Habíamos llegado unos días antes a la casa de vacaciones que mis abuelos tenían en la costa. Mi mejor amigo y yo estábamos entusiasmados por la oportunidad de compartir ese tiempo con toda la energía y la diversión que la juventud nos pudiera proporcionar. Pero la playa no era el lugar más adecuado para un par de jóvenes con sus hormonas en franco desarrollo, y los ojos batallaron incansablemente. Cuando el abuelo llegó, no tardó mucho tiempo en llevarnos a un lugar apartado, sentarnos a cada uno a su lado y abrir las escrituras en Génesis 39. Sabíamos de qué se trataba la historia pues teníamos el hábito de leer la Biblia; pero el abuelo, como un patriarca con sabiduría, nos recordó los peligros de las tentaciones sexuales, la inmoralidad y el pecado en general. Sobre todas las cosas, él nos hizo notar que José huyó de la tentación no por ser un cobarde sino porque poseía una virtud esencial para ello: domino propio.
La sexualidad es un don de Dios
Dios, como creador de todo, según vemos en el relato del libro de Génesis, puso cada cosa en su lugar para que cumpliera el propósito para el cual los creó: los cielos y todos sus elementos; la tierra y todas sus criaturas y plantas; el mar y todos sus seres vivos. Así también, Él estableció el sexo para un propósito definido y con límites establecidos. Por tal motivo, el matrimonio constituye la frontera para su uso y deleite (Gn. 2:24). Los deseos sexuales son absolutamente naturales y buenos, porque Dios los ha creado para que cumplieran el fin señalado dentro del matrimonio. Sin embargo, el matrimonio no es un salvoconducto para sosegar el deseo sexual, no contiene un elixir que elimina la inclinación natural del corazón a sobrepasar los límites fundacionales. El hombre casado sigue batallando con las tentaciones, e incluso, dentro de su propio matrimonio, pueden existir conflictos íntimos que pongan en riesgo la relación del esposo y la esposa. Ante estas circunstancias, la tentación a una relación prohibida con otra mujer o a la auto-gratificación por medio de prácticas como la masturbación o la pornografía, no es para nada algo fuera de lo común en este mundo caído.
Cisternas que pueden retener el agua
Mucho se ha escrito y hablado sobre la forma de controlar estos apetitos fuera de lugar. Por ejemplo, existen filtros y bloqueadores para la computadora que limitan la visita a páginas inmorales, pero ¿es esa la solución para el problema? ¿No será otra forma más de dependencia? Por eso y tantas otras razones es imprescindible que los hombres cristianos no busquen «cisternas agrietadas que no retienen el agua» (Jer. 2:13). En lugar de eso, la palabra de Dios es una fuente segura porque nos habla del dominio propio que es el método divino para contrarrestar la tentación sexual, y, cualquier otra tentación. Es una posesión preciada que viene con la presencia del Espíritu Santo, «mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio» (Gál. 5:22). Claro está que, aunque «las cosas viejas pasaron; [y] he aquí, son hechas nuevas» (2 Cor. 5:17), el creyente debe «golpear su cuerpo y hacerlo esclavo» (1 Cor. 9:27). Si es un hombre casado, el cristiano debe mirar con atención todo aquello sobre lo que la Biblia le informe sobre la relación conyugal, es decir, necesita una teología bíblica sobre el sexo dentro del matrimonio, para que esas directrices le proporcionen la información que alimentará saludablemente a su dominio propio. Debe «poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios» (1 Tes. 4:4-5); tiene que recordar que «no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer [su esposa]» (1 Cor. 7:4), lo cual incluye que no puede disfrutar su sexualidad aparte de su relación con ella, porque es ella quien tiene el derecho de su cuerpo. Es necesario que haga memoria de que su esposa es quien debe embriagarlo siempre con su amor (Pr. 5:19) y ninguna otra mujer. Todos estos y muchos otros forman parte de una teología bíblica que fortalecen el desarrollo y la práctica del dominio propio con relación a su sexualidad, textos de los cuales el Espíritu Santo se vale para hacer notar este fruto en la vida del hombre cristiano casado. Pero si es un hombre soltero, el sexo no debería significar algo que le proporcione identidad como hombre fiel, sino Cristo y su amor a Él. La continencia de un hombre soltero posee su fuente en el mismo lugar que la del hombre casado: El evangelio.
Cuidado con el legalismo
Es cierto que el dominio propio requiere de la disciplina y el ejercicio de la piedad; también es cierto que expresiones como las de Jesús de sacarse un ojo o cortarse una mano, no son literales, pero sí encierran la idea de una clara determinación por parte de, en este caso, un hombre cristiano. El dominio propio es parte del fruto del Espíritu y la responsabilidad del cristiano en añadirlo a su fe; es un sinergismo necesario en el peregrinaje por un mundo caído que lo ve como algo que aterroriza la conciencia (Hch. 24:25). Pero el dominio propio no es un fin en sí mismo para la contención en la sexualidad; no es una serie de reglas que hacen del hombre cristiano un miserable e infeliz; más bien es un peldaño en la escalera de santificación que se motiva buscando agradar a Dios, no tratando de ganar su favor. El hombre cristiano practica el dominio propio en su sexualidad no porque quiera obtener el favor de Dios, sino como resultado de haberlo obtenido.
La iglesia tiene su parte
Ningún hombre cristiano puede experimentar un dominio propio aislado del cuerpo de Cristo; el autor de Hebreos dice que debemos exhortarnos «los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado» (He. 3:13). No podemos exhortarnos a nosotros mismos, necesitamos de otros; hace falta la iglesia que también es la que nos ayuda en «cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras» (He. 10:24). Esto requerirá de sinceridad, transparencia, consejería y también de perdón. La iglesia es el lugar indicado para el desarrollo saludable del dominio propio en la sexualidad del hombre cristiano y ningún hombre cristiano debe jamás jugar al «Llanero solitario» suponiendo que, en su caso particular le dará resultado. La iglesia es donde el evangelio se vive y se practica, y este evangelio nos recuerda que Dios no nos ha dado «espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Ti. 1:7), eso que el abuelo nos recordó con tanto cariño y solemnidad a mi amigo y a mí.