¿Por qué usas tu tiempo haciendo lo que haces? ¿Por qué dices sí a hacer algunas cosas y no a hacer otras cosas? ¿Estás diciendo sí y no a las cosas correctas? Estas son preguntas enervantes y reveladoras para hacer.  La mayoría de nosotros quisiéramos creer que decimos sí y no a nuestros compromisos de tiempo basados en evaluaciones lógicas y objetivas de lo que aparenta ser más importante. Pero, a menudo ese no es el caso. A menudo tomamos estas decisiones basados en evaluaciones subjetivas de lo que creemos que otros pensarán de nosotros si las hacemos o no.  El cómo otras personas nos perciben, o cómo nosotros pensamos que ellos nos percibirán, tiene una influencia extraordinaria en cómo elegimos usar nuestro tiempo. Llegar a un acuerdo con las maneras en que buscamos la aprobación de las personas o el miedo a su desaprobación, nos forzará a enfrentarnos a las verdades humillantes sobre nosotros mismos, y, tal vez requiera arrepentimiento y un cambio incómodo.  Pero dado lo breve que son nuestras vidas y cuan limitadas son nuestras energías y los demás recursos, necesitamos prestar atención a lo que Dios nos dice a cada uno de nosotros a través del apóstol Pablo:  Por tanto, tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Así pues, no seáis necios, sino entended cuál es la voluntad del Señor (Ef. 5:15-17).  Y una manera de examinar cuidadosamente nuestro uso del tiempo y la energía, es invitar al Espíritu Santo a escudriñar nuestros corazones y ver si estamos y en dónde estamos siendo excesivamente influenciados en decir sí o no por miedo al hombre. 

Una pregunta sorprendentemente clarificadora

Asistí recientemente a una conferencia en donde a líderes ministeriales en un panel se les pidió que describieran cómo se mantenían enfocados en sus llamados principales mientras estaban inundados con demandas. Uno de los oradores nos presentó la siguiente pregunta: “¿A quién estás dispuesto a decepcionar?”  Al principio esta parece ser una manera negativa y quizás sin amor para decidir qué deberíamos o no hacer. Pero realmente no lo es. Es, de hecho, una pregunta clarificadora. No es preguntarnos quiénes son las personas que decidiremos no amar. Es preguntarnos qué es lo que realmente estamos buscando en nuestros compromisos de tiempo. ¿La aprobación de quién estamos buscando? ¿De Dios? ¿De otras personas? ¿De quién entre estas opciones?  Pienso que esto era lo que Jesús estaba sugiriendo con Marta en Lucas 10:38-42. Marta estaba “preocupaba con todos los preparativos” (Lc. 10:40). Me imagino que casi todos en su hogar ese día pensaron que ella estaba haciendo algo bueno. Marta misma pensó esto, por eso le pidió ayuda a Jesús para exhortar a María para que esta ayudara. Ella no parecía estar consciente de sus propias motivaciones. Pero Jesús sí lo estaba. Él vio las motivaciones más profundas en ambas, en Marta y María.  Marta estaba “preocupada y molesta por tantas cosas” (Lc. 10:41). El compromiso de tiempo de Marta estaba siendo motivado por ansiedad, no por amor. Dado el contexto, es razonable asumir que su ansiedad derivaba de lo que todos sus invitados pensarían de ella si dejaba de atenderles e hiciera lo que María estaba haciendo.  María había “escogido la parte buena” (Lc. 10:42). Observadores superficiales de la situación podrían haber concluido que Marta había elegido la parte buena y María estaba siendo desconsiderada. Yo sospecharía que María sintió esta ironía. Ella conocía muy bien a Marta. Imagino que ella sabía que estaba decepcionando a Marta al estar escuchando a Jesús en lugar de estar ayudando a servir a los invitados. Pero en ese momento, María estaba más dispuesta a decepcionar a Marta que a decepcionar a Jesús. Y Jesús la elogió.  La pregunta reveladora para Marta sería: ¿a quién estaba dispuesta a decepcionar? 

