Descubre la gracia de Dios: un sermón que cambió mi vida 

La vida cristiana es tanto un regalo como un deber: Dios obra en nosotros el querer y el hacer. No somos pasivos ante el pecado, pero tampoco luchamos solos.
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Innumerables sermones me han alimentado y mantenido vivo espiritualmente. Muchos sermones han moldeado mi vida en mayor o menor medida. Pero hay un mensaje en particular que me viene a la mente como el sermón que cambió mi vida (cotidiana), porque lo escuché una y otra vez y porque sus efectos en mí han sido muy tangibles. Casi 25 años después, sigo viviendo cada día según sus verdades.

En el invierno de 2000-2001, era estudiante de segundo año en la universidad y todavía estaba tratando de orientarme como nuevo calvinista. En mi primer año, me había unido a un ministerio llamado Campus Outreach. Su teología era “reformada”. No crecí con esta etiqueta, así que al principio no sabía lo que era.

En mi adolescencia, había oído a cristianos hablar de que Dios era “soberano”, pero nunca había luchado con el alcance de Su soberanía: que era soberano sobre todo, sobre el bien y el mal, sobre los ángeles y los demonios, sobre los días soleados y los desastres naturales, sobre mis buenas obras y mis pecados y (lo más incómodo) sobre mi propia voluntad y mis decisiones muy reales. Pero una vez que vi los versículos, docenas de ellos (si no cientos), no pude negar que la Biblia enseñaba que la soberanía de Dios era absoluta, exhaustiva, sin excepciones.

Pero lo que también sabía por dos décadas de vida humana y por docenas (o quizás cientos) de versículos, es que Dios me hacía responsable. Yo tenía pensamientos y sentimientos. Tenía voluntad y tomaba decisiones reales que importaban y tenían consecuencias.

¿Cómo podía conciliar estas dos cosas, no solo mi experiencia frente a lo que dice la Biblia, sino lo que dice la Biblia frente a lo que dice la propia Biblia?

la Biblia enseñaba que la soberanía de Dios era absoluta, exhaustiva, sin excepciones. / Foto: Lightstock

Luces por todas partes

En enero de 2001, fui con Campus Outreach a Atlanta para asistir a una “Conferencia de Navidad”. El orador principal era un pastor de Minnesota llamado John Piper. Poco después del evento, visité desiringGod.org en busca de más mensajes.

Debió de ser entonces cuando escuché por primera vez un sermón que él había predicado esa Nochebuena. Y este mensaje reunía, de forma tan clara y memorable, cómo estas importantes verdades teológicas de la soberanía de Dios y la responsabilidad humana se unen en la vida y la experiencia cristiana cotidiana.

El sermón trataba sobre la santificación a partir del final de Romanos 6 (versículos 22-23) y, en un momento clave, Piper pasó a Filipenses 2:12-13 y 3:12 para explicar la dinámica de la vida real de cómo obedecemos, elegimos y actuamos cuando Dios es soberano y Su Espíritu obra en nosotros, dándonos el poder para obedecer, elegir y actuar. Mientras lo hacía, se me fueron encendiendo las luces una tras otra. Y escuché el mensaje varias veces en las semanas y meses siguientes.

John Piper en 2001 / Foto: Desiring God

Dios da, yo actúo

Primero, Piper enfatizó que nuestra santidad es un regalo de Dios, no solo un deber humano que debemos perseguir. Esto era nuevo para mí. Yo había asumido que si yo estaba involucrado, si estaba actuando, deseando y eligiendo, entonces no debía ser un regalo. ¿Cómo podía mi propia voluntad y mi propio esfuerzo ser un regalo de Dios? Pero Romanos 6:23 dice que “la dádiva [regalo] de Dios es vida eterna”, y el versículo anterior dice que la santidad es el camino a la vida eterna. Lo que significa que si la vida eterna es un regalo, entonces nuestra santidad también debe ser un regalo.

Claramente, nuestra santidad es algo que hacemos, algo que elegimos. Entonces, ¿cómo puede ser también un regalo, algo gratuito? Piper respondió así:

Tu hacer es el regalo de Dios. Tu elegir es el regalo de Dios. Tu preferir a Dios por encima del pecado es el regalo de Dios. Tengamos cuidado con cómo pensamos sobre esto. ¿Qué pasaría si alguien dijera: “Debido a que la santificación es un regalo de Dios, no necesito hacer nada”? Bueno, eso sería como decir: “Debido a que mi hacer algo es un regalo de Dios, no necesito hacer nada”. El regalo de Dios de la santificación no es en lugar de tu acción, tu elección y tu preferencia por Dios. El regalo de Dios es tu acción, tu elección y tu preferencia por Dios.

