El poder de orar juntos: un llamado a la oración en comunidad

Orar juntos permite crecer y fortalecer la fe, así como amar más a Cristo. ¡Es una bendición de parte de Dios!
Foto: Envato Elements

Todo creyente desea intimidad espiritual con otros creyentes. Podemos llamarlo compañerismo, comunidad o vida en común. Dios no nos hizo para ser llaneros solitarios. Él nos salvó en la iglesia. Nos llamó a salir del reino de las tinieblas y a formar parte de las expresiones locales del cuerpo de Cristo.

Y, sin embargo, la comunidad espiritual sigue siendo difícil de conseguir. No ocurre por accidente. Es un don de Dios, que suele concedernos cuando cultivamos intencionadamente el afecto cristiano y la comprensión mutua. Entonces, ¿cómo podemos empezar a cultivar este tipo de vida en común?

Una manera probada de lograr este tipo de vida en común es que oremos juntos. ¿Qué mejor manera de estar más unidos con otros creyentes que reunirnos y exponer juntos nuestros corazones ante el trono de Dios? ¡Qué oportunidad y qué privilegio! Podemos acudir a Él en oración.

La oración compartida transforma las iglesias

Las experiencias compartidas ―un concierto, unas vacaciones, una aventura― crean un vínculo. Esos recuerdos suelen crear un afecto más profundo y duradero. Pueden ser un adhesivo relacional que mantiene unidas a las personas. Las citas y las vacaciones con mi esposa han reforzado nuestro matrimonio para los momentos en que la vida se pone difícil. Estos recuerdos compartidos crean ternura, comprensión y amor. En la iglesia, este tipo de vida compartida puede conducir al aprecio mutuo, la unidad y la confianza. Amo más a mis compañeros pastores cuando hemos soportado pruebas juntos, luchando codo con codo en la batalla espiritual.

La oración comunitaria puede ser esa experiencia compartida en una iglesia. No estoy abogando por ningún programa o evento en particular, sino por que la oración (formal e informal) llene tu iglesia y los haga estar unidos. Se podría pensar en estos momentos de oración como la sala de calderas de la iglesia. El calor y la calidez irradian cuando el pueblo de Dios se reúne para orar. He visto de primera mano cómo esta dependencia compartida de Dios transforma el espíritu y la cultura de las iglesias.

Cada domingo por la mañana en nuestra iglesia, un pequeño grupo se reúne en la sala de oración. El culto no empezará hasta dentro de 45 minutos, pero la comunión con el Señor ya ha comenzado. Nos reunimos para pedir a Dios que actúe para Su gloria y Sus propósitos. Cantamos juntos de Su gracia revelada en Cristo. Oramos por el predicador y pedimos que fluya la verdad de la Palabra de Dios. Clamamos por los santos que sufren, suplicando que encuentren consuelo. Oramos por nuestros visitantes y por nuestra gente, por nuestros barrios y por las naciones. Clamamos misericordia y confesamos nuestros pecados. Es un momento sagrado. Sin fanfarrias ni fuegos artificiales, pero una y otra vez, vemos que Dios viene, sale a nuestro encuentro y responde a nuestras oraciones.

Estos momentos de oración juntos crean un afecto semejante al de Cristo. ¿Qué pasaría si más iglesias se dedicaran a este tipo de oración?

El calor y la calidez irradian cuando el pueblo de Dios se reúne para orar. / Foto: Unsplash

La oración compartida une nuestros corazones

Orar juntos sirve como tejido conectivo dentro del cuerpo. El apóstol Pablo, en 1 Corintios 12, imagina la iglesia como un cuerpo físico. Cada creyente funciona como una parte vital u órgano de este cuerpo. Cada uno es único, pero todos están unidos bajo Cristo. Para estar sanos, entonces, se requiere diversidad dentro de esa unidad. Cada parte diferente debe trabajar junta. De lo contrario, el cuerpo se vuelve disfuncional y deja de funcionar.

Pablo escribe: “El ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’, ni la cabeza a los pies: ‘No te necesito’” (1Co 12:21). El cuerpo no puede funcionar como es debido sin cada una de sus partes: manos, cabeza, pies, oídos u ojos. Cada parte es indispensable. Sin embargo, ¿cómo conseguimos que las distintas partes funcionen juntas? ¿Cómo cultivamos esta inusual unidad, afinidad y cooperación? Oramos juntos.

