vino con una misión, pero esa misión vino acompañada de un mensaje, y ese mensaje es el evangelio, es decir, las buenas noticias de que todo aquel que se convierta a Cristo podrá salvar su alma después de la muerte. El que cree en el evangelio será salvo eternamente, pero el que no lo crea ya ha sido condenado (Jn 3:16-18).
El arrepentimiento y la fe son necesarios para la salvación. Un arrepentimiento genuino incluye dolor por el pecado, pero es más que eso. Es necesario repudiar la maldad en la propia vida y homologar nuestra mente con los mandatos de Dios. Arrepentirnos es soltar nuestro pecado para caminar en obediencia hacia la voluntad de Cristo. Por supuesto, este arrepentimiento genuino no habla de perfección completa, pero sí habla de una nueva dirección en la vida y el corazón. Aquel que se ha arrepentido lucha ahora con las fuerzas provistas por Dios. Es alguien que ahora aborrece su pecado, pero desea cumplir con los mandatos del Padre.
Fe
El arrepentimiento y la fe son dos caras de la misma moneda. Algunos erran al querer darle un orden cronológico al arrepentimiento y la fe, pero no funciona así. Ambos deben suceder paralelamente si son genuinos. Si alguien se arrepiente de manera genuina, es porque ha puesto su fe en Jesús de todo corazón, y si alguien ha hecho esto, es porque se ha arrepentido de sus pecados.
Arrepentirse y creer son el primer paso de la salvación, pero al mismo tiempo son el proceso continuo que vive el cristiano hasta la muerte. Aquel que está listo para la muerte ha confesado sus pecados reconociendo su maldad y apartándose de ellos, pero además ha confiado que la muerte de Cristo como sustituto es su única esperanza para enfrentar el juicio de Dios al morir.

Conclusión
La muerte es inminente, podría tocar hoy a tu puerta (Lc 12.20). Esto puede ser aterrador si no estás preparado. Pero si, por el contrario, te has puesto a cuentas con Dios y has depositado tu fe en Su Hijo, entonces la muerte no debería causarte angustia. Será solo la transición entre este mundo caído y tu glorioso encuentro con tu Salvador. ¿Qué estás esperando? Ven con fe a Él hoy.