Cuando los sueños más preciados se desmoronan

Cuando todo se derrumba, aún queda un gozo que no puede quebrarse: confiar en el Dios que hace caminar sobre las alturas.
Foto: VaE

Muchos hemos pasado por eso. De pie en medio de una habitación vacía, con tus esperanzas destrozadas esparcidas por el suelo como cristales rotos. Cada fragmento te tienta a recogerlo, a mirar por última vez a través de ese pedacito resquebrajado de un sueño. Pero sabes que hacerlo solo te dejará las manos ensangrentadas y el corazón roto. Quizás te encuentres en medio de esos restos incluso ahora mismo.

Si es así, no estás solo. Las Escrituras están llenas de personajes que encontraron un gozo inquebrantable en medio de esperanzas rotas, personas que experimentaron una profunda alegría incluso mientras barrían los restos de sus ambiciones más preciadas. Habacuc fue uno de esos hombres.

Reducido a polvo

Un siglo antes de que Habacuc se convirtiera en profeta, Dios envió a Asiria para castigar a las tribus del norte de Israel, arrastrándolas a la fuerza y entre gritos desde la tierra que Dios les había prometido. Judá permaneció, pero la nación estaba plagada de injusticias: la ley no era más eficaz que un paralítico sin fuerzas (Hab 1:4). Habacuc conocía no solo el dolor de las esperanzas personales frustradas, sino también el de las esperanzas nacionales saqueadas.

Quizás una versión parafraseada del encuentro de Habacuc con Dios revele que su dolor no está lejos del nuestro. En una oración que se hace eco de nuestros propios gritos de confusión, Habacuc le dice esencialmente a Dios: “¿Por qué te quedas de brazos cruzados? ¿Por qué no nos salvas?” (1:2). La respuesta de Dios desbarata los deseos que el profeta tenía para Judá: “Asómbrate, oh hombre. Incluso ahora estoy haciendo maravillas. Utilizaré a los malvados babilonios para hacer justicia con Judá” (1:5-7). Aquí hay dolor sobre dolor para Habacuc. ¡Esta no era la respuesta que esperaba!

Las Escrituras están llenas de personajes que encontraron un gozo inquebrantable en medio de esperanzas rotas. / Foto: Unsplash

El profeta se resiste a lo que considera una injusticia de Dios. “¿No eres tú un Dios santo? ¿Cómo puedes permitir —de hecho, ordenar— que los malvados prosperen y tu pueblo se enfrente a la ruina?” (1:12-13). Cuando nuestros sueños se desvanecen, qué fácil es poner a Dios en el banquillo. Cuando nuestros castillos en el aire se derrumban, con demasiada frecuencia pedimos a la Roca que dé cuenta de Sí misma.

Sin embargo, Dios responde. Al igual que con Job, responde a las acusaciones de Habacuc con una garantía de Su soberanía. “Confía en Mí. Se hará justicia. El justo vivirá por la fe. Yo sigo sentado en Mi santo templo. Que toda la tierra guarde silencio ante Mí” (2:2-4, 20). En este momento, encontramos la lucha de fe por excelencia. Las esperanzas originales de Habacuc se han hecho añicos y luego se han pulverizado. Todo lo que le queda es Dios y Su palabra.

¿Es posible seguir sintiendo gozo cuando la esperanza parece imposible?

El libro de Habacuc cuenta la historia de un profeta que se atreve a cuestionar a Dios en medio de la injusticia, y aprende que la fe consiste en confiar, aun cuando todo parece derrumbarse. / Foto: Unsplash

Felicidad indomable

La respuesta de Habacuc nos deja sin palabras:

Aunque la higuera no eche brotes,
Ni haya fruto en las viñas,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los campos no produzcan alimento,
Aunque falten las ovejas del redil,
Y no haya vacas en los establos,
Con todo yo me alegraré en el Señor,
Me regocijaré en el Dios de mi salvación.

El Señor Dios es mi fortaleza;
Él ha hecho mis pies como los de las ciervas,
Y por las alturas me hace caminar 3:17-19

Las circunstancias no han cambiado. La noticia de la desaparición de Judá sigue horrorizando tanto al profeta que apenas puede mantenerse en pie; sus huesos se sienten como líquidos (3:16). Dios no le ofrece ningún superpegamento para recomponer sus esperanzas. “Aunque…”. Esa es la conjunción del hedonismo trinitario, tres letras que soportan el peso de la gloria. “Aunque”, da un vuelco a nuestras expectativas naturales. ¿Cómo puede Habacuc hacer una declaración tan desafiante de gozo? ¿Cómo podemos nosotros?

