¿Por qué parece que Dios está en silencio? Cómo Él actúa mientras esperamos

Cuando Dios guarda silencio, no está ausente. Está obrando en lo invisible, preparando nuestro corazón para algo más profundo.
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El sufrimiento puede ser abrumador. Pero cuando el sufrimiento se prolonga sin respuesta de Dios, puede volverse insoportable.

Ha habido momentos en los que he clamado por alivio y liberación, preguntándome si alguna vez llegarían. He llevado mis oraciones y preguntas sinceras ante Dios, solo para encontrar un silencio ensordecedor. He subrayado y marcado con un asterisco estas palabras en mi Biblia: “Cansado estoy de llorar; reseca está mi garganta; mis ojos desfallecen mientras espero a mi Dios” (Sal 69:3).

Mis ojos casi se han consumido esperando a Dios. ¿Los tuyos también?

Mientras espero, todo se mezcla: mis gritos de angustia, mis sueños destrozados, mi anhelo de que Dios me rescate. Mis oraciones parecen rebotar en las paredes. Las Escrituras se sienten secas y sin sabor. Y entonces surge la duda. ¿Se ha olvidado Dios de mí? ¿Me ve? ¿Le importo siquiera?

En mi prolongada espera, me pregunto si Dios sabe lo difícil que es esto. Me pregunto por qué Dios permite que esto continúe durante tanto tiempo. Supongo que no está haciendo nada en Su silencio. Pero las Escrituras cuentan una historia diferente.

cuando el sufrimiento se prolonga sin respuesta de Dios, puede volverse insoportable. / Foto: Unsplash

Experimentar el silencio de Dios

A lo largo de las Escrituras, los santos han experimentado temporadas en las que Dios parecía estar en silencio mientras el sufrimiento los oprimía. Algunos perdieron la esperanza y dejaron de pedir. Otros tomaron el asunto en sus propias manos. Otros cuestionaron lo que antes creían que era verdad.

Soportar el sufrimiento y el silencio de Dios al mismo tiempo crea un elixir misterioso que puede sacudir incluso a los más devotos.

Zacarías luchó por creer en la promesa del ángel de que su oración había sido respondida; tal vez había dejado de orar, había dejado de esperar un hijo después de años de esterilidad. Abraham y Sara, cansados de esperar, tomaron el asunto en sus propias manos, lo que llevó al nacimiento de Ismael a través de Agar. Job clamó en su sufrimiento, anhelando la voz de Dios, pero durante gran parte de su prueba, Dios guardó silencio. Juan el bautista, que una vez estuvo lleno de confianza profética, se preguntó si Jesús era realmente el Mesías cuando languidecía en prisión. Incluso David, el ungido de Dios, pasó años clamando, preguntándose por qué Dios no le había respondido.

Podemos soportar el dolor, pero sufrir el silencio de Dios es desconcertante. Hace que la espera sea insoportable.

Podemos soportar el dolor, pero sufrir el silencio de Dios es desconcertante. / Foto: Unsplash

Siglos de preparación silenciosa

Uno de los silencios más prolongados de la historia bíblica fue el de los cuatrocientos años que transcurrieron entre los dos testamentos. Después de que el profeta Malaquías anunciara la llegada de un mensajero que prepararía el camino para el Señor (Mal 3:1), la voz de Dios se silenció. No hubo nuevos profetas. No hubo nuevas revelaciones. Solo silencio.

Pasaron generaciones. El pueblo de Dios sufrió bajo la opresión. Esperaron. Oraron. Y seguramente se preguntaron: “¿Nos ha abandonado Dios?”.

Pero Dios no los había olvidado. En medio del silencio, estaba preparando el mundo para Jesús. El idioma griego se extendió, lo que hizo posible que el evangelio llegara a muchas naciones. El Imperio romano construyó carreteras, allanando el camino para los viajes misioneros. Y algunos miembros del pueblo judío, desesperados por la liberación, se volvieron más receptivos a la venida de Cristo.

Entonces, cuando llegó el momento adecuado, los gritos de un bebé rompieron el silencio de cuatrocientos años. Esta vez, Dios vino en carne y hueso. Pablo lo describe así: “Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo” (Ga 4:4). En lugar de hablar a través de profetas, Dios habló a través de Jesús, Su propio Hijo (Heb 1:1-2).

Durante esos siglos aparentemente silenciosos, Dios estaba alineando la historia para la llegada de Cristo, estableciendo un lenguaje común y estructuras políticas que permitirían la difusión del evangelio. Dios no estaba ausente en el silencio. Estaba preparando los corazones, las naciones y la historia para una liberación más allá de lo que habían esperado, un reino diferente a cualquier otro.

Uno de los silencios más prolongados de la historia bíblica fue el de los cuatrocientos años que transcurrieron entre los dos testamentos.

Silencioso, pero no ausente

El silencio de Dios a menudo se malinterpreta. Nos preguntamos si nos ha abandonado, si nos está castigando o si no le importamos. Cuando no tenemos respuestas, podemos llenar los vacíos nosotros mismos, atribuyendo motivos a Dios basándonos en lo que vemos. David se sintió abandonado cuando huía de sus enemigos y gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22:1). Pero Dios no había abandonado a David, y en Cristo, no nos abandonará a nosotros. No hay ningún lugar adonde podamos ir donde Él no esté con nosotros.

