El joven y recién ordenado sacerdote católico estaba de pie frente a la iglesia, listo para oficiar su primera misa. Se esperaba que estos sacerdotes tuvieran el corazón limpio antes de oficiar: ningún pecado sin confesar. Ningún corazón de piedra sin labrar. Pero cuando Martín Lutero comenzó a recitar la parte introductoria de la misa, con el pan y el vino en el altar frente a él, casi se desmaya. Más tarde contó: «Me quedé totalmente estupefacto y aterrorizado… ¿Quién soy yo, para levantar mis ojos o mis manos a la divina Majestad?»[1]. El 31 de octubre de 1517, una década después de su ordenación sacerdotal, Lutero clavó sus ahora famosas Noventa y Cinco Tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, Alemania. De todas estas 95 afirmaciones y preocupaciones, el punto principal era simple: no se puede comprar la gracia de Dios y no se puede contradecir la Biblia. La Iglesia se olvidó de esto, y ese es un lugar peligroso para estar. Para Lutero, el acceso a la revelación de Dios y a la gracia de Dios era de suma importancia. Se sentía frustrado porque la Iglesia no había sentido el mismo nivel de reverencia, mejor dicho ¡terror!, al presentarse ante Dios. Había comenzado a vender indulgencias, que eran certificados de la Iglesia que garantizaban reducir el castigo de los pecados. Tal como lo veía Lutero, el dinero también estaba corrompiendo a todos los que estaban en el poder. Además, la Iglesia enseñaba que el Papa podía recibir revelación directa de Dios y que tenía el mismo poder y acceso a la voluntad de Dios que la Biblia. Estos problemas y otros más llevaron a Lutero al límite. Como todo buen líder, tomó medidas. Como todo buen pastor, se preocupó por su pueblo. Actuó cuando, aparentemente, nadie más lo hizo.
¿Una reforma accidental?
Es importante entender que Lutero quería reformar la Iglesia, él no quería provocar una reforma divisiva. No estaba tratando de iniciar una nueva denominación, sino de ser fiel a la Palabra de Dios. Como dijo una vez: «Pido que los hombres no hagan referencia a mi nombre; que se llamen a sí mismos cristianos, no luteranos»[2]. Pero sus convicciones eran firmes, y sus preocupaciones, legítimas. El Evangelio le obligaba a ignorar los peligros asociados a dar un paso en la fe, incluso cuando el camino no iba a ser fácil. Proclamar la verdad significaba más para él que las reacciones que pudiera recibir por defenderla. Como dijo una vez: «Lo que se afirma sin las Escrituras o sin una revelación probada puede sostenerse como una opinión, pero no es necesario creerlo»[3]. La Iglesia se había adentrado peligrosamente en el territorio de las opiniones y afirmaciones extrabíblicas. Lutero no podía tolerarlo, porque la lectura de la Biblia fue la chispa primigenia en su transformación de monje católico a revolucionario. Así que finalmente se presentó ante los líderes de la Iglesia y proclamó: «Estoy sujeto a las Escrituras que he citado y mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, ya que no es seguro ni correcto ir contra la conciencia de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, ya que no es seguro ni correcto ir en contra de la conciencia»[4]. Como aspirante a ministro y predicador, sintió el peso de ser fiel a la Palabra de Dios. Una vez escribió: «Es una gloria que todo predicador puede reclamar, el poder decir con plena confianza de corazón: ‘Esta confianza tengo hacia Dios en Cristo, que lo que enseño y predico es verdaderamente la Palabra de Dios'»[5]. Lutero no consideraba la autoridad de la Escritura como una pieza del rompecabezas cristiano, o una doctrina importante, pero no definitiva; más bien, era la losa de hormigón sobre la que se asentaba la casa cristiana. Para él, la tarea principal del predicador era predicar correctamente la Palabra de Dios por su puro poder y su verdad inmutable. Así que cuando el Papa ejercía su autoridad al margen de las Escrituras o en contradicción con ellas, Lutero no lo aceptaba. Escritura + cualquier otra cosa = verdad mezclada con error. Muy rápidamente, su Reforma se convirtió en una revolución.
