Nacemos con un talento para encontrar las fallas en otros, y hemos sido condicionados a desarrollar esa habilidad. ¿Identificas algún error en ti? No hay problema (aún nosotros luchamos persistentemente por ver nuestros propios errores). Y la vida nos da muchos errores para encontrar. La vida en la tierra, por ahora, implica una vida rodeada de fallas. Sorprendentemente, el evangelio cristiano no es demasiado grande y elevado para estas decepciones regulares, para los rincones oscuros y dolorosos de la vida real. De hecho, la gran epístola de Pablo a los romanos, una de las cartas más importante alguna vez escrita, nos muestra esos errores, descubriendo tales desafíos relacionales como prueba del poder de la persona y el trabajo de Cristo. En Romanos 14 y 15 en particular, Pablo trata las faltas que surgían entre cristianos sobre adiaphora (literalmente “no diferencias” en la esencia de nuestra fe, sino en varios asuntos no esenciales). Estos temas no son claras instancias de pecado (obvias violaciones a la Ley de Dios, como mentir o robar, sino diferencias de opinión (algunas veces hasta de convicción), como guardar ciertos días santos o no, o comer carne y beber vino que había sido ofrecido a los ídolos. En el primer siglo, estos asuntos estaban relacionados al cambio de época del antiguo pacto al nuevo. Algunas diferencias, como en Gálatas, eran sobre la esencia de la fe, y otras no. Aunque Romanos 14 – 15 habla a las controversias que no son diferencia en la esencia de la cristiandad, Pablo no las subestima, ignora o las trata frívolamente. En su lugar, él ve en ellas una oportunidad para llevar el corazón de la fe a soportar en el pueblo de Dios, mediante enfocarse en cómo tratamos a otros a pesar de esas diferencias. Pablo dignifica el dolor que esas diferencias de opinión pueden causar, llevándolas al remedio y alivio más grandes posible: Cristo mismo. El fuerte (y el débil) En otros lados también encontramos instrucciones para saber qué hacer cuando un hermano peca contra nosotros (Mt 18:15-22). Pero ¿qué pasa cuando otros nos ofenden con sus errores e inmadurez que no son expresamente pecado? ¿Y qué si éstas no son pequeñas discrepancias de opinión, sino de convicción? En Romanos 14 – 15, Pablo sí cree que un grupo tiene razón, por así decirlo, y el otro está mal, al tratarse de la realidad del asunto. A un grupo él llama “los fuertes”, y al otro “los débiles”. Él dice: “Yo sé, y estoy convencido en el Señor Jesús, de que nada es inmundo en sí mismo” (Ro 14:14). Entonces, como el escribe en otra parte: “Si algún incrédulo los invita y quieren ir, coman de todo lo que se les ponga delante sin preguntar nada por motivos de conciencia” (1Co 10:27). Pero si alguien nos dice: “‘Esto ha sido sacrificado a los ídolos’, no comamos, por causa del que se los dijo, y por motivos de conciencia” (1Co 10:28). En otras palabras, consideremos su bien eterno, no solo nuestro apetito momentáneo y habilidad para ejercitar la libertad. En Romanos 15:1-7, Pablo específicamente se dirige a “los fuertes”, que saben en fe y conciencia que toda la comida y bebida es limpia. Seguro, ambos grupos tienen fallas. La estrategia de Pablo, sin embargo, es comenzar dirigiéndose a los fuertes, y encargarlos para tomar el primer paso hacia la paz. Pablo apela a ellos para que se levanten sobre “las fallas de los débiles”, y hasta reconoce que estas son fallas genuinas. Y mientras lo hace, clarifica la verdad del tema para “los débiles” que están escuchando. Nuestras tensiones actualmente puede que no sean las mismas que aquejaban a la iglesia de Roma en el primer siglo, pero estamos llenos de fallas propias y divisiones innecesarias. Entonces, ¿qué podemos aprender de esos versículos para no solamente soportar los espacios vacíos de otros, sino, como “los fuertes” literalmente llevar las fallas (griego ta asthenēmata bastazein) de los “débiles” (Ro 