Mis recuerdos más tempranos giran en torno a viajes de pesca con mi padre. Él me enseñó cómo poner el cebo en el anzuelo, lanzar el hilo y capturar un pez gato sin morir en el intento. Pero pescar no fue todo lo que aprendí. Aprendí acerca de mi padre. Aprendí cómo caminaba, cómo hablaba, cómo contaba chistes, cómo oraba, cómo hablaba a las otras personas y cómo siempre pensaba en mi madre cuando íbamos de vuelta a casa en el automóvil. Más que pescar, aprendí cómo ser un hombre. Incluso en la actualidad, las lecciones que aprendí de mi padre influyen en mi manera de vivir y de amar a los demás. El tiempo con mi padre fue una forma de discipulado. Él lideraba y yo le seguía. ¿Qué es un discipulado bíblico? De todas las preguntas con las que los cristianos tienen que batallar, esta es una de las más importantes. Ser discípulos de Jesús llega al mismo corazón de quiénes somos y qué deberíamos estar haciendo con nuestras vidas. En este artículo sugiero que el discipulado —ayudar a otros a seguir a Jesús— fluye directamente de ser un discípulo de Jesús. Los discípulos son llamados a seguir a Cristo y seguirle significa ayudar a otros a hacer lo mismo. ¿Eres un discípulo que hace discípulos?
Los discípulos siguen a Jesús
Cuando nos encontramos con Jesús, nos encontramos con un hombre que nos llama a venir y a morir (Mr. 8:34-35). Y él nos llama a seguirle y a aprender de él (Mt. 4:19; 11:29). No importa si somos inteligentes o simples, ricos o pobres, jóvenes o mayores, asiáticos, africanos o americanos. El único requisito es que nos arrepintamos de nuestra rebelión contra nuestro Creador y que nos aferremos a él a través de la fe (Mr. 1:15; 1 Ts. 1:9). Si hacemos esto, se nos promete el perdón de nuestros pecados y la reconciliación con Dios (Col. 1:13-14; 2 Co. 5:17-21). Jesús nos llama a venir y a morir, para que podamos tener vida. Aquellos que siguen a Jesús por la fe son conocidos como sus discípulos. Algunos sugieren que los discípulos son los súper cristianos que trabajan para Jesús, mientras que los cristianos son los creyentes normales. La Escritura, sin embargo, no ofrece ninguna base para esta distinción (cf. Mt. 10:38; 16:24-28; Mr. 8:34; Lc. 9:23, 57-62; Jn. 10:27, 12:25-26). O estamos siguiendo a Jesús o no lo estamos haciendo; no hay término medio (Mt. 12:30).
Los discípulos imitan a Jesús
En el centro de lo que significa seguir a Jesús está el llamado a imitarle y a ser una réplica suya. Como discípulos, somos llamados a imitar el amor de Jesús (Jn. 13:34), su misión (Mt. 4:19), su humildad (Fil. 2:5), su servicio (Jn. 13:14), su sufrimiento (1 P. 2:21) y su obediencia al Padre (1 Jn. 2:3-6). Puesto que es nuestro Maestro, debemos aprender de Él y luchar en el poder del Espíritu Santo para llegar a ser como Él (Lc. 6:40). Este crecimiento en semejanza a Cristo es una labor de toda una vida y es impulsado por la esperanza de que un día le veremos cara a cara (1 Jn. 3:2-3).
Los discípulos ayudan a otros a seguir a Jesús
A medida que seguimos a nuestro Señor, aprendemos rápidamente que parte de la imitación consiste en la réplica. Tener una relación personal con Jesús es algo magnífico, pero queda incompleto si termina en nosotros. Parte de ser su seguidor es ayudar de forma intencionada a otros para que aprendan de Él y lleguen a ser más como Él. Como un amigo mío dijo: «Si no estás ayudando a otras personas a seguir a Jesús, no sé qué quieres decir cuando dices que estás siguiendo a Jesús». Ser su seguidor significa ayudar a otros a seguirle. Ser un discípulo que hace discípulos ocurre de dos maneras específicas. Primero, somos llamados a evangelizar. La evangelización es decir a la gente que no sigue a Jesús lo que significa seguirle. Hacemos esto proclamando y representando el evangelio en nuestro barrio y entre las naciones (Mt. 28:19-20). Nunca debemos olvidar que Dios nos ha puesto en familias, lugares de trabajo y círculos de amigos en los que estamos para que proclamemos el evangelio de la gracia a aquellos que caminan hacia el infierno separados de Cristo. Debemos ayudar a las personas a aprender cómo empezar a seguir a Jesús. El segundo aspecto de hacer discípulos es ayudar a otros creyentes a crecer en semejanza a Cristo. Jesús ha diseñado su iglesia para que sea un cuerpo (1 Co. 12), un reino de ciudadanos y una familia en la que los miembros se edifican mutuamente de forma activa hacia la plenitud de Cristo (Ef. 2:19; 4:13, 29). Somos llamados a instruirnos los unos a los otros acerca de Cristo (Ro. 15:14) e imitar a otros que le están siguiendo (1 Co. 4:16; 11:1; 2 Ts. 3:7, 9). Como discípulos, debemos entregarnos intencionadamente a otros discípulos para que también ellos puedan entregarse a otros (2 Ti. 2:1-2).
