Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses delante de Mí (Ex 20:2-3).
Solía pensar que el primer mandamiento significaba que Dios debía ser nuestra máxima prioridad. Podía haber otros “dioses” en nuestra vida, cosas que amáramos y adoráramos, pero el Dios verdadero tenía que ser lo primero en nuestros deseos y decisiones. Si bien es cierto que Dios debe ser nuestro primer y más grande amor, creo que la palabra “delante” nos recuerda principalmente que toda la vida se vive coram deo, es decir, ante el rostro de Dios. Dios está presente en todo lugar y en todo momento: ve cada acto de adoración que hacemos. Es una tontería adorar a alguien o a algo que no sea Dios, porque Él es el mayor de todos los seres y siempre está ahí. Adorar a un ídolo (tener otro dios delante de Dios) es un poco como proclamar mi amor a una mujer mientras mi esposa está a nuestro lado. Mi amor y mi compromiso deben dirigirse a mi esposa y solo a ella. Al igual que mi esposa se enfadaría con razón por mi infidelidad a mis votos matrimoniales, Dios también se enfada cuando adoramos y amamos a Sus creaciones más que a Él.
Este primer mandamiento es engañosamente sencillo. Son solo siete palabras, pero si las tomamos en serio, nuestra vida entera cambiará. Este mandamiento requiere todo lo que tenemos. Requiere todo lo que somos. Y también prohíbe muchas cosas. Es, a la vez, aterrador e inspirador, desalentador y acogedor.
¿Qué nos exige el primer mandamiento?
Debemos conocer a Dios y creer que es el único Dios verdadero. ¿Quién es ese Dios ante el que vivimos? Dios es omnipresente, llena todo el espacio a la vez (Sal 139:7-12). Por tanto, todo lo que hacemos es ante Él. Dios es eterno, está fuera del tiempo y, por tanto, está presente en todo momento. Dios es santo y justo. Vivimos ante un Dios que es completamente justo y equitativo. Además, es el creador del cielo y de la tierra, nuestro sustentador y nuestro redentor. Recuerda que este mandamiento se basa en la identidad y la obra salvadora de Dios para Su pueblo: “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto” (Ex 20:2). Dios es un Dios de misericordia, gracia y paciencia. Fíjate también en que Dios se describe a sí mismo como “nuestro” Dios. No tener otros dioses es entender que tenemos una relación sagrada, pactada y exclusiva con Dios. Esto significa que todo nuestro culto, alabanza y adoración deben dirigirse a Dios. Nuestros pensamientos, nuestras esperanzas y sueños, nuestro respeto, nuestro amor y alegría, nuestro deseo y nuestra voluntad deben dirigirse a Dios por encima de todo.
¿Qué prohíbe el primer mandamiento?
Este mandamiento también implica muchas cosas que no debemos hacer. Primero, se prohíbe el ateísmo. Negar la existencia de Dios es quebrantar este mandamiento. Segundo, como ya se ha mencionado, el mandamiento prohíbe toda forma de idolatría. La idolatría puede adoptar muchas formas. El mandamiento prohíbe adorar a otros dioses que no sean el Dios de la Biblia. También prohíbe amar o desear cualquier cosa de la creación de Dios más que a Dios mismo.
Además, no tener otros dioses significa que nunca debemos dejar de dar a Dios todo lo que se merece, como honor, respeto y alabanza. Rompemos este mandamiento cuando nos olvidamos de Dios y vivimos la vida como si Dios no estuviera presente o no existiera. Incumplimos este mandamiento cuando tenemos ideas erróneas sobre quién es Dios y creamos una falsa versión de Dios hacia la que dirigimos nuestra adoración. Rompemos este mandamiento cuando estamos enfadados con Dios, cuando dudamos de Su bondad y sabiduría, y cuando no confiamos en Sus promesas. Ciertamente, la Escritura nos enseña que podemos tener dudas y hacer preguntas a Dios sin pecar (Sal 13:1-2; 22:1-2). Sin embargo, la Biblia también nos advierte de que nuestros sentimientos y pensamientos sobre y hacia Dios pueden llegar a ser pecaminosos:
Tengan cuidado, hermanos, no sea que en alguno de ustedes haya un corazón malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo. Antes, exhórtense los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: “Hoy”; no sea que alguno de ustedes sea endurecido por el engaño del pecado. Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos firme hasta el fin el principio de nuestra seguridad (Heb 3:12-14).
Un “corazón malo de incredulidad” describe a una persona que quebranta el primer mandamiento. Esta persona se aleja de Dios, ya no vive ante Él. El autor de Hebreos nos advierte, no solo para que vigilemos de cerca nuestro propio corazón, sino para que los cristianos nos animemos unos a otros a perseverar en la fe, incluso cuando luchamos por creer la verdad sobre Dios y vivir la vida ante Él.
Hermoso y terrible
El primer mandamiento, con todo lo que nos pide y todo lo que nos prohíbe, es hermoso en su sencillez. Nos da la clave de toda la vida: como criaturas de Dios, solo debemos adorarle a Él. Si lo hacemos, viviremos de acuerdo con nuestro diseño y seremos libres para florecer.
Este mandamiento nos llama a una hermosa fidelidad al Dios que nos amó, nos creó y nos salvó. Sin embargo, sabemos que no podemos acercarnos a Sus exigencias. Por esta razón, el mandamiento es también terrible. Revela que, en lo más profundo de nuestro ser, no somos lo que debemos ser. Tenemos otros dioses antes que Dios. Rompemos este mandamiento a diario en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Sin embargo, no nos fue dado para condenarlo. Solo después de que Dios rescató a Israel del cautiverio en Egipto, promulgó los Diez Mandamientos. No son una condición para el rescate de Dios, sino una respuesta a la que estamos llamados a la luz del amor incondicional de Dios por nosotros.
Esto también forma parte de la belleza del primer mandamiento. Es una guía para el pueblo redimido de Dios. Hemos sido liberados del cautiverio, no de los egipcios, sino del pecado. No nos ha salvado Moisés, sino Cristo. Nuestro éxodo es un viaje espiritual para salir de la esclavitud del pecado y entrar en una relación pactual con Dios. Dentro de esa relación llena de gracia, nos esforzamos por cumplir el primer mandamiento, nos arrepentimos cuando fallamos y confiamos en el perdón de Dios, así como en el poder del Espíritu Santo para hacernos cada vez más obedientes a lo largo de nuestras vidas. Por el poder y la gracia de Dios, podemos apartar a todos los demás dioses de delante de nuestro Dios y adorarle solo a Él.
Publicado originalmente en Core Christianity.