15:1)? El llamado Primero está el llamado a amar. Por más apelación que Pablo haga, él no ve esto como “solamente una oportunidad” (tómala o déjala), sino como una obligación. Como cristianos nos debemos el amor los unos a los otros, que, para los fuertes, significa soportar las fallas de los débiles (Ro 15:1). De hecho, sería pecado violar la ley de Cristo al fallar en amar. Los cristianos no estamos obligados a comer o no carne, o a celebrar ciertas fiestas o no, pero sí estamos obligados a amarnos unos a otros. “No deban a nadie nada, sino el amarse unos a otros. Porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley” (Ro 13:8). “Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo” (Ga 6:2). El cerdo, el vino y las vacaciones son opcionales; el amor cristiano no. Y, aun así, Pablo no deja ese tipo de amor descalificado o inespecífico. Él da términos, un ejemplo y la fuente del poder. Los términos Luego del llamado a amar al prójimo vienen los términos de este amor: “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para su edificación” (Ro 15:2). La obligación para amar no requiere que el cristiano haga que otros se sientan amados en términos humanos. Cristo establece los términos. Nosotros amamos con el bien de otros en la mira, como Dios define lo bueno, no como lo definen los caprichos o las preferencias momentáneas (¡o demandas!) de los pecadores. El llamado cristiano para amar no es para proveer a la inmadurez o incredulidad, o para consentir el pecado, sino para ver a nuestros prójimos con la mente y ojos de Cristo, y amarlos por su bien, para edificarlos en Él. Este llamado a placeres más altos por nuestro prójimo que por sus caprichos también es un llamado para complacernos en amarlos. A los fuertes: no cedan a los deseos inmediatos de los débiles (o a los suyos propios). El amor busca el bien eternal (más que el momentáneo), tanto de nuestro prójimo como el propio. Esto apunta al impactante ejemplo de Pablo en Romanos 15:3: “Ni aun Cristo se agradó a Él mismo”. El ejemplo Cuando se trata de amor inconveniente e incómodo, Jesús provee el mayor ejemplo y modelo imaginable. “Es notable,” escribe John Murray, “cómo el apóstol aduce el ejemplo de Cristo en sus logros más trascendentales para encomendar las tareas más prácticas” (Ro 5:16). En sus rodillas, con sudor brotando como gotas de sangre, Jesús no accedió a Sus propios deseos inmediatos en Getsemaní. En su lugar, Él vino a acatar la voluntad divina, y con ella el infinito bien y crecimiento para otros. Él no escogió los deseos momentáneos, fueran los Suyos o los de otros. Seguramente, en el momento, si a los discípulos se les hubiera dado la oportunidad, ellos hubieran querido que Cristo escapara. Pedro había dicho: “¡No, Señor!”, al oír de la cruz por primera vez; los discípulos no eran aún capaces de concebir cómo la muerte de Cristo llevaría a un gozo mayor. Básicamente, complacerse a sí mismo hubiera significado rendirse a Sus propios deseos, naturalmente humanos, para evadir la muerte, especialmente la terrible tortura de la muerte en una cruz, y lo que es peor que eso, el sentirse separado de Su Padre. Aun así, en el jardín Jesús abandona Sus deseos humanos de autopreservación, pero elije la voluntad divina. Él la elije. Al decir a Su Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22:42). Él hace de la voluntad divina la Suya propia (como hombre). Superficialmente, Él no quiere esto, pero muy profundamente sí, como Isaías 53:11 profetizó: “Debido a la angustia de Su alma, Él lo verá y quedará satisfecho”. Así que Hebreos 12:2 también confirma que en la angustia y la horrible desolación era la santa búsqueda del gozo que animaba y sustentaba Su obediencia: “Por el gozo puesto delante de Él [Jesús] soportó la cruz”. Esto no significa que consolamos a los cristianos para “complacernos a nosotros mismos”, al contrario de lo que dice la carta de