[dropcap]T[/dropcap]al vez yo no te conozca, pero creo que una cosa se puede decir con seguridad: tú no tienes tanto rechazo natural como yo hacia el momento de levantarse y saludar en el servicio de la iglesia. Tú no sientes una mayor medida de terror interno cuando escuchas a la persona que dirige el servicio ordenar: «Pónganse de pie y saluden a algunas personas a su alrededor». Soy naturalmente tímido, introvertido y me intimido fácilmente, y siempre puedo sentir cómo surge el temor cuando escucho esas palabras. No obstante, estoy involucrado en la planificación de los servicios de nuestra iglesia y a menudo abogo por un momento de levantarse y saludar. Permíteme decirte por qué creo en este momento de saludarse, a pesar de que es totalmente contrario a mis deseos naturales. ¿Por qué eres parte de una comunidad eclesiástica? ¿Por qué eres miembro de una iglesia? ¿Por qué vas a las reuniones públicas de la iglesia el domingo en la mañana? En términos generales, puede haber dos razones: o vas por tu propio bien, o vas por el bien de los demás. Hay un mundo de diferencia entre ambos. Cuando voy a la iglesia por mi propio bien, soy libre para ser tímido e introvertido, libre para ser retraído y libre para ser consecuente con quién y cómo soy naturalmente. Puedo esconderme en un rincón o sumergirme en un libro. Puedo esperar que los demás vengan a mí y me pongan atención. Puedo venir por el servicio, cantar algunas canciones, escuchar un sermón, y escabullirme segundos antes del amén final. Puedo hacer todo lo que sea bueno y cómodo para mí. Puedo odiar ese momento de levantarse y saludar por como me hace sentir, porque me obliga a estrechar la mano con personas que están resfriadas, porque me impulsa a juzgar a los demás como menos sinceros que yo. Cuando voy a la iglesia por el bien de los demás, no tengo derecho a ser tímido e introvertido, ni derecho a ser retraído. Tengo que morir a mí mismo y gran parte de quién y cómo soy naturalmente. No puedo esconderme en un rincón o hundirme en un libro, sino que necesito buscar a otros y ponerles atención. Puedo venir por el servicio, cantar algunas canciones, escuchar un sermón, y disfrutarlo todo. Pero cuando escucho el amén final, me vuelvo de inmediato a buscar a otros y a encontrar formas de servirles. Yo creo en la segunda opción, e intento practicarla. Cuando entro a nuestra iglesia entusiasmado por hacerles bien a los demás, me estoy cuidando de aquellas formas en que mi introversión natural me lleva a pecar, especialmente al pecado de egoísmo. Una de estas formas es huir de las demás personas en vez de amarlas y saludarlas. Ese egoísmo incluso puede manifestarse en quejarse y reclamar por ese momento de saludos forzados cuando todos nos levantamos a saludarnos. El momento de levantarse y saludar todavía me aterra si lo permito, pero he aprendido a aceptarlo como otra oportunidad de servir a los demás. Puedo conocer a personas que no conocía. Puedo hallar a una visita a la que no vi al entrar, y saludarla. Puedo hablar con personas que de otro modo no tiendo a hablar con ellas. A veces hacemos «Domingos de Amnistía del Nombre», donde les decimos a todos que se sientan libres de decir sin avergonzarse: «Sé que has estado aquí por algún tiempo, pero aún no nos conocemos», o: «Sé que nos conocimos antes pero no puedo recordar tu nombre». Este momento me empuja a salir de mí mismo y me obliga a hacer algo incómodo pero bueno. Yo creo en ello. Esto es lo que he llegado a ver: mis deseos y temores naturales son totalmente irrelevantes en lo que respecta a lo bueno y lo malo, y lo sabio y lo insensato. Si este momento de saludos es una oportunidad para servir a otros, necesito aprender a amarlo. Sencillamente necesito vencerme a mí mismo, porque de eso precisamente se trata la vida cristiana. Quiero concluir con algunas consideraciones para un significativo momento de levantarse y saludar. La iglesia es para cristianos. Aunque se debería invitar a los incrédulos a que asistan, el servicio es primordialmente para el crecimiento y la renovación de los creyentes. Si a los incrédulos no les gusta el momento de levantarse a saludar, esa puede ser una consideración, pero no debería ser una consideración principal. Lo que hacemos en la iglesia lo hacemos primordialmente para el bien y el crecimiento de quienes profesan la fe en Cristo. Que el momento de saludar sea algo que beneficie a los cristianos. Que sea significativo. Cada elemento en un servicio de adoración debería ser cuidadosamente planificado para asegurarse de que tenga un propósito. Un momento de pararse y saludar puede ser significativo, pero solo si lo líderes saben por qué existe y qué pretende lograr. No lo hagan si es meramente habitual y no sirve a un propósito claro dentro del curso del servicio. Comiéncenlo con claras instrucciones y ciérrenlo con una clara transición al siguiente elemento del servicio. Que no sea torpe. Muchas personas detestan el momento de pararse a saludar porque son obligados a hacer o decir algo ridículo. No hagan que las personas digan una frase específica o repitan un breve mantra unos a otros. No obliguen a las personas a darse un abrazo. Solo permitan que las personas se saluden naturalmente de una forma que les resulte cómoda. Permítanles ser sinceros, no forzados. Los cristianos aman. El Nuevo Testamento tiene mucho que decir acerca de saludarse y expresarse amor unos a otros, lo cual significa que hay buenas razones bíblicas para incluir el saludo como un elemento de un servicio. Probablemente la iglesia sea el único lugar donde alguna vez se diga: «Pónganse de pie y salúdense». En el transcurso de tu vida asistirás a muchos eventos donde estarán juntos y solitarios, solo una persona en una gran multitud impersonal. Al hacer que las personas se paren y se saluden durante un servicio de la iglesia, estamos proclamando que hay algo distinto en este grupo y en esta reunión. Eso por sí solo lo hace valioso y poderosamente contracultural. ¡Así que háganlo! Háganlo bien, con sabiduría, y háganlo por amor a los demás. (Este artículo se inspiró en los recientes artículos de Thom Rainer sobre el tema).  

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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