¿Qué creyente no lucha por tener una mejor vida de oración? Hasta el final de nuestros días en la tierra necesitaremos seguir trabajando en esta valiosa práctica. Por eso, vale la pena escuchar el consejo de otros siervos de Dios que nos llevan la delantera en la piedad.
De acuerdo con el reformador Juan Calvino, la oración no se puede lograr sin disciplina. Él escribe: “A menos que nos fijemos ciertas horas en el día para la oración, fácilmente se deslizará de nuestra memoria”. Similares a esta, él prescribe varias reglas en sus escritos, a las cuales los creyentes necesitan atender si quieren ofrecer oraciones eficaces y fervientes.
Quiero resaltar, de manera muy breve, cuatro “reglas de oración” que salieron de las meditaciones de Juan Calvino, y que se hacen evidentes en los Salmos.
1. Poseer una sensación sentida de reverencia
Nuestras oraciones deben surgir del “fondo de nuestro corazón”, estando “dispuestos en mente y corazón, como corresponde a los que entran en conversación con Dios”. Aquí, Calvino hace un llamado a mezclar pensamientos bíblicos (la mente) con sentimientos profundos (corazón), todo motivado por la gloria de Aquel con quien deseamos entrar en oración. Según Calvino, es imposible orar sin este sentido de reverencia:
Las únicas personas que debida y correctamente se ceñirán a orar son los que están tan conmovidos por la majestad de Dios que, liberados de las preocupaciones y afectos terrenales, vendrán a ello.
Un sentimiento similar nos da el salmista en el Salmo 95:6-7:
Vengan, adoremos y postrémonos;
Doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor.
Porque Él es nuestro Dios,
Y nosotros el pueblo de Su prado y las ovejas de Su mano.
2. Poseer una sensación sentida de necesidad y arrepentimiento
Debemos “orar desde un sincero sentimiento de necesidad y con arrepentimiento”, manteniendo la posición necesitada “de un mendigo”. Calvino no quiere decir aquí que los creyentes deben orar por todos los caprichos que surgen en su corazón. Por el contrario, deben orar con arrepentimiento, de acuerdo con la voluntad de Dios, manteniendo Su gloria en el centro de atención, anhelando cada petición “con afecto sincero de corazón, y al mismo tiempo el deseo de obtenerlo de Él”.
Este sentir es evidente en el Salmo 51, cuando David clama en arrepentimiento:
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a Tu misericordia;
Conforme a lo inmenso de Tu compasión, borra mis transgresiones.
Lávame por completo de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado (Sal 51:1-2).
3. Poseer un sentimiento sincero de humildad y confianza en Dios
La verdadera oración requiere que “rindamos totalmente la confianza en nosotros mismos y humildemente supliquemos perdón”. Como dice Santiago, necesitamos pedir “con fe, sin dudar” (Stg 1:6). Debemos confiar solamente en la misericordia de Dios para recibir tanto las bendiciones temporales como las eternas. Cualquier otro acercamiento a Dios distinto al de la fe solo promoverá el orgullo, lo que será letal. Como dice Calvino, “Si clamamos algo para nosotros, siquiera en lo más mínimo”, correremos el peligro de alejarnos de Él.
“¿De dónde vendrá mi ayuda?”, se pregunta el salmista, e inmediatamente reconoce cuál es la única fuente de su confianza:
Mi ayuda viene del Señor,
Que hizo los cielos y la tierra (Sal 121:1-2).
4. Poseer un sentimiento sincero de confiada esperanza
La confianza en que serán contestadas nuestras oraciones no proviene de nosotros mismos, sino del Espíritu Santo obrando en nosotros. Esto significa que la verdadera oración está confiada en el éxito final, incluso si no recibimos todo como lo esperamos o en el momento que lo esperamos. Esta esperanza hacia el futuro se fundamenta en Cristo y el pacto, como dice Calvino: “La sangre de nuestro Señor Jesucristo sella el pacto que Dios ha concluido con nosotros”. Esa esperanza “es necesaria en la verdadera invocación… que se convierte en la llave que nos abre la puerta del reino de los cielos”.
La afirmación del salmista es contundente:
Y ahora, Señor, ¿qué espero?
En Ti está mi esperanza (Sal 39:7).
¿Abrumadora? ¿Inalcanzable?
Estas reglas pueden parecer abrumadoras, incluso inalcanzables ante el rostro de un Dios omnisciente y santo. Calvino reconoce que nuestras oraciones están llenas de debilidad y fracaso. “Nadie ha realizado nunca esto con la rectitud debida”, escribe. Pero Dios tolera “incluso nuestra tartamudez y perdona nuestra ignorancia”, lo que nos permite ganar familiaridad con Él en la oración, aunque sea en “forma balbuceante”.
Nunca nos sentiremos peticionarios dignos. Nuestra vida de oración accidentada es a menudo atacada por las dudas, pero incluso esas luchas nos muestran cuánto necesitamos de la oración como una “elevación del espíritu”, que continuamente nos conduce a Jesucristo, el único que va a “cambiar el trono de gloria terrible en el trono de la gracia”.
Concluyo con este recordatorio de Calvino sobre nuestro Salvador: “Cristo es el único camino, y el acceso, por el que se nos concede llegar a Dios”.
Este artículo fue publicado originalmente en evangelio.blog.