Independientemente de todo lo que aprendemos sobre la vida de la iglesia, aprendemos rápidamente que a veces vendrá con conflicto. Después de todo, somos pecadores que intentan vivir en comunidad con otros pecadores. Es inevitable que surjan problemas, es inevitable que haya palabras de enojo, malentendidos desafortunados e insultos no intencionales. Aunque muchas grandes bendiciones vendrán a través de la iglesia local, también habrá verdaderas tristezas.
Pero, Dios no nos ha dejado sin herramientas cuando se trata de enfrentar esos conflictos de una manera saludable y sanadora. Salomón dice: “La discreción del hombre le hace lento para la ira, y su gloria es pasar por alto una ofensa” (Pro 19:11), y Pedro indica que: “Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados” (1P 4:8). La gran mayoría de las ofensas deben pasarse por alto, cubrirse con amor y olvidarse. Pero a veces la ofensa es seria y el daño grave, y en esos momentos debemos seguir las instrucciones de Jesús en Mateo 18:15-20.
Una forma bíblica de confrontar la ofensa
Mateo 18:15-20 establece el proceso ordenado por Dios a través del cual una persona contra la que se ha pecado puede identificar ese pecado ante el ofensor y ver restaurada una relación tensa, distanciada o completamente destrozada. Es un proceso sencillo. Primero acércate a la persona a solas, describe la ofensa y dale la oportunidad de expresar remordimiento y pedir perdón. Si esto no funciona, presenta la situación a la atención de dos o tres testigos, y luego a toda la iglesia. Si aún así la persona no se arrepiente, la falta de remordimiento es una prueba de que él o ella no es cristiano y debe ser removido de la membresía de la iglesia local. Los cristianos, después de todo, deben ser “amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo” (Ef 4:32). Quienes se niegan a buscar el perdón de los demás prueban que no han experimentado el perdón de Dios.
Este proceso debe ser familiar para todos los miembros de cualquier iglesia local. Cuando un pastor es abordado por miembros de la iglesia que han sido agraviados de una u otra forma, su primera respuesta debe ser dirigirlos a este texto, confiando en que es el medio de Dios para lograr la reconciliación relacional. Y la mayoría de las veces lo consigue.
La ofensa, el amor y la mano dura
Sin embargo, debemos tener cuidado, ya que este proceso a veces se puede usar de forma incorrecta. Puede usarse con demasiada frecuencia y puede crecer una cultura en la que nadie está dispuesto a pasar por alto ninguna ofensa. Puede usarse con tan poca frecuencia que puede crecer una cultura de miedo al hombre en la que las personas se niegan a confrontar incluso el pecado más atroz. Puede usarse de una manera tan amplia, que se aplica a delitos penales que son, por derecho propio, jurisdicción del estado, no de la iglesia. Puede abandonarse completamente en favor de métodos mundanos de pacificación que evitan la sabiduría divina detrás del mismo. Pero también puede usarse con mano dura, y es aquí donde es importante establecerlo dentro de su contexto.
Si bien a veces resumimos este proceso como “Mateo 18”, como diciendo: “¿Has seguido Mateo 18?”, en realidad es solo una pequeña parte de un capítulo más amplio y de un libro mucho más extenso. Aunque es útil extraer estos versículos y seguirlos como un proceso independiente, se trata de un proceso proporcionado dentro de un contexto y es crucial que no perdamos eso de vista. Al regresar al principio del capítulo, vemos a Jesús dirigiéndose a los discípulos mientras discuten acerca de cuál de ellos es el mayor en el reino de los cielos. Los llama a ser contra culturalmente humildes y como niños. A continuación, vemos a Jesús llamándolos a realizar un tipo de autoexamen y acción radical que nos haría preferir perder una mano o un ojo antes que usarlos con propósitos pecaminosos. Luego llegamos a la parábola de la oveja perdida que describe el corazón quebrantado y el cuidado amoroso del pastor que busca a su corderito perdido y se regocija cuando lo encuentra.
Entonces, y solo entonces, llegamos a este proceso o método de reconciliación. Cuando Jesús dice cómo restaurar las relaciones, ha puesto una mesa de ternura. Ha establecido un contexto de mansedumbre. Ha hablado de la necesidad de tener una especie de duda sana acerca de uno mismo que reconozca cuán ciegos podemos estar ante nuestras propias faltas. Pronto pasará a decir que debemos estar dispuestos a perdonar a los demás no una o dos veces, sino un número infinito de veces. El proceso en su contexto se ve muy diferente del proceso sacado del contexto.
Al considerar este proceso como parte de un texto más amplio, vemos que todo se trata de amor. No es un martillo para golpear la cabeza de un ofensor. No es un medio para tener poder sobre otra persona exigiendo o negándole el perdón. No es un medio a través del cual el liderazgo de una iglesia pueda manipular a sus miembros amenazándolos con la excomunión. Más bien, es una forma de amor, la tierna búsqueda del bien de la otra persona, en la que la ofensa simplemente brinda la necesidad y la oportunidad. Es imitar al pastor amoroso que se dispone a encontrar y traer de vuelta a sus ovejas. Es expresar humildad y proteger la unidad. Es amor y debe hacerse con amor.
Por lo tanto, si el proceso se lleva a cabo con mano dura, se está haciendo mal. Si se está haciendo de manera amenazante o sin amor, se está haciendo mal. Es correcto y consistente con las palabras y la voluntad de Jesús solo si está marcado por el amor.
Este artículo fue publicado originalmente en Challies.