¿Es posible mostrar amor en un mundo lleno de odio?

Desde el principio, el pecado dañó la bondad humana y las guerras no han cesado. Sin embargo, hay una esperanza: el amor de Cristo, que transforma los corazones.
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El filósofo alemán Theodore Adorno dijo alguna vez: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Después del horror del Holocausto, la producción artística, especialmente la poesía, parecía moralmente imposible o incluso insensible. Su frase expresa la idea de que el sufrimiento extremo y la brutalidad del fascismo rompieron cualquier pretensión de cultura y civilización. La Segunda Guerra Mundial demostró que la moralidad humana seguía siendo un fracaso después de milenios de supuesto desarrollo.

Con las guerras de años recientes, podríamos preguntarnos: ¿podemos escribir poesía después de Gaza y Ucrania? ¿Vale la pena hacer poemas en pleno siglo veintiuno, cuando las hambrunas, las crisis migratorias, la esclavitud humana y toda clase de barbaries aún existen en todo el mundo? Hasta hoy, la moralidad humana sigue estando rota; nos odiamos unos a otros y no parece haber forma posible de alcanzar la unidad.

Sin embargo, la Escritura nos presenta una solución para el corazón destructor del hombre. Con brutal honestidad, la narrativa bíblica muestra la bancarrota moral de la humanidad y no pretende tapar el sol con un dedo. Pero, a diferencia los pensadores que hablaron de la Segunda Guerra Mundial, ella sí posee una solución. Para tapar el sol, se necesita algo más grande que el sol; para derrotar el odio humano, se necesitaba un amor sobrenatural, mayor que la civilización misma.

la Escritura nos presenta una solución para el corazón destructor del hombre. / Foto: Lightstock

Odio en el Edén

El conflicto entre los seres humanos comenzó en el Edén. Adán y Eva, las únicas criaturas formadas a imagen del Creador, no fueron diseñadas para el odio. Muy por el contrario, demostraban tener la bondad de Dios en sí mismos, pues cuando el hombre vio por primera vez a la mujer, pronunció un poema:

Esta es ahora hueso de mis huesos,
Y carne de mi carne.
Ella será llamada mujer,
Porque del hombre fue tomada (Gn 2:23).

Pero después de que Adán y Eva se rebelaron contra Dios y decidieron comer del fruto prohibido, algo se rompió para siempre. El bondadoso corazón humano fue corrompido con el pecado, y entonces comenzó el conflicto a reinar en la creación. Las primeras palabras que escuchamos del hombre acerca de la mujer después de la caída fueron: “La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gn 3:12). ¡El poema bondadoso se convirtió en acusación!

Después de que Adán y Eva se rebelaron contra Dios y decidieron comer del fruto prohibido, algo se rompió para siempre.

No hay que ir muy lejos en la narrativa bíblica para ver las consecuencias del pecado. ¿Qué sucedió con los primeros hijos de Adán y Eva? Caín mató a Abel por envidia (Gn 4:1-15), y de la descendencia de Caín vino Lamec, quien usó la poesía, ya no para dar amor, sino para celebrar su trato egoísta, arrogante e inclemente hacia otras personas:

Ada y Zila, oigan mi voz;
Mujeres de Lamec,
Presten oído a mis palabras,
Pues he dado muerte a un hombre por haberme herido,
Y a un muchacho por haberme pegado.
Si siete veces es vengado Caín,
Entonces Lamec lo será setenta veces siete (Gn 4:24-23).

El resto de la Biblia sigue mostrando las profundidades de odio y conflicto humanos: Sodoma y Gomorra, los genocidios del libro de Jueces, los exilios de la época de los reyes, y un largo etcétera. Ya en el Nuevo Testamento, Pablo vuelve a usar líneas poéticas para describir la destructiva condición humana:

Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno,
No hay ni siquiera uno…
Veneno de serpientes hay bajo sus labios…
Sus pies son veloces para derramar sangre.
Destrucción y miseria hay en sus caminos,
Y la senda de paz no han conocido (Ro 3:12-17).