Servimos a quienes no estamos dispuestos a decepcionar

Y esa es la pregunta para nosotros también: ¿a quién estamos dispuestos a decepcionar? O, ¿a quién no estamos dispuestos a decepcionar?  Todos elegimos servir a quienes no estamos dispuestos a decepcionar. Y eso no es necesariamente algo malo, aunque ciertamente puede serlo. Dios, de hecho, nos diseñó para que funcionáramos de esta manera. Él nos creó para ser motivados por lo que amamos y siempre tememos decepcionar a aquel (o aquellos) quienes amamos.  Ahora, sé que el apóstol Juan dijo: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Jn. 4:18). Pero él se refería a una clase de temor diferente, el temor del “castigo” o condenación. Juan se refería a que los hijos de Dios ya no necesitan vivir bajo el terror a la ira de Dios.  Pero el perfecto amor produce de hecho una cierta clase de temor:  “Y ahora, Israel, ¿qué requiere de ti el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, que andes en todos sus caminos, que le ames y que sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?” (Deut. 10:12)  Esta clase de temor no es meramente terror a la ira, sino el temor que tenemos cuando no queremos decepcionar a aquel (aquellos) que realmente amamos. La clase de temor que “(sirve) al Señor con alegría” (Sal. 100:2) es el temor que proviene de la idea de decepcionar a aquel que más atesoramos. Tememos perder el tesoro. 

Elige este día a quién servirás

Pero servir a aquellos que no estamos dispuestos a decepcionar puede ser algo muy malo, incluso algo tiránico, si nuestros amores son idolátricos. Si, ya sea por ansiedad, ambición egoísta, narcisismo o algún otro amor pecaminoso, estamos siendo motivados por la aprobación de alguna persona por encima de la aprobación de Dios, nuestro servicio puede convertirse en nuestra destrucción.  Y el asunto es que, como Marta, podríamos no estar completamente conscientes de nuestros propios motivos. Podríamos pensar que estamos haciendo las cosas correctas cuando en realidad no. Un indicador para verlo es cuán frecuentemente nos sentimos “preocupados y molestos”. Noten que no dije “fatigados”. Es claro en el Nuevo Testamento que una carga pesada, e incluso sufrimiento y persecución, nos pueden ser dados por Dios. Pero un espíritu preocupado y molesto puede significar que lo que está motivando nuestro ajetreo sean esfuerzos para complacer a las personas equivocadas.  Si eso es verdad, necesitaríamos una reevaluación de nuestros compromisos de tiempo. Deberíamos pedirle al Espíritu Santo que escudriñe nuestros corazones y pruebe nuestras inquietudes (Sal. 139:23). Deberíamos hacernos a nosotros mismos la pregunta difícil: ¿A quién estamos dispuestos decepcionar? ¿O a quién no estamos dispuestos a decepcionar? ¿No estamos dispuestos a decepcionar a Dios? ¿No estamos dispuestos a decepcionar a otros? ¿No estamos dispuestos a decepcionar a nuestras propias preferencias egoístas? Estas preguntas pueden ayudarnos a desenredar nudos motivacionales.  Y si estamos tentados a evitar enfrentarnos a las respuestas, recordemos que la vida es demasiado corta y Dios es demasiado precioso como para que demos nuestros años y nuestras fuerzas al temor del hombre. Josué nos exhorta desde el pasado antiguo: “Escoged hoy a quién habéis de servir” (Jos. 24:15). Respondamos con él, “Serviremos al Señor” con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma en la alegría del temor inspirado por amor (Deut. 10:12, Salmos 100:2). 

Jon Bloom

Jon sirve como autor, presidente de la junta y cofundador de Desiring God. Es autor de tres libros, “Not by Sight”, “Things Not Seen” y “Don’t Follow Your Heart”. Él y su esposa tienen cinco hijos y viven en Minneapolis–Saint Paul.

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