La Biblia de Lutero: una Biblia para todos
Lutero comprendió el poder de la Biblia para cambiar vidas porque a él mismo le cambió la vida. Su lectura de Romanos 1:17 cambió el curso de su vida, y nunca volvió a ser el mismo. No sólo eso, sino que amaba tanto la Palabra que dedicó años de su vida a traducir el Nuevo Testamento al alemán, su lengua materna. Cuando se publicó en 1522, se alegró de que la gente «pudiera tomar y saborear la clara y pura Palabra de Dios en sí misma y aferrarse a ella»[6]. Lutero pensaba que la Biblia era más importante que cualquier otro libro que se pudiera disfrutar. La Iglesia de la época no permitía el acceso masivo a la Biblia. La mayoría de la gente solo sabía lo que los sacerdotes les contaban. Pero Lutero sabía que Dios lo había encontrado en sus páginas, y anhelaba que otros tuvieran ese acceso. Para Lutero, el Papa era más un mal rey que un buen pastor. Abusó de su poder y buscó controlar al pueblo. La Palabra de Dios ya no controlaba la Iglesia, sino su líder. Una Iglesia con una Palabra minimizada no es una Iglesia en absoluto; es un tren sin vías, una carretera de montaña sinuosa sin barandillas. Con su traducción, la gente pudo ver las barandillas por sí misma. Las convicciones de Lutero nos recuerdan que si Dios es la máxima autoridad, entonces Sus palabras son buenas y verdaderas. Él es perfecto, por lo que Su Palabra es perfecta. Sus mandatos son correctos, y nuestra obediencia a ellos es correcta. Ningún Papa, Presidente o libro de autoayuda puede superar lo que Dios tiene que decirnos. Eso también significa que, independientemente de lo que haga un líder, incluso el propio Papa, la Palabra de Dios tiene la última palabra. Para Lutero, la veracidad de la Biblia no consistía en poner sus afirmaciones en una placa de Petri y ver si pasaba la prueba. No necesitaba que un Papa, un científico o cualquier otra persona diera autenticidad a sus afirmaciones. Confiaba en las Escrituras porque confiaba en Dios. Creer en la autoridad de la Palabra de Dios requiere acción. La Palabra de Dios está viva, y está preparada y es capaz de cambiar tu vida, si tan sólo te sometes a su autoridad de la forma en que Lutero lo hizo. La Reforma causó una división masiva en la Iglesia mundial. Nacieron los protestantes (literalmente, «los que protestan»). Y los protestantes son un pueblo de la Biblia ante todo. Es en la Biblia donde encontramos quién es Dios y cómo se relaciona con Su pueblo. Siguiendo los pasos de Lutero, los protestantes creen que cuando la Escritura habla, Dios habla. Si no creemos nada más, debemos creer esto: La Palabra de Dios está viva. La Biblia no es un libro anticuado y viejo que encaja mejor en una estantería que en nuestro regazo. No, está ahí, resonando como un terremoto, conteniendo las palabras del Dios del universo que cambian la vida. Es aplicable a tu vida ahora. Hoy. Y también mañana. Si creemos que la Escritura es realmente la Palabra de Dios, creeremos lo que dice. Como Lutero, creeremos que una doctrina es verdadera sólo si se encuentra en la Biblia. Este artículo se publicó originalmente en Credo Magazine.
Notas al pie originales: [1] Roland H. Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther [En esto me sostengo: La vida de Martín Lutero] (New York, NY: Meridian, 1995), 30. [2] Martin Luther, A Sincere Admonition from Martin Luther to All Christians [Una sincera amonestación de parte de Martín Lutero a todos los cristianos] (1522), in Luther’s Works [Las obras de Lutero] 45, ed. Walther I. Brandt (Philadelphia, PA: Muhlenberg Press, 1962), 70. [3] Citado por Timothy George, Theology of the Reformers [Teología de los reformadores], 2nd Edition (Nashville, TN: B&H Academic, 2013), 81. [4] Martin Brecht, Martin Luther, trans. James L. Schaaf (Philadelphia, PA: Fortress Press, 1985), 1:460. [5] Martin Luther, Martin Luther’s Ninety-Five Theses and Selected Sermons [Las 95 tesis de Martín Lutero y sermones selectos] (Jersey City, NJ: Start Publishing, 2012). Edición en formato digital, sin número de página. [6] Michael Reeves, The Unquenchable Flame: Discovering the Heart of the Reformation [La llama inextinguible: Descubriendo el corazón de la Reforma] (Nashville, TN: B&H Academic, 2009), 55.