De mis padres y abuelos aprendí el dicho: “En casa de herrero, cuchillo de palo”. Se supone que el herrero debe tener el mejor de los cuchillos porque es la persona que trabaja con metal y da filo a los cuchillos de todas las personas en la comunidad. Sin embargo, algunos herreros tienen los peores cuchillos porque descuidan ejercer su experiencia para el beneficio de su propio hogar. ¿Es posible que ese dicho sea realidad en la vida de aquellos que creemos y enseñamos la sana doctrina? ¿Es posible que aquellos que creen y enseñan buena doctrina lleven vidas que deshonren a Dios? Siempre he creído firmemente que tener una doctrina correcta te lleva a vivir una vida correcta delante de Dios. Verdades te llevan a vivir la verdad, pero errores te llevan a vivir en error. Sin embargo, al analizar mi propia vida y al escuchar acerca de muchos hombres y mujeres que, aún creyendo doctrinas correctas, han pecado – algunos catastróficamente, me pregunto si estoy equivocado al pensar que doctrinas en orden producen, automáticamente, vidas en orden. ¿Es posible tener una doctrina correcta y al mismo tiempo vivir deshonrando a Dios? Examinemos tres ejemplos de la Escritura.

  1. Los escribas

Cuando Jesús entró oficialmente en escena después de su bautismo (Mateo 4), se encontró con varios grupos religiosos. Entre otros, podemos mencionar a los escribas, los saduceos y los fariseos. Los saduceos no creían en la resurrección ni en los ángeles ni en lo sobrenatural (Lucas 20:27). Su filosofía se resume en esta frase: «Vive tu vida, porque cuando mueras todo termina». Un grupo de saduceos llegó a Jesús unos días antes de su crucifixión para preguntarle acerca de la resurrección, con el propósito de atraparlo en una falta y tener razones para acusarle y destruirle. El caso que presentaron a Jesús fue el siguiente: una mujer se casó siete veces con hermanos que no pudieron tener hijos (cumpliendo así la ley del levirato de Deuteronomio 25:5). En el cielo, ¿quién será el esposo de la mujer? Los saduceos estaban, implícitamente, burlándose de la doctrina de la resurrección. Pero Jesús les respondió: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios”. Su falsa doctrina apoyada por una mala interpretación del Pentateuco les había llevado a creer y a vivir en error. Jesús les muestra con una correcta interpretación de Éxodo 3:6 que “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32), afirmando que la resurrección es una doctrina correcta. Los escribas, quienes sí creían en la resurrección, le respondieron a Jesús: “Maestro, bien has dicho” (Lucas 20:39). ¡Doctrina en orden!, ¿y qué de sus vidas? Jesús mismo nos da la respuesta: “Guardaos de los escribas… que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación” (Lucas 20:46-47). ¡Vidas en desorden! Jesús expuso la codicia sin escrúpulos que practicaban los escribas. Ellos servían a menudo como planificadores de los bienes de las viudas, lo cual les daba la oportunidad de convencer a estas mujeres angustiadas que ellas servirían a Dios apoyando económicamente el templo o su propio trabajo santo de copiar la ley de Dios. El escriba se beneficiaba monetariamente y robaba el legado económico que los esposos habían dejado a sus viudas (John MacArthur). Los saduceos vivían en error porque habían creído error. Los escribas vivían en error, a pesar de que su doctrina acerca de la resurrección era correcta.

  1. Los corintios

Ahora meditemos en la vida de nuestros hermanos corintios. Ellos habían tenido tres de los más reconocidos maestros de la iglesia primitiva. El Apóstol Pablo, el Apóstol Pedro y Apolos habían sido algunos de los más notables pastores del primer siglo (pausa por un momento para reflexionar en esto: los corintios habían estado bajo la enseñanza y el liderazgo de Pablo, Pedro y Apolos). Los asistentes de estos tres grandes hombres de la fe  en Corinto fueron Silas, Timoteo, Priscila y Aquila, entre otros. Debido a tan completa enseñanza, los corintios eran hermanos que tenían buena doctrina. Su fundamento en la fe estaba bien formado. Aunque los de Corinto tenían dudas y confusión acerca de algunas doctrinas (los dones espirituales y la resurrección, por ejemplo), el mayor problema de la congregación en Corinto no era doctrinal (como fue el caso de los Gálatas). El mayor problema de esta iglesia era moral. El pecado, la carnalidad y la mundanalidad estaban ahogando el testimonio de la iglesia, a pesar del gran legado teológico que habían recibido.

