Jehová Jireh es uno de los títulos con los que La Biblia nos revela a Dios. Esta expresión significa “Jehová proveerá” y suele ser usada como una promesa de que Dios nos proveerá en el sentido estrictamente material. Dios cuida de nosotros y provee a todas nuestras necesidades, es cierto, pero una mirada más cercana al pasaje de la Escritura donde Dios se nos muestra de esta manera quizás sea iluminador. Gen 22 (1) Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: ¡Abraham! Y él respondió: Heme aquí. (2) Y Dios dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. (3) Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus mozos y a su hijo Isaac; y partió leña para el holocausto, y se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho. (4) Al tercer día alzó Abraham los ojos y vio el lugar de lejos. (5) Entonces Abraham dijo a sus mozos: Quedaos aquí con el asno; yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros. (6) Tomó Abraham la leña del holocausto y la puso sobre Isaac su hijo, y tomó en su mano el fuego y el cuchillo. Y los dos iban juntos. (7) Y habló Isaac a su padre Abraham, y le dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, hijo mío. Y dijo Isaac: Aquí están el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? (8) Y Abraham respondió: Dios proveerá para sí el cordero para el holocausto, hijo mío. Y los dos iban juntos. (9) Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el altar, arregló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar sobre la leña. (10) Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo. (11) Mas el ángel del SEÑOR lo llamó desde el cielo y dijo: ¡Abraham, Abraham! Y él respondió: Heme aquí. (12) Y el ángel dijo: No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único. (13) Entonces Abraham alzó los ojos y miró, y he aquí, vio un carnero detrás de él trabado por los cuernos en un matorral; y Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. (14) Y llamó Abraham aquel lugar con el nombre de El SEÑOR Proveerá, como se dice hasta hoy: En el monte del SEÑOR se proveerá. (15) El ángel del SEÑOR llamó a Abraham por segunda vez desde el cielo, (16) y dijo: Por mí mismo he jurado, declara el SEÑOR, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, (17) de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. (18) Y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido mi voz. Abraham, para cuando leemos este episodio de su vida, uno de los más importantes, ha dejado su tierra por el llamado y la promesa del Señor, ha sufrido, ha sido padre de Ismael en su esclava Agar, y ha visto a Dios cumpliendo su promesa en el nacimiento de un hijo que heredará su promesa: Isaac. Concebido en la vejez de Él y su esposa, Isaac es para su padre lo que más ama, lo que más orgullo y esperanza le da. Y Dios prueba la fe de Abraham, pidiéndole a Isaac, precisamente, a su hijo amado, como sacrificio. En aquellas épocas, todos los pueblos de la región tenían como una práctica bastante común el ofrecer a sus primogénitos como sacrificio a sus dioses, y sin embargo Abraham ha caminado con Dios todos estos años y sabe que el Dios que lo ha llamado y ha sellado un pacto con él no es como los otros dioses. ¿Qué pensó Abraham? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que obedeció, ya que al otro día, muy de mañana, preparó todo y emprendió la marcha. Si leemos este pasaje sin pensar en quién es el que realiza el pedido podemos sentirnos tentados a entender que Dios quería ver si Abraham creía y confiaba en Él lo suficiente como para obedecerlo en esto. Pero ese no es el Dios de la Biblia. Dios conoce la fe de Abraham; quien necesita conocer más del poder, la misericordia, la sabiduría y la soberanía del Señor es Abraham. Como dice Santiago, cuando nuestra fe es probada, se hace más fuerte, produce paciencia en nosotros, nos ayuda a creer y confiar más en el Señor. Abraham parte entonces, llevando dos siervos y acompañado de su hijo, hacia el