Este escrito lleva en la bandeja de borradores más de 500 días, varias veces al mes trato de completarlo y las lágrimas no me dejan culminarlo. A pesar de cuanto hemos crecido como familia en los últimos años, son muchas las preguntas y el dolor que experimentamos continuamente lo que inunda mis ojos y detiene mis manos en el teclado. Está vez me he propuesto publicarlo sin importar mi condición, pues hay una verdad que deseo compartir contigo, la cual es vigente sin importar tu condición o la de alguien a quien ames. Hace unos años nuestra familia comenzó a pasar lo que he llamado un periodo azul, nuestro pequeño Jonatán Caleb comenzó a mostrar un retroceso en el habla. Las hermosas conversaciones que empezábamos a tener se esfumaron, siendo reemplazadas por gritos y por llantos. Luego de varios meses intensos, llenos de duda y dolor; nos confirmaron lo que más temía nuestro corazón. “Son conductas típicas del autismo” -dijo la profesional. Y en ese momento, mi corazón se hizo pedazos. Las ilusiones que tenía se fueron al piso. Mis oraciones se inundaron de llanto. Las preguntas sin respuesta me quitaron el sueño. Las tareas más simples se volvieron un reto. Las expresiones de la gente se volvieron en mi contra: debiste lactarlo más tiempo, no lo cuidaste lo suficiente, ¿porque lo vacunaste?, algo hiciste mal, esto es tú culpa, necesitas más fe, ¿cómo lo vas a arreglar? Esos primeros meses el ajetreo de citas médicas, evaluaciones y de comenzar a conocer a mi hijo de nuevo me agotaban. Pero llego el día en que todo el enojo, la desesperación y la frustración de tales ataques los descargue contra Dios. Habían pasado meses en los que no podía emitir ni una palabra en mis oraciones de tanto dolor en mi corazón. Y ese día derrumbada, sin lágrimas que secar comencé a reclamar: “¿Por qué él? ¿Acaso no he rendido lo suficiente? ¿Porque tenemos que pasar por esto? Nos esforzamos por levantar una familia para ti, ¿y permites que nos pase esto?” No había terminado bien mi descarga, cuando el Espíritu de Dios me pregunto: “¿Acaso no soy soberano? ¿No es como siempre me describes?” Hubiese querido callar, pero no lo hice; discutí y lloré aún con mayor frustración. Mis argumentos fueron interrumpidos por el recuerdo de Job, allí estaba yo llena de dolor fabricando argumentos en contra de la justicia y el poder de Dios. En un proceso lento de varios meses concluí como Job: “pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo. Él, pues, acabará lo que ha determinado de mí, y muchas cosas como estas hay en él.” Job 23:13-14 Poco a poco las preguntas sin respuestas fueron sustituidas por confianza, fui asimilando que nada que hubiese hecho o dejado de hacer hubiese evitado la situación que enfrentabamos. Aún no veo la totalidad del plan de Dios, no conozco el final de la historia pero sí hay algo de lo cual tengo seguridad es de la promesa: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jeremías 29:11) Durante estos años en los que no nos hemos detenido en buscar servicios para nuestro pequeño Jonatán, algo ha sido evidente: la cantidad de personas que han intervenido de forma especial, aquellas que han sido bendecidas por su sonrisa, las personas que hemos encontrado con necesidades espirituales que podemos atender. Sí en ocasiones desearía esto fuera un sueño por acabar pues aún no lo entiendo todo, pero la realidad es que la obra de Dios en nuestra familia y los que han caminado con nosotros o se han cruzado en el camino ha sido evidente. En mi más reciente duda, al pensar en los sueños que deje escapar sobre mi hijo para generar otros, Dios me mostró a su Hijo; ensangrentado en una cruz, cargando nuestro pecado, enfrentando su ira. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32) Todas las cosas, incluyendo el dolor y lo incomprensible. Reflexionar en que el mayor acto de dolor para el ser más Digno sea la bendición de todo aquel que cree, minimizó mi dolor y me ha dado nuevas fuerzas. Sin importar cuál sea esa situación que no encaja en tu realidad, que piensas no es justa, que crees se le escapó de las manos a Dios; ya sea autismo, cáncer, problemas económicos, depresión, pérdida de un hijo o familiar te invito a descansar en la soberanía de Dios. Es en los momentos más difíciles de nuestra vida, cuando su soberanía se vuelve real y aunque no lo entendamos todo y no tengamos respuesta a todas las preguntas sabemos que Él sí las tiene e incluyen un futuro y una esperanza. Aunque no me gozo en la condición de mi hijo, anhelo ver como Dios es glorificado a través de él.
Publicado originalmente en Mujer Balanceada.