  1. Satanás y sus demonios

Satanás tiene buena doctrina. De hecho, él conoce la Biblia muy bien – su conocimiento de la Escritura es más avanzado que el del creyente más maduro. Pero su buena doctrina no le salva ni le guía hacia la obediencia a Dios. Considera estas palabras de Santiago: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (2:19). En las narraciones que nos dejaron Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los demonios reconocían la procedencia de Jesús y su deidad (por ejemplo, Marcos 5:6-7). Creo que esto significaría un 100% en un examen de Teología Propia y Cristología. Sin embargo, esto no redime a los demonios ni les lleva a vivir en obediencia al Creador.

Sana Doctrina y Obediencia: Estamos llamados a luchar por ambas

Dios nos llama a conocer, amar, enseñar y defender la sana doctrina. Al mismo tiempo, el Señor nos ha llamado a luchar en contra del pecado en nuestras vidas y vivir en santidad delante de Él y de aquellos que nos rodean. Satanás es muy astuto y puede engañarte llevándote a cualquier extremo: por un lado, puedes olvidarte de la sana doctrina deseando vivir en obediencia – lo cual es imposible; por el otro, puedes interesarte por la buena doctrina sin hacer morir el pecado en tu vida – lo cual te lleva a la hipocresía. Las palabras de Pablo a Timoteo resuenan con la misma autoridad para todos nosotros: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1 Timoteo 6:16). Nunca debemos descuidar nuestra doctrina. Estamos llamados a conocer a Dios, entender la salvación, comprender la obra de Cristo, ser capaces de explicar el trabajo del Espíritu Santo y alegrarnos al recordar las doctrinas de la gracia. Pero al mismo tiempo, debemos cuidar nuestra vida. Estamos llamados a hacer morir la lujuria, el chisme, la falta de contentamiento, la fornicación, el lenguaje que no edifica, las detracciones, la glotonería, la mentira, la procastinación, el orgullo y la impaciencia, entre muchos otros pecados.

Algunos Consejos

¿Cómo cultivar una vida de obediencia a Dios? Te recomiendo que comiences recordando el evangelio. Cuando estábamos muertos en pecados y en la incircuncisión de nuestra carne, Dios nos dio vida juntamente con Cristo perdonándonos “todos los pecados” (Colosenses 2:13). Tus pecados han sido perdonados por Cristo y Dios te ha adjudicado gratuitamente la justicia, santidad y perfección de Su Hijo. No te destruyas bajo la culpa de tu pecado. Corre a Jesús y recuerda que Su obra ya fue completada a tu favor. Examina tu vida en oración y con la Biblia para que Dios te muestre qué pecados has guardado en tu corazón y qué ídolos han ocupado el lugar de tu Creador. No confíes en tu consciencia. Nuestras consciencias son un buen dispositivo que Dios nos dio para saber cuándo hacemos mal, pero a veces fallan como consecuencia de la caída. Mejor confía en las Escrituras y en la obra del Espíritu Santo que te santifica. Busca a un creyente maduro y pregúntale con humildad cómo ve tu vida.  Preferiblemente debes buscar a alguien que te conozca de cerca y que esté dispuesto a hacer las preguntas difíciles. Recuerda que es muy fácil para nosotros señalar el pecado en otros, pero es difícil reconocer uno solo en nuestro corazón. Acércate a una persona que conozca y ame las Escrituras para rendirle cuentas de tu vida, recibir ánimo y corrección. No dejes de hacer esto por el resto de tus días, porque tu corazón es demasiado engañoso como para tratar de vivir en obediencia a Dios en soledad. Por último, cuando Dios te haya mostrado un pecado, arrepiéntete y haz la guerra contra esa desobediencia en tu vida. Mata el pecado, antes que él te destruya a ti. Esto traerá gozo a tu vida y serás fructífero para tu Señor y Salvador.

Daniel Puerto

Daniel es Coordinador Editorial de Poiema Publicaciones. Estudió en el Instituto Bíblico Rio Grande (Edinburg, Texas) y actualmente cursa una maestría en el Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Claudia y es padre de Emma y Loikan.

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