¿Qué cristiano no se ha conmovido por la bella visión de Apocalipsis 7? Juan ve una potente muestra de lo que Dios pretende realizar —y, de hecho, lo que está realizando y va a realizar— por medio del evangelio de Jesucristo. «Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano. Gritaban a gran voz: “¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!”» (7:9-10). En el Antiguo Testamento había dos pueblos: judíos y gentiles. Pero en Cristo solo hay un pueblo: los cristianos. Estos cristianos abarcan cada posible tipo, categoría o división de personas. Apocalipsis 7 ha sido usado por mucho tiempo como un incentivo para las misiones mundiales, y bien debería serlo. Muchos creyentes han sido motivados por esta visión para llevar el evangelio a las naciones, tribus, pueblos, e idiomas donde ese evangelio no ha sido escuchado o no ha sido ampliamente aceptado. Ellos han entendido que la visión de Juan no es una que Dios pretenda llevar a cabo sin el diligente compromiso de su pueblo, sino a través de él. El plan de Dios nunca fue dejar caer su evangelio en aquellas naciones y lugares distantes, sino mandar a su pueblo que lo llevara. Así que se ha llamado, comisionado y enviado misioneros. Ellos han ido y han regresado con historias conmovedoras e inspiradoras de cómo ha actuado Dios. Han ido y le han contado al mundo acerca de Jesús y han visto a la gente venir a Cristo. Han tenido el placer de experimentar luego un pequeño anticipo de la realización de la visión de Juan. Han podido adorar a Jesucristo con personas muy diferentes a ellos, personas que representan una etnicidad diferente y habitan en una cultura diferente y hablan un idioma diferente. Muchos misioneros han tenido el placer divino de un pequeño atisbo del cielo. Pero lo que estos misioneros no podrían haber previsto es que llegaría el día cuando las naciones, tribus, pueblos y lenguas vendrían a los lugares desde donde se había enviado a los misioneros. En un periodo de tiempo muy breve, el mundo se encogería drásticamente y la humanidad obtendría un tipo de movilidad totalmente nuevo. En una generación, ciudades como Toronto serían completamente transformadas, de modo que hoy el 51 por ciento de sus residentes han nacido en otro país. En nuestra ciudad más grande, los «nuevos» canadienses superan en número a los «antiguos» canadienses. Las minorías visibles ahora son la mayoría. Hoy en día en Canadá hay mucho más indios no creyentes que misioneros canadienses en India, más chinos no creyentes en Canadá que misioneros canadienses en China, etc. Y estos números no son distintos a los de muchas otras ciudades del mundo. Se avecina un gran cambio. ¡Qué gran tiempo para estar vivo! ¡Qué gran tiempo para predicar el evangelio! Apocalipsis describe una gran multitud de cada nación, pero hoy con la misma facilidad describe «una gran multitud en cada nación». Lo que solía ser un llamado a las misiones mundiales es, en el nuevo mundo de hoy, igualmente un llamado a la evangelización local. Por supuesto, nunca podemos ser apáticos acerca del llamado a ir tierras distantes, pero también debemos entender nuestra responsabilidad de llegar a los barrios cercanos. Hoy no solo podemos ver Apocalipsis 7 realizado allá, sino también aquí mismo.