Pablo y la vida de Cristo. En su lugar, decimos que Dios en Cristo es tan profunda y rotunamente satisfactorio que somos libres de “complacernos a nosotros mismos” con relación a otros. Complacidos en Dios, y sabiendo que en Cristo Él se complace en nosotros, somos liberados para mover nuestra vista de nosotros mismos a las necesidades y vidas de los demás, y para amarlos por su bien y edificación. El poder Finalmente, por más maravilloso que sea el ejemplo de Cristo, Pablo presiona aún más fuerte. Él no solamente dice que Cristo tuvo éxito sobre el amor, sino que nos muestra cómo lo hizo. ¿Qué le permitió a Jesús, como hombre, a mirar más allá de Sus deseos humanos momentáneos hacia el “gozo puesto delante de Él” del otro lado de la tortura y la muerte? Él confió en la Palabra de Su Padre. Pablo muestra a Jesús viviendo y tomando fuerzas del Salmo 69:9 en Romanos 15:3: “Los vituperios de los que te injuriaban cayeron sobre mí”. Nota la orientación y la centralidad hacia Dios que esto trae al gran acto de amor de Cristo (y a nuestros pequeños actos). Y la forma en que el poder para soportar vino a Él no era solamente a través de la verdad, sino a través de la Escritura. Con esta mente únicamente santa y sin pecado, Jesús pudo haber filosofado en muchas maneras para poner Su llamado y tortuoso dolor en una perspectiva mayor. Seguramente podría haberse predicado a Sí mismo en muchas maneras diferentes. Pero en su momento de mayor constreñimiento, Él se vuelve a las mismas palabras de Dios (en este caso, tomadas del Salmo 69). Lo cual insta a Pablo a escribir: “Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Ro 15:4). Como Cristo la tuvo. El Dios de paciencia y consuelo despertó amor en Su propio Hijo a través del instrumento de Su Palabra escrita. Jesús fue confortado y obtuvo fuerzas para soportar mediante la práctica de las Escrituras. Y así será para nosotros. Tal como el alma de Cristo mismo era alimentada por lo que estaba escrito en el pasado, así nosotros llenamos nuestra reserva en las promesas de Dios, para liberarnos del egoísmo y la autocontemplación pecaminosa, tanto para saber lo que es verdaderamente para el bien y la edificación de nuestro prójimo, como para “no autocomplacernos”, sino hacerlo con alegría. El Dios de paciencia y consuelo mismo hace este milagro en y a través de Su Palabra. Como Cristo te recibió a ti Tal búsqueda “desinteresada” del bien de otros (llamada amor) conlleva, con el tiempo, a que los cristianos fuertes y débiles busquen “… tener el mismo sentir los unos para con los otros conforme a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ro 15:5-6). Nuestro menosprecio por nuestros propios deseos y preferencias, como hizo Jesús, le glorifica a Él y a Su Padre. Después de todo, esto es precisamente como Cristo nos recibió: no complaciéndose a sí mismo en el huerto, sino confiando en la Palabra de Dios para tomar el (mucho más) difícil camino para nuestro bien. Así que Murray pregunta, “¿Insistiremos los fuertes en complacernos a nosotros mismos acerca de la comida y bebida en detrimento de los santos de Dios y la edificación del cuerpo de Cristo?”. El gozo de no complacernos a nosotros mismos viene no solamente cuando el prójimo lo necesita, sino aun cuando él está en un error o la necesidad aflora de su propia fe y conciencia defectuosa. Mientras que el morir a nuestros deseos, libertades y a nosotros mismos se opone a los impulsos de nuestra era, aprendemos de Cristo a aceptarnos “…los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios” (Ro 15:7).

David Mathis

Es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Churchin Minneapolis. Él es esposo, padre de cuatro hijos y autor de «Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines» (Hábitos de Gracia: Disfrutar a Jesús a través de las Disciplinas Espirituales).

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