Dios demanda contentamiento con lo que se tiene

Llegamos al último escalón de esta serie sobre los diez mandamientos, hemos visto como los primeros cuatro se enfocan en la relación del hombre con su Creador, mientras que los últimos seis se enfocan en la relación del hombre con su semejante.
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Llegamos al último escalón de esta serie sobre los diez mandamientos, hemos visto como los primeros cuatro se enfocan en la relación del hombre con su Creador, mientras que los últimos seis se enfocan en la relación del hombre con su semejante. En este décimo mandamiento Dios le dijo a Israel No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo. Veamos a continuación, como lo hemos hecho con los demás mandamientos, el Significado, la explicación, las consecuencias y algunas conclusiones de esta ordenanza mosaica. El Significado El Comentario Bíblico Mundo Hispano dice que ¨el verbo traducido codiciar, en el hebreo significa un «deseo desordenado, egoísta e indomado», y «tomar placer en». Entonces, tiene un significado doble; es un deseo secreto por algo que pertenece a otro, y es una acción que brota del deseo de tomar lo deseado¨ [1]. Por otro lado, de forma sencilla el Comentario Bíblico Moody dice que ¨Codiciar es el deseo desordenado de bienes no poseídos¨ [2]. Por tanto, podemos decir que este mandamiento de no codiciar, significa no albergar un deseo desmedido y egoísta por tener lo que no es nuestro; desmedido porque un deseo necesariamente no está mal (1 Re 8:18), se puede tener buenos deseos, pero el problema está cuando este deseo se eleva y se convierte en un deseo egoísta, un deseo que anhela algo, pero solo para su satisfacción sin pensar en los demás, en este punto es un deseo que cayó en la envidia por lo que tiene el prójimo y cayó en la falta de contentamiento por lo que Dios le ha permitido hasta ahora tener. Como podemos ver este mandamiento va a la raíz de muchos pecados, pues como ya se explicó, el octavo mandamiento dice No hurtarás, no privaras a alguien de algo suyo, pero si vamos al corazón, y comenzamos por no envidiar lo del prójimo, por no desear desmedidamente o no codiciar lo del vecino, entonces será más fácil no caer en el pecado del hurto. Y esto mismo es válido para otros pecados como el adulterio y la mentira. De manera que esta décima ordenanza trata del corazón, trata de los pensamientos, pues allí comienza el declive espiritual del hombre (Mr 7:21). La explicación El mandamiento de no codiciar especifica lo que no se debe codiciar, y la respuesta es todo, pues el texto dice No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo. Vemos acá que se prohíbe codiciar cualquier cosa que no le pertenezca o que le pertenezca a otro; claro está como ya hemos dicho que desear lo que tiene otro no es malo en sí mismo, pues puede ser que de repente ves a alguien con un carro que te gusta y dices ¡me gustaría (desearía) ese tipo de carro!, y hasta allí no hay problema, pero el detalle está cuando pierdes el contentamiento, cuando te ves infeliz por lo que tienes y por lo que no tienes, el problema está cuando piensas egoístamente que debes tener eso e incluso puede haber hasta enojo porque otro lo tenga. Entonces vemos que esta ordenanza dice específicamente que no se debe codiciar nada que sea de tu prójimo, Ni su casa, ni su hogar, ni su trabajo, ni su posición social, ni nada, ningún objeto, nada ¿Por qué? Porque es de él, es de tu prójimo. Dios en su soberanía le concedió al prójimo tener eso, independientemente de cómo haya conseguido nuestro semejante tal cosa, Dios así lo ha permitido, y por su soberanía le concedió a cada uno tener lo que posee al presente (1 Cr 29:11-16; Job 1:21). Las Consecuencias Con este pecado tan interno y a la vez, tan dañino, podemos mencionar por lo menos cuatro consecuencias: (1) Deshonra a Dios. Es