¿Dios odia la homosexualidad? Esta es una de las preguntas más emotivas y culturalmente delicadas a las que se enfrentan los cristianos hoy en día. Y para muchos, parece una línea divisoria entre la fe y la compasión, la verdad y el amor. Entonces, ¿cómo respondemos a esta pregunta con honestidad, claridad y amabilidad?
Antes de abordarla directamente, debemos sentar dos bases importantes. Estas proporcionan el marco para una comprensión más profunda de lo que Dios dice sobre la sexualidad y por qué es importante.
Dios diseñó la sexualidad con un propósito
Desde el principio, la Biblia enseña que nuestra sexualidad no es una casualidad ni carece de sentido, sino que ha sido diseñada por Dios. En Génesis, vemos que Dios creó a los seres humanos como hombre y mujer y los llamó a convertirse en una sola carne en el matrimonio. Dentro de este diseño, Dios otorgó el sexo con tres buenos y hermosos propósitos:
- Placer: Dios no hizo que el sexo fuera aburrido o mecánico. Lo diseñó como un regalo gozoso entre marido y mujer, algo que aporta deleite, conexión e intimidad.
- Procreación: por medio del sexo, los seres humanos, creados a imagen de Dios, se multiplican y llenan la tierra. No se trata solo de biología, sino de un acto sagrado que prolonga la vida y refleja la creatividad de nuestro Creador.
- Unidad: la intimidad sexual une dos vidas de una manera poderosa. Es más que físico; es relacional y espiritual. La Biblia suele comparar la fidelidad entre marido y mujer con el amor del pacto de Dios por Su pueblo.
En resumen, la sexualidad fue creada para nuestro bien y para la gloria de Dios. Su objetivo es construir amor, compromiso y vida. No es arbitraria ni está abierta a rediseños. Como todo lo que Dios creó, tiene un propósito.

Nuestra sexualidad, como todo lo demás, está corrompida y es pecaminosa
Pero también sabemos que algo ha salido terriblemente mal. La Biblia deja claro que el pecado afecta a todas las partes de nuestro ser, incluidos nuestros deseos y relaciones. Y vemos los resultados a nuestro alrededor.
El sexo, que estaba destinado a la unidad, con frecuencia se utiliza para la explotación. En lugar del amor abnegado, vemos lujuria, manipulación y abuso. El adulterio, la pornografía, la agresión sexual y el tráfico de personas son solo algunos ejemplos de lo quebrantado que está nuestro mundo en lo que respecta a la sexualidad.

Es más, esta pecaminosidad quebrantada nos afecta a todos. Todos estamos lejos del diseño y el deseo de Dios para la sexualidad. Ya sea que luchemos y batallemos con la lujuria, la infidelidad, la atracción hacia el mismo sexo o el orgullo sexual, la verdad es que todos somos pecadores sexuales de una forma u otra. El problema no está solo “ahí fuera”, en la vida de otra persona. Está en nosotros y nuestra sexualidad se ve afectada.

Entonces, ¿Dios odia la homosexualidad?
Aquí es donde la conversación a veces se malinterpreta. La Biblia enseña que la actividad sexual entre personas del mismo sexo, el deseo y los afectos, al igual que toda expresión sexual fuera del diseño de Dios, es pecado. Esto incluye el adulterio, las relaciones sexuales fuera del matrimonio y los pensamientos lujuriosos. El mismo Jesús enseñó que incluso los deseos internos pueden violar la norma de Dios para la pureza y la fidelidad (Mt 5:27-28).
En ese contexto, el comportamiento y el deseo homosexuales quedan fuera de los límites que Dios ha establecido. No reflejan la unidad procreativa y pactada entre un hombre y una mujer en el matrimonio. Por eso las Escrituras lo nombran de manera consistente y clara como una forma de nuestra naturaleza sexual caída (Ro 1:26-27; 1Co 6:9-11).

Pero es increíblemente importante decir lo que esto no significa. No significa que Dios odie a las personas que experimentan atracción hacia el mismo sexo. No significa que las personas con esas luchas sean peores pecadores que cualquier otra persona. Y absolutamente, no significa que la gracia de Dios esté fuera de su alcance.
De hecho, las Escrituras dejan claro que Dios ama a los pecadores, y a todo tipo de pecadores. Envió a Su Hijo, Jesús, a rescatarnos, no porque lo tuviéramos todo bajo control, sino precisamente porque no era así. “Todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios”, escribe Pablo, y “son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús” (Ro 3:23-24).
Dios no divide a la humanidad en “heterosexuales” y “homosexuales”. Él nos ve a todos, a cada uno de nosotros, como pecadores que necesitan profundamente Su misericordia y poder para sanar. Y de eso se trata el evangelio.

¿Qué ofrece Jesús?
Jesús no solo perdona los pecados. También nos da el poder, por medio de Su Espíritu, para luchar contra el pecado y crecer en santidad. Cuando acudimos a Él con fe, Él nos encuentra en nuestra sexualidad quebrantada. Comienza a restaurarnos y transformarnos —nuestros corazones, nuestras relaciones y, sí, incluso nuestra sexualidad— para reflejar Sus propósitos.
Para algunos, ese viaje puede incluir un cambio en los deseos. Para otros, puede significar toda una vida de confianza en Dios en el celibato. Pero para todos, significa una experiencia creciente de Su amor, presencia y libertad. Dios nos llama a algo más elevado que simplemente “ser fieles en nosotros mismos”. Nos llama a ser más como Cristo, porque allí es donde se encuentran la verdadera libertad y alegría.
Entonces, ¿Dios odia la homosexualidad? Sí, porque odia el pecado, porque nos daña, nos esclaviza y nos impide conocerlo. Pero ama a las personas, sin importar su origen, orientación o pasado. Y, por medio de Jesús, nos ofrece a todos la esperanza del perdón, la sanación y una nueva vida.
Publicado originalmente en Core Christianity.