Nuestra santidad es algo que hacemos, algo que elegimos. / Foto: Lightstock

Tanto un regalo como un deber

Romanos 6 estableció este punto, pero Piper recurrió a dos textos de Filipenses para ilustrarlo. Los llamó “dos pasajes clásicos del Nuevo Testamento, aparte de Romanos 6, que captan esta verdad: que actuamos y elegimos, y que este actuar y elegir es un regalo de Dios. Es realmente nuestro acto, y es realmente Su regalo. Es realmente nuestra elección, y es realmente Su regalo”.

Primero, se remitió a Filipenses 2:12-13 para mostrar cómo “ocuparse” (no “ocuparse para”) nuestra salvación se basa en la asombrosa realidad de que, en Cristo, Dios Espíritu “obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención”. Se nos manda obedecer, pero “debajo de nuestro hacer y nuestro querer está Dios, que da el querer y el hacer. […] Es realmente nuestra obra y realmente Su don, Su regalo”.

Luego pasó al capítulo siguiente, Filipenses 3:12, donde Pablo dice: “Prosigo… fui asido por Cristo Jesús” (RV60). A esto, Piper comentó: “El hecho de que Cristo se aferre a nosotros no sustituye nuestro aferrarnos a Él. Nos inspira y nos permite aferrarnos a Él”.

Dios obra en nosotros tanto el querer como el hacer, por medio de Cristo. / Foto: Lightstock

Entonces, ¿cómo podía conciliar el testimonio de las Escrituras sobre la soberanía total de Dios y mis pensamientos, deseos y acciones reales? Este sermón contenía la clave liberadora: la vida cristiana es tanto un regalo como un deber. Luchar contra el pecado es tanto un regalo de Dios como un deber que cumplimos. Crecer en santidad es tanto un regalo como un deber. Es un regalo de gracia que recibimos de Jesús, y la forma en que recibimos una gracia que implica nuestros propios pensamientos, deseos y acciones es teniendo esos pensamientos y deseos y realizando esas acciones. Vivimos el regalo. “Nos ocupamos” en nuestra salvación (que es un regalo) mediante el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros (que también es un regalo).

Haz realidad el milagro

Quizás pienses: “Todo eso está muy bien en teoría. ¿Pero cómo funciona en la práctica?”. Otra historia de mi último año en la universidad ilustra el cómo.

Avancemos hasta el otoño del 2002, cuando estaba tratando de decidir qué hacer después de graduarme. Estaba lleno de ansiedad. No recuerdo haber estado tan ansioso en mi vida, y no estoy seguro de haberlo estado tanto desde entonces.

“Nos ocupamos” en nuestra salvación (que es un regalo) mediante el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros (que también es un regalo). / Foto: Lightstock

Necesitaba liberarme de la ansiedad. Necesitaba rescate, salvación. ¿Qué hago? ¿Esperar? ¿Cómo se busca ser libre de la ansiedad opresiva cuando Dios es soberano y tú eres responsable? Como alguien que está justificado por la fe en Jesús, ¿cómo logro mi salvación de la ansiedad? Primero, necesito una verdad con la que trabajar. Necesito una palabra específica de Dios en la que creer. Así que me puse a buscar y rápidamente encontré tres preciosas promesas bíblicas sobre la ansiedad:

Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástenle a cada día sus propios problemas (Mt 6:34).

Humíllense… bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo, echando toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes (1P 5:6-7).

Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús (Fil 4:6-7).

Las imprimí, las pegué junto a mi cama y las revisaba cada mañana al despertarme y cada noche antes de acostarme. Pronto las memoricé y pude mantenerlas vivas meditando y orando a lo largo del día. Y, con Cristo ante mí y Su Espíritu en mí, logré la gracia de mi liberación de la ansiedad. Dios me dio el regalo de la liberación de la tiranía de la preocupación en esa temporada. Y eso no significa que ya no lucho contra la ansiedad, ya que se presenta de nuevas maneras en nuevos momentos y temporadas de la vida. Pero estaba aprendiendo a luchar: reconocerla, abordarla con promesas de recompensa, orar por ayuda y actuar.

Ya sea ansiedad pecaminosa, ambición egoísta y vanidad, quejas y disputas, o ira pecaminosa, lujuria o codicia, trabaja en la liberación que Cristo ha obrado para ti. No presumas que Dios derrotará tus pecados mientras tú permaneces pasivo. Y no presumas luchar contra el pecado por tu cuenta. Mira al Cristo soberano, confía en Sus promesas, ora pidiendo su ayuda y haz realidad el milagro que buscas de Él.


Publicado originalmente en Desiring God.

David Mathis

Es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Churchin Minneapolis. Él es esposo, padre de cuatro hijos y autor de «Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines» (Hábitos de Gracia: Disfrutar a Jesús a través de las Disciplinas Espirituales).

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