Cuando oramos juntos, Dios une nuestros corazones. En la oración, los motivos y deseos de mis hermanos y hermanas están a la vista. Me hago una idea de las profundidades de su fe. Veo su corazón compasivo. Oigo su amor por los perdidos. Percibo su afecto por Cristo. Percibo su fe firme. Nos comprendemos unos a otros, y esa comprensión es fundamental para un amor auténtico y duradero.

La oración también pone en marcha esta unidad. Las alabanzas de un hermano me incitan al amor y a las buenas obras. Las peticiones de una hermana me interpelan y me animan. Las oraciones de otros me convencen de mis propios defectos. Las confesiones de algunos hacen brotar en mi corazón la acción de gracias. En resumen, recibo la gracia mientras escucho las oraciones de los demás. Las diversas oraciones del cuerpo revelan la gloria de Dios y Sus obras como un maravilloso caleidoscopio. Vemos y oímos mucho más de lo que podríamos haber visto de otro modo, y esto nos inspira a vivir más plenamente para Cristo.

Cuando oramos juntos, Dios une nuestros corazones. / Foto: Jack Sharp, en Unsplash

La oración compartida multiplica el gozo

Dietrich Bonhoeffer, en Vida en comunidad, comenta por qué un creyente necesita a otros creyentes. Dice:

El Cristo de tu propio corazón es más débil que el Cristo de la palabra de tu hermano; tu propio corazón es incierto, el de tu hermano es seguro.

(p. 12)

¿Has tenido momentos así, cuando necesitas el corazón más fuerte, más lleno, más alegre de un amigo? Muy a menudo, Dios nos trae el aliento que necesitamos a través de otra persona. Conocemos la verdad intelectualmente, pero cuando oímos a otros que la creen y se regocijan en ella en voz alta, la verdad puede calar con una fuerza aún mayor. Su gozo, con frecuencia, nos imparte gozo.

Esta dinámica se repite una y otra vez cuando oramos juntos. Dios llama a un corazón sediento a través de las oraciones de otro creyente. Cuando nos faltan las palabras para orar, podemos decir amén a las oraciones de otra persona. Cuando nuestra compasión se enfría, podemos unirnos al llanto sincero de una hermana. Con frecuencia, encuentro que mi corazón se vuelve cálido junto a las oraciones de los que me rodean. Ellos lo han dicho, pero mi corazón y mi espíritu se elevan para estar de acuerdo. Basándose en una imagen de C. S. Lewis, Tim Keller escribe:

Al orar con amigos, podrás oír y ver facetas de Jesús que aún no has percibido… Conocer al Señor es comunitario y multiplicativo, por lo que debemos orar y alabar juntos. De ese modo, “cuanto más compartamos el Pan Celestial entre nosotros, más tendremos todos”.

(La oración, p. 119)
Dios llama a un corazón sediento a través de las oraciones de otro creyente. / Foto: Doidam10, en Canva Pro

Oímos y vemos más a Cristo a través de los demás creyentes, especialmente a través de sus oraciones. Orar con los demás es un don que Dios nos concede en beneficio de nuestra fe. Aviva nuestras mentes, fortalece nuestros corazones y da poder a nuestras manos.

Ningún cristiano anda bien solo. Ningún creyente se sostiene solo. Ningún hijo de Dios lucha solo y vive. Así pues, dedíquense a la oración. Pónganse de rodillas juntos, y busquen una unidad sobrenatural y de pensamiento en común. Dejen que Jesús una sus corazones a los de los demás mediante la adoración, la confesión, la acción de gracias y la súplica. Orar juntos aviva las llamas de la alegría. ¿Qué podría hacer Dios en tu iglesia si se comprometieran a orar más juntos?


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Steven Lee

Steven Lee es el Pastor de Predicación y Visión en la Iglesia del Norte en Mounds View, Minnesota, donde vive con su esposa, Stephanie, y sus cinco hijos. Se graduó en el Bethlehem College & Seminary.

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