En su carta a los Colosenses, el apóstol Pablo instruye a sus lectores: “Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona” (Col 4:6). He encontrado este consejo invaluable en el contexto del debate, una actividad en la que muchos de nosotros en la comunidad de apologética participamos.
Recientemente, he tenido la oportunidad de participar en algunos debates radiales. En tales situaciones, es sumamente importante ejemplificar siempre una actitud de humildad y gracia. Lamentablemente, con demasiada frecuencia he visto a personas (tanto creyentes como no creyentes) intentar desprestigiar a aquellos del otro lado del argumento. Para el cristiano, creo firmemente que el propósito detrás del debate no es simplemente ganar un argumento. Déjenme repetirlo: el propósito del debate, para el creyente, no es simplemente ganar un argumento. Es posible que uno gane un argumento con éxito y, al mismo tiempo, falle en ganar a la audiencia o a su interlocutor. Hay almas en juego. Por lo tanto, un mensaje de amor debe ser claramente transmitido, a través de las palabras que decimos, de nuestra conducta y modales, y de nuestra devoción al mensaje de la cruz. Es tan fácil reducir nuestra apologética cristiana a nada más que una búsqueda intelectual, o una manera de alimentar nuestro propio ego. Pero como escribió el apóstol Pablo en 1 Corintios 13:2:
Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy.
Tener un enorme conocimiento no te servirá de nada, ni a ti ni a nadie más, si no tienes amor. Cada oponente al que enfrentas, y cada persona que te observa debatir, es un alma individual preciosa, desesperadamente necesitada de Cristo. Si los ves de esa manera, tu conducta durante y después del debate reflejará eso.
Si somos honestos, a veces puede haber un elemento de superioridad entre los intelectuales cristianos. Nos sentimos satisfechos de ser los que tienen la verdad y nos enorgullecemos de tener los mejores argumentos para respaldar nuestra posición. Pero recuerda que, si el Espíritu no hubiera abierto nuestros ojos e iluminado nuestra visión para que pudiéramos percibir claramente el misterio de Cristo, estaríamos en el mismo lugar: perdidos, en tinieblas, sin Dios, sin esperanza de salvación. Lo que es tan claro para nosotros no es claro para aquellos cuyos corazones están cubiertos por un velo (2Co 3:14). La única razón por la cual puedes percibir y entender la verdad es la gracia de Dios; nada más, nada menos. Llegar a ese entendimiento es, sin duda, una experiencia humillante, y una que debería impulsarnos a tratar a nuestros interlocutores no cristianos con gracia, amor y humildad.
En última instancia, es el Espíritu de Dios, y no tus argumentos, el que convencerá a un hombre de su pecado y lo llevará al arrepentimiento. Sí, tus argumentos pueden persuadirle intelectualmente de que el cristianismo es verdadero, y Dios puede optar por usar eso como el medio para atraerlo hacia Él (Is 55:11). Pero la Biblia enseña claramente que, a menos que Dios habilite sobrenaturalmente a un hombre para arrepentirse y decidir someterse a Él, el hombre siempre estará en una perpetua rebelión contra Dios, buscando excusas para no creer. Ahora, permíteme ser claro: esto definitivamente no significa que no debamos manejar la información y los hechos de manera responsable. De hecho, creo que nuestras presentaciones de la verdad deben ser siempre precisas y bien investigadas, y nosotros en la comunidad de apologética debemos rendirnos cuentas unos a otros en este sentido. Al hacerlo, honramos a Dios, quien es la Verdad misma.
Es sumamente importante que ejercitemos amor, gracia y humildad hacia las personas con las que nos involucramos en debates y argumentos, incluso si esa actitud no es correspondida. Tu conducta es tan parte de tu apologética como tus argumentos persuasivos. No honra a Dios presentar fríamente los argumentos sin ejemplificar amor y compasión por las preciosas personas con las que estás hablando. Recuerda: es solo por la gracia de Dios que has llegado a conocer la verdad del evangelio, así que presenta una defensa de la fe que hay en ti, pero hazlo con gentileza y respeto (1P 3:15).
Este artículo se publicó originalmente en Christian Apologetics Alliance.