Habrás escuchado la distinción tanto como yo: la distinción entre conocimiento de la cabeza y conocimiento del corazón. Aprendemos datos acerca de Dios, de su carácter, de su Palabra, pero no es sino cuando esos datos llegan al corazón que se vuelven espiritualmente provechosos. Dicen que el viaje desde la cabeza al corazón es el más largo de todos. Nunca me he sentido muy cómodo con esta distinción entre conocimiento de la cabeza y conocimiento del corazón, y hace poco Andrew Davis me ayudó a agudizar un poco mi pensamiento. En su libro An Infinite Journey (Un viaje infinito) cuenta un testimonio que escuchó una vez. «Crecí en un hogar cristiano», dijo la joven que compartía su testimonio en un culto nocturno de la iglesia, «y aprendí mucho de la Biblia. Pero todo era conocimiento de la cabeza, no del corazón. No fue sino cuando todo ese conocimiento de la cabeza bajó hasta mi corazón que mi vida comenzó a cambiar». Observé cuando ella señaló desde su cabeza hasta el centro de su pecho, para representar el movimiento de su conocimiento, casi como el trayecto que recorre la comida por el esófago hasta el estómago. Todos hemos escuchado a personas hablar así y sabemos a lo que apuntan. No obstante, esta es mi preocupación: cuando hablamos de esa forma, ponemos un tipo de conocimiento contra el otro, donde la cabeza es el enemigo y el corazón el amigo. Es como si necesitáramos combatir la cabeza a fin de llegar al corazón, o como si el conocimiento de la cabeza fuera el mal necesario que tenemos que soportar para llegar al corazón. Ahora bien, por supuesto, este lenguaje está abordando una preocupación genuina. En otro tiempo yo fui muy parecido a esta joven. Crecí en un hogar cristiano y conocí datos acerca de Dios y la Biblia y la fe cristiana, pero sin ser realmente salvo. Pienso en un hombre como Bart Ehrman, quien, aunque es un férreo enemigo del cristianismo, posee un amplio conocimiento de la Biblia. En la Palabra de Dios encontramos demonios que saben que Dios existe. Encontramos apóstatas que una vez profesaron la fe cristiana y conocieron bastante acerca de ella antes de extraviarse y finalmente renunciaron a la fe. Creo que necesitamos afirmar la importancia de creer lo que es verdad sin denigrar los datos y el conocimiento necesario para siquiera conocer lo que es verdad. El conocimiento de la cabeza es bueno; el conocimiento del corazón es bueno. Más conocimiento de la cabeza es mejor que menos conocimiento de la cabeza, y más conocimiento del corazón es mejor que menos conocimiento del corazón. El conocimiento de la cabeza es bueno porque el conocimiento del corazón es imposible sin aquel. El cristianismo es y debe ser una fe que involucre la mente tanto como es y debe ser una fe que involucre el corazón. El problema llega cuando hay una radical desconexión entre ambos. Davis lo dice adecuadamente: Debemos seguir creciendo en conocimiento o dejaremos de progresar en la vida cristiana. Todo ese conocimiento comienza como conocimiento de la cabeza, conceptos comprendidos por la mente, antes que ocurra cualquier otra cosa. Y debemos tener tanto de ese conocimiento como sea posible. Pero hay de nosotros si por la incredulidad no permitimos que ese conocimiento nos transforme a la imagen de Cristo y cambie nuestra forma de vivir.