Los discípulos construyen relaciones
El discipulado no ocurre automáticamente. Debemos ser intencionales en cuanto a cultivar relaciones profundas y honestas en las que hagamos bien espiritual a otros cristianos. Aunque podemos tener relaciones de discipulado en cualquier lugar, el sitio más natural para ello es la comunidad de la iglesia local. En la iglesia, los cristianos tienen el mandamiento de reunirse de forma regular, estimularse los unos a los otros a ser como Cristo y protegerse mutuamente del pecado (He. 3:12-13; 10:24-25). Las relaciones de discipulado que surgen de este tipo de comunidad comprometida deberían ser tanto estructuradas como espontáneas. Cuando estudiamos la vida de Jesús, vemos que Él enseñó formalmente a sus discípulos (Mt. 5-7; Mr. 10:1) mientras que también les permitió observar su obediencia a Dios viviendo juntos (Jn 4:27; Lc. 22:39-56). De la misma forma, algunas de nuestras relaciones de discipulado deberían ser estructuradas. Tal vez dos amigos deciden leer un capítulo del Evangelio según Juan y luego comentarlo tomando un café o mientras van al gimnasio. Quizá dos hombres de negocios leen un capítulo de un libro cristiano cada semana y después lo comentan un sábado mientras pasean por el vecindario con sus hijos. A lo mejor dos parejas quedan una noche al mes y hablan acerca de lo que la Biblia dice sobre el matrimonio. Tal vez una señora mayor invita a una mujer soltera más joven a casa el martes por la tarde para orar y estudiar una biografía de algún cristiano. Quizá una madre pasa tiempo en el parque con otras madres cada semana. Independientemente del formato, parte de nuestro discipulado debería implicar tiempos planificados de lectura, de oración, de confesión, de ánimo y de desafío mutuo para ser más como Cristo. El discipulado también puede ser espontáneo. A lo mejor unos amigos van al cine y toman un helado después para comparar el mensaje de la película con lo que dice la Biblia. Quizá un padre y un hijo se sientan en un porche y reflexionan sobre la gloria de Dios reflejada en una puesta de sol. Tal vez invitas a unos visitantes de la iglesia a comer y les preguntas cómo llegaron a conocer a Jesús. Siempre necesitamos ser intencionales, pero no siempre necesitamos tener una estructura. De hecho, Deuteronomio 6 nos muestra que el discipulado ocurre «estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes» (v. 7). Cada momento presenta una oportunidad para hablar acerca de quién es Dios y qué está haciendo. Puesto que siempre estamos siguiendo a Jesús, siempre tenemos la oportunidad de ayudar a otros a que también lo sigan.
Los discípulos dependen de la Gracia
Si bien es cierto que un discípulo de Jesús debería ayudar a otros a seguir a Jesús, debemos recordar en todo momento que aparte de la sustentadora y fortalecedora gracia de Dios no podemos hacer nada (Jn. 15:5). Ya seas un pastor, un fontanero, un policía o un padre que se queda en casa, jamás te graduarás de tu necesidad de la gracia de Dios. Mientras seguimos a Cristo y ayudamos a otros a seguirle, nos damos cuenta constantemente de que necesitamos gracia. Fallamos. Pecamos. Batallamos. Pero, gracias a Dios, su gracia abunda para con sus hijos. Esta es la buena noticia mientras buscamos seguir a Jesús juntos y ser transformados a su gloriosa imagen (2 Co. 3:18). Sigamos a Cristo fielmente y ayudemos a otros a hacer lo mismo hasta que le veamos cara a cara. ¡Ven pronto, Señor Jesús!