A través de mi vida he sentido miedo en diferentes ocasiones. Una de ellas marcó mi vida y aún la recuerdo claramente. Tenía alrededor de 6 años y acababa de ver la película Child’s Play (Chuky); mi vida y mis noches jamás fueron igual. El temor que se apoderaba de mí era tal, que una luz permanecía prendida en mi cuarto toda la noche y no me quedaba en la cama ni cerraba los ojos si mi papá no estaba ahí conmigo. Aún puedo verlo pacientemente sentado entre mis peluches, leyendo alguna revista esperando que me rindiera ante el sueño. Lo recuerdo ofreciéndome diferentes opciones que me brindaran algún tipo de seguridad, pero yo las rechazaba y refutaba todas con un argumento “válido” dejándolo sin más remedio que quedarse allí sentado. Lo único que me daba seguridad era que él estuviera en mi cuarto y me “defendiera” en el momento que ese muñeco maligno viniera por mí. Antes de dormirme profundamente, si abría mis ojos allí estaba él. Sin embargo, la realidad era que si él quería llegar a su trabajo al día siguiente, en algún momento, sin que yo lo notara, se levantaba de entre mis peluches, guardaba su revista y se iba a descansar. Pero a lo mejor te preguntas, ¿pero qué tal cuando despertaba? Pues allí estaba mi mamá, como terminando la guardia, despertándome a la paz de un nuevo día, sin nada que temer. Yo había sobrevivido y ellos lograron su misión. ¡Qué seguridad! He recordado estos sucesos durante las noches, mientras estoy sentada en la puerta del cuarto de los chicos; leyendo, cantando y orando, para simplemente hacerles saber que estoy aquí velando sus sueños. Luego de escuchar sus suaves y profundas respiraciones y esperar en silencio para confirmar que están dormidos, y que duermen tranquilos porque mamá y papá están velando sus sueños, me digo a mí misma: todo está bajo control. Con esta satisfacción me recuesto y, sin poder dormir, pienso: ¿Quién vela por mí? Así, en el silencio de la noche he recordado la promesa de Dios en el Salmo 121:3-4: “Ni se dormirá Él que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.” ¡Qué seguridad! Y esta vez no tuve argumentos válidos que refutaran todas las opciones de seguridad que me ofrecía mi guardador, pues Él lo conoce todo, lo puede todo, Su palabra es verdad y Su cuidado no se desvanece en medio de la noche. Hoy no tengo miedo de un muñeco maligno (aunque al verlo aún me dan escalofríos), pero sí del no saber qué pasará mañana. Me da miedo fallarle a mi esposo, el no ser la madre que mis hijos necesitan, me ha aterrado desconocer su futuro, me ha detenido la falta de finanzas, el estrés me ha robado el sueño; me he sentido desfallecer. Pero cada vez que “abro mis ojos” allí está Dios, pendiente de mí, pendiente de ti. “Jehová es tu guardador.” (Salmo 121:5) ¡Qué seguridad! Publicado en Mujer Balancedada