En el mes de marzo de 2019 tuve dos experiencias muy alentadoras e instructivas para mi vida y para mi ministerio pastoral, ambas en una misma semana. Primero fue la oportunidad de ser quien debió enseñar a niños de entre ocho y once años en un campamento cristiano. Durante tres días seguidos tuve este auditorio precioso oyendo enseñanzas sobre la palabra de Dios. Seguido a esto fue la gran responsabilidad de enseñar a más de trescientos pastores en una conferencia de carácter nacional. El contraste fue imposible de ignorar. Dos grupos de personas completamente diferentes bajo la enseñanza del mismo libro divino. Mientras estaba lejos de mi ciudad, mi gente y mi iglesia, y especialmente cuando estaba enseñando a tanta cantidad de pastores, mi mente voló hacia una familia que vive a cien kilómetros de nuestra congregación y que solamente puede congregarse cada quince días. Ellos viven en el campo, y cuando vienen es porque su yerno y su hija recorren seiscientos kilómetros ida y vuelta para traerlos a fin de que ellos puedan participar del culto. Cuando visito a este matrimonio con mi esposa es para enseñar de la palabra de Dios en un lugar donde el silencio es el espectador infaltable. Cuando regresé de la conferencia y tocó en turno la visita al campo, sólo cinco personas nos reunimos en la sala de ese hogar; el matrimonio, su hija, mi esposa y yo. Allí se enseñó la Palabra y allí fuimos testigos del llanto de la dueña de casa al orar luego de la enseñanza agradeciendo a Dios por haber entendido un poco más lo que significaba que el Señor estuviera interesado en sus vidas. Allí, oyendo esa oración, pensé: “Este es el lugar donde Dios me ha puesto, no frente a trescientos pastores, sino frente a personas sencillas que tienen sed de Dios.”
Recordando nuestra vocación
La biblia describe nuestro llamado de parte de Dios en al menos dos etapas principales. En primer lugar, es el llamado al arrepentimiento. Somos llamados por el evangelio a este fin; Jesús dijo que “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Lucas 5:32). El mensaje del apóstol Pablo siempre fue acerca del “arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.” (Hechos 20:21). Una vez que el evangelio ha obrado en nuestros corazones, existe un segundo llamado que tiene que ver con aquello específico que Dios ha preparado de antemano, “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.” (Efesios 2:10) Pero siempre debemos recordar que ambos llamados son llamados hacia Dios mismo, este es el principio inmutable que la biblia deja bien en claro, “Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro.” (1 Corintios 1:9). Cuando una obra ocupa el lugar de Dios entonces estamos más ocupados en la obra del Señor que en el Señor de la obra. Dios es nuestro principal llamado y nuestro principal objetivo. Siempre. Cuando esto se pierde de vista la tendencia será a ocuparnos en labores y desocuparnos de la devoción.
Afinando la visión del llamado
Uno de los textos más fascinantes de las escrituras se encuentra en Hechos 16:6-9 “Pasaron por la región de Frigia y Galacia, habiendo sido impedidos por el Espíritu Santo de hablar la palabra en Asia, y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Y pasando por Misia, descendieron a Troas. Por la noche se le mostró a Pablo una visión: un hombre de Macedonia estaba de pie, suplicándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. “Fíjate lo que ocurrió, cuando Pablo fue llamado al ministerio junto con Bernabé, el Espíritu Santo dijo expresamente: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.” (Hechos 13:2). Ese fue un llamado inicial y general; pero ahora, en Hechos 16, el Espíritu Santo está dando instrucciones específicas. Es importante aprender a ser sensibles a aquello que Dios va desarrollando en un ministerio particular. No perderse entre los laureles de una gloria o reconocimiento pasajero, pero enfocarse diligentemente en descubrir la voluntad de Dios para las ocasiones particulares. Es allí donde Dios quiere que se desarrollen “las buenas obras de antemano que Dios preparó” (Efesios 2:10) Debemos tener cuidado en pensar que en el ámbito espiritual grandes cosas son grandes cosas y que pequeñas cosas son pequeñas cosas. Hay claras evidencias de que Dios tiene otra escala de valores. Mientras los discípulos del Señor le indicaban a Jesús acerca de las grandes piedras y edificios (Mt. 24:1), el Señor mismo les enseñaba que había gozo en los cielos “por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:10). La obra en Filipos comenzó con un grupo de mujeres orando. La carta a Filemón surgió de un esclavo preso convertido por la evangelización de Pablo en la cárcel. Dios usualmente obra a través de instrumentos y situaciones que el hombre jamás escogería.
Invirtiendo en lo pequeño porque es lo realmente grande
Seguramente nadie recuerda a Sama. Él fue un valiente de David. ¿Sabes qué es lo que se registra de él en la palabra de Dios, su victoria épica? Aquí lo tienes: “Después de él, fue Sama, hijo de Age ararita. Los filisteos se habían concentrado en tropa donde había un terreno lleno de lentejas, y el pueblo había huido de los filisteos. Pero él se puso en medio del terreno, lo defendió e hirió a los filisteos; y el Señor concedió una gran victoria.” (2 Samuel 23:11) ¡Un terreno de lentejas! Para Sama, esto fue un tesoro digno de defender y ninguna otra cosa ocupó su fuerza sino defender este terreno de lentejas. Creo que la analogía es suficientemente gráfica. Cada uno de nosotros tenemos “un terreno de lentejas” para defender. No estamos en el palacio, no accederemos al trono, pero ningún otro puede hacer el trabajo al que Dios nos ha llamado en manera particular.
Las conferencias y los campamentos son hermosas oportunidades para servir, pero no son el ministerio periódico, no son los lugares donde están los que precisan de nuestra ayuda, nuestros oídos, nuestras lágrimas y nuestro tiempo.
Luego de su primer viaje misionero, Pablo dijo a Bernabé: “Volvamos y visitemos a los hermanos en todas las ciudades donde hemos proclamado la palabra del Señor, para ver cómo están.” (Hechos 15:36) ¡Qué gran expresión! “para ver cómo están” Ese es un trabajo silencioso y que no puede hacer ningún otro sino aquel que ha servido a las minorías y tiene una labor para continuar. ¿Estás involucrado en una tarea particular en tu iglesia? ¿Tienes alguien a quien instruir o discipular? Nunca lo dejes. Nunca lo cambies por las luces de la popularidad. El cielo nos conoce, y eso es suficiente porque es lo único que vale, es donde se guardan registros no perecederos de la labor por causa del nombre de Jesús. Digo la verdad, cuando subí al púlpito y vi a una multitud de pastores, en mi mente se dibujó la imagen de una familia sentada alrededor de la palabra de Dios listos a escuchar a cien kilómetros de mi hogar. Allí es donde Dios me ha colocado. ¿Y a ti?