Dios de generosidad sin límites

¿Y si nuestra vida está tan llena de cosas artificiales que hemos olvidado quién da la vida?
Foto: Envato Elements

 Para muchos, nuestra vida cotidiana nos envuelve principalmente en cosas artificiales. Comemos alimentos comprados en una tienda o en un restaurante, muchos de los cuales están procesados y son artificiales. Nos desplazamos por carreteras artificialmente rectas hechas por máquinas, mediante vehículos cuyas velocidades y entornos son igualmente artificiales. Pasamos horas viendo o leyendo cosas que se nos presentan artificialmente, a través de pantallas cuyo hardware y software se producen en una u otra fábrica. Estamos habituados a creer y sentir que todo nuestro mundo, cualquier cosa buena y que merezca la pena, es un artefacto de creación humana.

Por supuesto, el “artificio” no es necesariamente malo. La escritura humana, una hogaza de pan y la pintura son “artificiales” porque están hechos por seres humanos. Pero existe un “umbral de artificialidad” a partir del cual empiezan a acumularse efectos más negativos. Quizá el peor efecto sea nuestra creciente dificultad para ver que Dios es el Hacedor y Dador de todas las cosas.

¿Cómo podemos ver a Dios como el Dador generoso de todas las cosas buenas si todo lo que usamos a diario tiene al hombre como su creador?

El Dador desinteresado

Cuando confesamos el Credo de los Apóstoles, comenzamos declarando: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”. Sabemos por la Biblia que las cosas que Dios ha hecho proclaman que son Sus creaciones. Pero la rica abundancia de nuestro mundo no solo nos dice que Dios es su Creador (aunque sin duda lo es). Las Escrituras y el mundo también proclaman que Dios es el Dador perfectamente bueno de la creación.

Que la creación no es Dios no sea un sentimentalismo sin importancia; nos dice algo muy importante. Este hecho nos recuerda que Dios no necesita a las criaturas para ser Dios, para ser la Trinidad perfecta y santa. También nos recuerda que toda nuestra existencia depende de Su generosidad voluntaria: la plenitud de Dios no “rebosa” involuntariamente, sino que crea voluntariamente la vida donde antes no existía. Él desea felizmente dar vida y existencia a todos. Sin embargo, al crear, Dios no se disminuye a Sí mismo, ni, por otra parte, gana nada. Sigue siendo infinitamente y perfectamente Él mismo. Por lo tanto, nuestra existencia es totalmente un don, un regalo, y el acto de Dios de dar vida a las criaturas es un acto de amor.

Nuestra existencia no es una necesidad de Dios, sino un regalo nacido de su amor generoso. / Foto: Unsplash

La creación lleva la huella de Dios, su Creador. La creación, en su finitud, es rica (1Ti 6:17), hermosa (Ec 3:11) y buena (Gn 1:31). Como canta Rich Mullins en “The Color Green” [“El color verde”], el verdor mismo del trigo de invierno nos llama a alabar a Dios por toda Su ternura en las obras de Sus manos. Si bien solo Dios tiene vida infinita en Sí mismo, las partes de Su creación finita, si se mantienen intactas y se utilizan adecuadamente, son esencialmente “inagotables” en sus propios límites. En su ciclo anual de nacimiento, vida, muerte y renacimiento, un jardín bien cultivado puede dar testimonio de que Dios es “el Señor y Dador de la vida”.

Si Dios es bueno y las criaturas son, por analogía, buenas, entonces tanto Dios como las criaturas son dignos de nuestro deleite y disfrute, cada uno en su propia medida. Por la creación justa de Dios, las criaturas tienen un orden adecuado en el que existen: una forma de ser ellas mismas en armonía con todo lo demás. Esta armonía se ve empañada por la caída, ya que el pecado ha traído el desorden al mundo. Sin embargo, el pecado no ha aniquilado las cosas creadas ni su bondad. Incluso el pecado y la injusticia dan un testimonio negativo del orden original que una vez fue (y que volverá a ser algún día). En nuestra época, parte de la obra del Espíritu Santo consiste en renovar nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos ver y conocer correctamente la verdadera relación que las criaturas tienen con su Creador perfecto y llegar a conocerlo y amarlo a Él en Jesucristo (Heb 11:3; 2Co 4:1-6).