monte Moriah, aunque en principio no conoce el destino. Cuando Dios finalmente le muestra el lugar donde deberá llevarse a cabo el sacrificio Abraham pide a sus siervos que se queden. Y hace una declaración cargada de confianza: Iremos, adoraremos y volveremos. De qué manera pensaba Abraham que Dios no iba a su promesa no lo sabemos, sería especular, pero hay una profunda confianza en Abraham. Y no solo en él, sino también en Isaac, ya que quien camina junto a su padre es un joven de al menos 20 años, según los eruditos, sino más. Mientras caminan juntos, Isaac con la leña y Abraham con el fuego y el cuchillo, Isaac pregunta lo obvio. Falta el sacrificio. Y la respuesta también está llena de fe (aunque quizás también de temor): Dios proveerá para sí. Al llegar al monte Abraham dispone todo, sin resistencia de Isaac, no se nos describe ninguna emoción, solo los hechos. Abraham está dispuesto a seguir hasta el final, aunque no entienda claramente. Y cuando está por tomar la vida de su hijo el Señor mismo lo detiene y le dice que no lo haga. Detrás de ellos hay un carnero que ha quedado atrapado y ese es el animal que Abraham ofrece. Dios ha provisto. Abraham ha mostrado su confianza y su fe, y recibe la promesa. Te bendeciré, te multiplicaré, te daré la victoria sobre tus enemigos, y en tu simiente la humanidad entera recibirá bendición. Abraham desciende de ese monte con un mayor conocimiento del Dios al que sirve, con una fe más pulida, con una confianza mayor en la sabiduría y soberanía del Señor. La fe de Abraham fue examinada y ha sido aprobado, porque respondió en obediencia. Esa es una de las lecturas, y los aprendizajes, más importantes que podemos extraer del pasaje, indudablemente. En nuestras pruebas, confiar, obedecer, son la respuesta que fortalece nuestra fe y nos traen confianza., Saber que Dios es soberano. Que Dios es Dios. Pero hay aquí, a todas luces, una gloriosa referencia a nuestro Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dios proveyó un sacrificio. Él, y solo Él podía hacerlo. Y lo hizo. En el Calvario, el Padre ofrece a Su Hijo, Su Unigénito, Su Amado, a Jesús, como el sacrificio necesario por el pecado de todos nosotros, los que le hemos dado la espalda. En Jesús, la simiente de Abraham en cuanto a la carne, nosotros hemos sido bendecidos. Con el perdón, con la misericordia, con la adopción, la redención, con su elección. Fuimos bendecidos para ser hijos de Dios. Y Dios proveyó el Cordero. Damos gracias a Dios por su sustento, por el pan, por ser nuestro proveedor pero sobre todo, damos gracias a Dios por haber enviado a su Hijo a morir en una cruz por nosotros. El Padre hizo justicia sobre el pecado de todos nosotros sacrificando al Cordero Perfecto, sin mancha, santo. Es el Hijo quien se ofrece en sacrificio, quien pone su vida. Dios proveyó el Cordero, Dios. No hay nada que podamos ofrecer, no hay nada que podamos hacer. Él es el que lo hace todo. Y nos ama. Y nos llama amigos, nos llama hijos, cumple la ley por nosotros, sufre el castigo por nosotros, nos da vida nueva, nos santifica, nos hace partícipes de su gloria. Él lo hace todo… Y eso es sublime. Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El (2Corintios 5:21

Sebastián Winkler

Sebastián Winkler

Adrián Sebastián Winkler, argentino, sirve en la Iglesia Bautista de Lincoln, Buenos Aires, Argentina. También escribe el devocional «Gracia y Sabiduría» junto a su familia, y es el director de traducciones en «Volvamos al Evangelio». Además, es profesor de Literatura y está cursando un diplomado en Biblia y Teología en el Instituto de Expositores de Argentina (IDEAR). Adrián disfruta mucho la música, leer, pasar tiempo al aire libre, hacer cosas con sus manos y, sobre todo, compartir lo que el Señor le enseña a través de su Palabra. Contribuyó como escritor en El orgullo, Dominio propio y La sabiduría, está casado con Karina y tienen dos hijas: Julia y Emilia.

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