Habacuc 3:17-19 es una declaración de fe inquebrantable en medio de la pérdida y el desamparo. / Foto: Pexels

El bien presente de Dios

Habacuc se regocija en Dios. Encuentra su gozo en Dios. Puede que se vea privado de bienes y despojado de sus parientes, que la tierra sea saqueada por los babilonios y que los malvados parezcan prosperar, pero el gozo permanece porque Habacuc tiene el bien presente de Dios. Cuando todas sus esperanzas anteriores se ponen en un lado de la balanza y Dios en el otro, no hay comparación. Ha aprendido, como Asaf en una situación similar, a decir: “Pero para mí, estar cerca de Dios es mi bien” (Sal 73:28). Cuando nuestro gozo está en el Dador, y no solo en Sus dones, los dones pueden desaparecer, pero nuestro gozo permanece inquebrantable.

¿Puedes decir con Habacuc: “Con todo, yo me alegraré en el Señor”? Ponte a prueba aplicando la situación. Aunque me despidan del trabajo y mis ingresos se agoten. Aunque mis hijos se rebelen y se alejen de la fe. Aunque el cáncer se extienda por mi cuerpo y no haya cura. Aunque lo hayamos intentado durante años y no tengamos hijos. Aunque mi marido me haya dejado. Aunque mi coche esté destrozado. Aunque mi amigo me haya traicionado. Aunque el dolor no cese. Aunque. Aunque. Aunque. ¿Aún puedes pronunciar el impresionante “pero” de Habacuc? Nada glorifica más a Dios que ese tipo de satisfacción inquebrantable.

En Habacuc, el gozo no depende de las circunstancias sino del Dios que permanece aun cuando todo lo demás se pierde. / Foto: Lightstock

La esperanza de un final feliz

Sin embargo, el gozo inquebrantable sería una contradicción si no tuviera futuro. Habacuc valora a Dios por encima de todos Sus dones, y espera un final feliz para la historia. Insinúa este final cuando reconoce a Dios como Su fuerza, aquel que “hace mis pies como los de las ciervas” (Hab 3:19). Los ciervos tienen paso firme; saltan obstáculos; escalan montañas con facilidad. Habacuc todavía está en lo profundo del valle, pero confía en que Dios lo llevará a las alturas. Al igual que el salmista, él irá más arriba y más adentro (Sal 43:3-4).

Dios mismo prometió este final feliz: “Pues la tierra será llena del conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar” (Hab 2:14). En otras palabras, Dios vence. Su gloria inundará la tierra. Al final, Su plan de indescriptible belleza se desplegará para que todos lo vean. Ningún aunque puede detenerlo. Al igual que Abraham antes que él, Habacuc tenía fe en que cuando Dios hacía una promesa, no la rompería (ni podría hacerlo). Un león vendría de la tribu de Judá, incluso si Dios tuviera que resucitar una nación de las cenizas de los incendios de Babilonia para que eso sucediera. Él haría nuevas todas las cosas. Habacuc sabía que, aunque no lo viera en su vida, el final de la historia sería feliz, por lo que su gozo permaneció intacto.

Amigo, nosotros sabemos mucho más de la historia que este santo del Antiguo Testamento. Hemos visto al León de Judá triunfar en la cruz. Hemos oído Sus palabras: “Nunca te dejaré ni te desampararé” (Heb 13:5). Conocemos Su compromiso inquebrantable de hacer que todas las cosas obren para nuestro bien (Ro 8:28). Por eso, incluso cuando abundan los horrores, cuando el dolor se multiplica, cuando los sueños se desvanecen, cuando las lágrimas fluyen, cuando las esperanzas destrozadas se amontonan a nuestro alrededor, aun así podemos ser inquebrantablemente dichosos en Dios.


Publicado originalmente en Desiring God.

Clinton Manley

Clinton Manley es editor contratado de Desiring God y estudiante en el Bethlehem Seminary. Él y su esposa, Mackensie, tienen un hijo y viven en Minneapolis, donde son miembros de Cities Church.

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