Incluso en un mundo caído, la belleza creada apunta al Creador perfecto. / Foto: Unsplash

Regalos muy apreciados

Los seres humanos hemos recibido la vida “a imagen de Dios”. En esta semejanza con nuestro Creador, se nos ha dado “dominio” sobre las demás cosas creadas (Gn 1:26-27). Sin embargo, ¿cómo debemos ejercer este dominio?

Al menos una forma parece clara: debido a que estamos hechos a imagen del Señor y Dador de la vida, el Creador de un hogar para nosotros en el que las criaturas pueden vivir y prosperar, entonces debemos encontrar formas de actuar que sean similares a las de Dios (que den vida), de modo que las criaturas prosperen en su lugar correspondiente. Estas formas honrarían las cosas que se nos han dado tal y como Dios las ha dado, tratándolas con admiración consciente y gratitud hacia Dios (Sal 92:4).

Pero aún más, estas formas dadoras de vida honrarían al Dador que nos dio estas cosas específicas para conocer, amar, deleitarnos y usar. Él mismo se deleita en ellas (Gn 1:31; Sof 3:17).

Ser hechos a imagen de Dios implica cuidar la creación como Él: con amor, gratitud y vida. / Foto: Envato Elements

El salmista llama al Señor a regocijarse en las obras del Señor mismo (Sal 104:31), y esas obras incluyen Sus dones de la lluvia y el agua de manantial (Sal 104:10-13), y la hierba y otras plantas que crecen gracias a esa agua (Sal 104:14). El salmo reflexiona sobre la alimentación de las plantas, los pájaros, los animales y los peces: El Señor Dios los alimenta a todos para que vivan.

Esta letanía de las obras del Señor incluye, como consecuencia de los dones de Dios, las obras humanas del pan y el vino (Sal 104:14-15). Ahora bien, me parece que si estas obras hechas por el hombre glorificarán al Señor que nos dio todo el ecosistema que produce el trigo y la uva (incluidos los animales que esparcen sus semillas y fertilizan sus suelos), entonces nuestra elaboración y uso del pan y el vino deben ser buenos en todos los sentidos posibles. El pan debe ser buen pan, el vino buen vino, sus propiedades naturales vivificantes no deben ser destruidas, sino realzadas por nuestras acciones sobre ellos, y nuestro uso debe causar el menor daño posible a otras criaturas.

Idealmente, al fabricarlos y utilizarlos, nuestra vida humana se nutriría así como la vida de las demás criaturas de las que depende nuestra vida. Sin duda, si la hierba que se convierte en nuestro pan también es cultivada por Dios para alimentar al ganado (Sal 104:14; Gn 1:28-30), entonces parte de nuestro uso de la hierba en honor a Dios incluye no destruirla para las generaciones futuras, tanto de seres humanos como de otras criaturas. Si pudiéramos aprender a disfrutar de las criaturas de Dios y administrarlas de acuerdo con su propia naturaleza, en lugar de contrariamente a ella, trabajando con la fecundidad que Dios les ha dado, empezaríamos a ver más claramente cómo ellas, y nosotros, reflejamos la vida infinita e infinitamente inagotable del Dios trino.

Nuestro agradecido deleite

El mismo Pablo que nos dice que Dios nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos (1Ti 6:17) también nos dice que la gratitud hacia Dios, el Dador, es una de las formas más eficaces de prevenir la idolatría, el pecado que olvida la generosidad de Dios y pone malvadamente a una criatura en el lugar de Dios (Ro 1:20-23). Si podemos disciplinar nuestra mente para dar gracias a Dios por los dones particulares del agua, el sol, la hierba, los frutos, el prójimo, nosotros mismos, el cuerpo, el alma, ¡cosas que Dios no necesitaba en absoluto crear!, entonces de esa gratitud surgirá un amoroso deleite y un uso adecuado de esos dones. Y lo que es más importante, esa gratitud gentil y gozosa por los dones de Dios glorificará a Dios, el Dador bueno y perfecto de todas las cosas.


Publicado originalmente en Desiring God.

Matt Crutchmer

Matt Crutchmer se desempeña como profesor asistente de teología en Bethlehem College & Seminary.

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