Los amigos de Job asumieron que su sufrimiento era un castigo, pero se equivocaron. El propio Job luchó con el silencio de Dios, preguntando: “¿Por qué escondes Tu rostro y me consideras Tu enemigo?” (Job 13:24). Anhelaba una explicación, pero no recibió ninguna. Sin embargo, al final, cuando Dios finalmente habló, la perspectiva de Job cambió, no porque obtuviera respuestas, sino porque encontró a Dios de una manera que nunca antes había experimentado. Humilde y asombrado, declaró: “He sabido de Ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). El silencio de Dios no era abandono, sino una invitación a una confianza más profunda.

A veces asumimos que el silencio de Dios significa que no le importa. Cuando Jesús se enteró de que Lázaro estaba enfermo, tardó en acudir, lo suficiente como para que Lázaro muriera. Pero Su demora no fue negligencia, sino amor (Jn 11:5-6). Dios siempre tiene un propósito en su tiempo, incluso cuando no lo entendemos.

No hay ningún lugar adonde podamos ir donde Él no esté con nosotros. / Foto: Envato Elements

La obra silenciosa de Dios

Debido a que sabemos que Dios no está ausente, ¿qué está haciendo mientras esperamos? Esto es lo que ha hecho y sigue haciendo en mi vida.

Ha aumentado mi confianza en Él. Cuando mis oraciones eran respondidas al instante, valoraba más los dones de Dios que a Él mismo. Quería el alivio más que a Dios. Pero Dios ha utilizado la espera para cambiar mi enfoque de las cosas de este mundo a las cosas de Dios.

Me ha enseñado a escuchar. La espera me ha llevado a profundizar en las Escrituras, ansiosa por escuchar Su voz. Escucho con más atención, tanto Su Palabra como la forma en que puede estar hablando a través de las circunstancias, de los demás y de Su voz suave y apacible.

Me ha recordado Su fidelidad. He escrito un diario durante años y, al mirar atrás, veo cuántas oraciones ha respondido, aunque rara vez en el momento que yo esperaba. Algunas respuestas fueron “no”, y otras aún las estoy esperando. Pero Su fidelidad está escrita en cada página.

Él me ha llevado a una dependencia más profunda. La incertidumbre me inquieta. Quiero algo tangible a lo que aferrarme cuando nada parece estable. Pero las soluciones rápidas no construyen una fe duradera. La espera despoja de todo excepto a Dios mismo, obligándome a apoyarme en Él en lugar de en las respuestas o los resultados. Oro más. Me aferro a Él. Y encuentro paz.

En la espera, Dios no está ausente. Nos forma, nos habla y nos enseña a depender solo de Él. / Foto: Envato Elements

Mira hacia el amanecer

Entonces, ¿cómo nos mantenemos firmes cuando la espera parece interminable? ¿Cómo podemos ver la espera como algo fructífero en lugar de un espacio vacío entre oraciones respondidas?

Aférrate a la Palabra de Dios. No hay mejor lugar para esperar que sumergido en la Palabra de Dios. El Salmo 130:5 nos recuerda: “Espero en el SEÑOR; en Él espera mi alma, y en Su palabra tengo mi esperanza”. Espéralo y espera en Su Palabra. Incluso cuando las Escrituras te parezcan áridas, sigue leyendo. Él sigue hablando.

Apóyate en las oraciones de los demás. Cuando tus propias oraciones se sientan débiles, deja que otros intercedan por ti. El mismo Espíritu Santo intercede con gemidos demasiado profundos para expresarlos con palabras (Ro 8:26). Pide a tus amigos que oren por ti, que te presenten ante Jesús mientras esperas. Es posible que necesites tomar prestada su fe por un tiempo cuando la tuya sea débil.

Aprende de los que te han precedido. Lee libros y testimonios de creyentes que entienden el sufrimiento, el anhelo y la espera. Sus palabras pueden ayudarte a mantenerte firme, recordándote que no estás solo. Ellos han atravesado la oscuridad y han descubierto que Dios es fiel, incluso cuando parece estar en silencio.

Corrie ten Boom, que soportó un sufrimiento inimaginable en un campo de concentración nazi, sabía lo que era sentarse en la oscuridad, sin saber lo que le deparaba el futuro. Ella capta lo que significa perseverar con esperanza: “Cuando un tren atraviesa un túnel y se hace de noche, no tiras el billete y saltas. Te quedas quieto y confías en el maquinista”.

Si estás atravesando un túnel oscuro, esperando en silencio, ten ánimo. No te han olvidado. Dios está obrando en tu espera. Está preparando algo más grande de lo que puedas imaginar.

El silencio no durará para siempre. Dios es digno de confianza. La aurora está llegando.


Publicado originalmente en Desiring God.

Vaneetha Rendall Risner

Vaneetha Rendall Risner es escritora independiente y colaboradora regular de Deseando a Dios. Ella bloggea en danceintherain.com, aunque no le gusta la lluvia y no tiene sentido del ritmo. Vaneetha está casada con Joel y tiene dos hijas, Katie y Kristi. Ella y Joel viven en Raleigh, Carolina del Norte. Vaneetha es el autor de Las cicatrices que me han dado forma: Cómo Dios nos recibe en el sufrimiento.

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