Soy pecador. Y como pecador, presento todo tipo de conductas tanto extrañas como horribles. Mientras más me conozco a mí mismo, más veo las formas en que soy el producto de mi pecado, en que percibo el mundo a través de los lentes de mi pecado. Cuando miro al exterior, y cuando miro a los demás, los veo a través de ojos pecadores y los interpreto a través de una mente pecadora. Al hacer esto, caigo en la trampa de la proyección del pecado. La proyección del pecado es cuando proyecto mi pecado en los demás, suponiendo que ellos están propensos al mismo pecado y, por lo tanto, caen en él tanto como yo. Yo no soy el único que hace esto tampoco. El esposo adúltero se pregunta si su esposa está cometiendo adulterio. El niño mentiroso supone que su maestro le ha mentido. La madre iracunda se apresura a acusar a sus hijos de estar enojados con ella. El pastor obsesionado con el poder cree que el pastor asociado está tramando desplazarlo. Al joven de ojos lujuriosos le cuesta confiar en que los ojos de su novia no son igualmente propensos a desviarse. El ladrón no puede confiar en los demás porque supone que le robarán tal como él les roba a ellos. El músico envidioso supone que los demás están compitiendo con él. Y así continúa. Veo el mundo a través de mi propio pecado y proyecto mi pecado en los demás. Veo mi pecado en ellos, aún allí donde no existe. Injusta y pecaminosamente los acuso de mi pecado. Soy pecador. Y como pecador, esta es solo una más de aquellas extrañas y horribles conductas.