Dios quien en Su perfección da mandamientos para Su gloria y para nuestro bienestar, por ello, al codiciar se deja de honrar al Señor, esto porque primero estamos directamente desobedeciendo Su mandamiento de contentarse con lo que se tiene, y segundo porque al codiciar estamos menospreciando lo que el Creador nos ha dado, pues con este deseo desmedido y egoísta se dice de forma práctica que Dios no es bueno, se dice que no es sabio, que no es poderoso y que no es perfecto. De manera que una consecuencia de este pecado es dejar de reconocer que Dios es Soberano y da o permite cosas de acuerdo a Su perfecta voluntad (1 Cr 29:10-12). (2) Deshonra nuestras capacidades y logros. La codicia no solo es una afrenta contra Dios porque no nos da lo que queremos, sino también una afrenta contra lo que podemos hacer y alcanzar. Dios nos ha dado capacidades y talentos, y ciertamente, aunque hay circunstancias difíciles, nada escapa de Su control, de manera que, si bien no está mal el querer o desear algo mejor de lo que tenemos, debemos ser realistas y gozosos con lo que Dios nos ha dado, y a partir de allí esforzarse en alcanzar lo que realmente podemos lograr, y lo que Dios nos puede dar por Su voluntad (Dt 8:18; Ecl 5:18-19). (3) Lleva a pecar en otras formas. Una tercera consecuencia de esta falta de contentamiento con lo Dios nos concede, es que hace que el hombre se deslice hacia otros pecados, pues al albergar un deseo desordenado en el corazón, este a la postre buscará la manera de manifestarse en otros pecados tales como el robo, el adulterio, la mentira e incluso el asesinato; por ello Jesús fue muy claro al decir: ¨Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre¨ (Mc 7:21). (4) Roba el gozo por lo que tenemos. La codicia hace que el hombre se preocupe más por lo que no tiene que por lo que sí tiene, y de esta manera puede quitarle la paz, el disfrute y la gratitud por lo poco o mucho que tiene. Este pecado tan silencioso posee el potencial de volver al hombre ansioso, amargado, iracundo y hasta depresivo, pues le hace sentir que no tiene lo que debería tener. Conclusión La codicia es un asunto del corazón, es una falta de contentamiento y gratitud por lo que se tiene y es un deseo desmedido por lo que no se tiene, y muchas veces es por lo que tiene el prójimo. Este pecado es contra el Creador que es el dador Soberano y contra nuestra capacidades para alcanzar lo que podemos; y este pecado puede llevar al hombre a pecar en otras formas, así como también llevarlo a la ira, amargura y hasta la depresión. Ahora bien ¿qué hacer? La respuesta es sencilla pero compleja: Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida (Pr 4:23). Por lo tanto, protejamos nuestros pensamientos, no permitamos que los dardos que quieran hacernos sentir mal por lo que no tenemos tengan éxito, agradezcamos a Dios por lo que tenemos, trabajemos por lo que podemos alcanzar y disfrutemos de la bondad del Creador. Tomemos el ejemplo del apóstol Pablo que dijo: ¨No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece¨ (Fil 4:11-13).


[1] Carro Daniel, Poe José Tomas y Zorzoli Rubén O. Comentario Bíblico Mundo Hispano, tomo 2, Éxodo. Editorial Mundo Hispano, El Paso, TX, 1997, p 187. [2] Pfeiffer Charles F. Comentario Bíblico Moody: Antiguo Testamento. Editorial Portavoz, Grand Rapids, MI, 1993, p 78  

Douglas Torres

Douglas Torres

Graduado del seminario bíblico Río grande (Edinburg, Texas), en la actualidad cursa una maestría en teología en el seminario Teológico bautista de Venezuela. Es facilitador del Seminario Teológico Ministerial (SETEMI), prosefor del Centro de Capacitación bíblica para pastores y maestro de la iglesia bautista Nuevo Amanecer en Bocono Edo Trujillo. Está casado con Erika de Torres y juntos tienen dos hijos, Douglas Davet y Naryet Orel Torres.

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