Después de la caída, la Biblia registra las profundidades de odio y conflicto entre seres humanos. / Foto: Lightstock

Un amor sobrenatural

No hay siquiera uno que haga lo bueno… excepto porque sí hubo uno. Jesucristo, el Dios hecho hombre, no estaba infectado por el pecado; en Él solo había bondad, amor y misericordia. Mientras que Lamec quería ser vengado setenta veces siete, Jesús le ordenó a Pedro: “No te digo [que perdones a tu hermano] hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18:22). Su forma de pensar era radicalmente distinta al resto de la humanidad:

Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: “No matarás” y: “Cualquiera que cometa homicidio será culpable ante la corte”. Pero Yo les digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: “Insensato” a su hermano, será culpable ante la corte suprema; y cualquiera que diga: “Idiota”, será merecedor del infierno de fuego.

Mientras los hombres se dedicaron por siglos al asesinato y odio mutuos, Él vino a entregar Su vida por los demás. “Nadie tiene un amor mayor que este”, dijo Jesús, “que uno dé su vida por sus amigos” (Jn 15:13). Lo increíble del amor de Cristo es que dio Su vida, no por aquellos que lo amaban, sino por los que lo odiaban. En Palabras de Pablo: “Mas Dios muestra Su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5:8).

Era necesario un amor de esta magnitud justamente porque para el hombre es imposible amar. ¡Dios no podía esperar a que le amáramos para darnos Su amor! ¿Cómo podía ser de otra forma? Tal es la corrupción en nuestros corazones, que no hay manera en la que podamos ser como Cristo o retribuirle lo que nos ha dado. A menos que se nos dé una nueva vida, jamás habría bondad en nosotros; necesitamos un trasplante de corazón, pues el alma del pecador está completamente dañada e incapacitada para tener los afectos propios de Dios.

Lo increíble del amor de Cristo es que dio Su vida, no por aquellos que lo amaban, sino por los que lo odiaban. / Foto: Unsplash

Nuevas criaturas capaces de amar

Sí, la Segunda Guerra Mundial demostró nuestra maldad, y los conflictos actuales evidencian nuestro pecado. Pero, a través de la cruz, ya no es imposible dar bondad y misericordia; los poemas han dejado de ser actos de barbarie. Lo maravilloso es que podemos confesar nuestra bancarrota moral y, aun así, tener esperanza hacia el futuro. ¿Por qué? Nosotros amamos, no por algo que haya en nosotros, sino porque hemos sido amados por Dios. C. S. Lewis escribe en Mero cristianismo:

Dios nos dará sentimientos de amor si le place. No podemos crearlos por nosotros mismos, y no debemos exigirlos como un derecho. Pero lo más importante que debemos recordar es que, aunque nuestros sentimientos vienen y van, el amor de Dios por nosotros no lo hace. No se fatiga por nuestros pecados o nuestra indiferencia, y, por lo tanto, es incansable en Su determinación de que seremos curados de esos pecados, no importa lo que nos cueste, no importa lo que le cueste a Él.

C.S. Lewis / Foto: Britannica

Y la muestra de Su amor es que nos ha transformado en nuevas criaturas capacitadas para amar. En Colosenses 3, Pablo afirma que nosotros hemos experimentado una unión con Cristo a través de la fe, tan profunda, que hemos muerto con Él en la cruz y resucitado a una nueva vida. El apóstol escribe:

Si ustedes, pues han resucitado con Cristo… desechen también todo esto: ira, enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo de su boca. Dejen de mentirse los unos a los otros, puesto que han desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó. En esta renovación no hay distinción entre griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, Escita, esclavo o libre, sino que Cristo es todo, y en todos. Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes. Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad (Col 3:1, 8-14).

Así, nuestra confianza es esta: que Cristo nos ha dado un corazón que puede amar y que Su Espíritu nos capacita para cumplir Sus mandamientos. Por eso, Él nos ordenó algo aparentemente imposible, sabiendo que Su ejemplo y Su poder nos ayudarían a cumplirlo: “Un mandamiento nuevo les doy: ‘que se amen los unos a los otros’; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros” (Jn 13:34-35).

Cristo nos ha dado un corazón que puede amar y que Su Espíritu nos capacita para cumplir Sus mandamientos. / Foto: Envato Elements

Incluso, los mismos apóstoles, quienes afirmaron abiertamente que el corazón del hombre no puede sino odiar y que su boca no puede sino hablar mentiras, les ordenan a los cristianos en múltiples ocasiones que hagan algo tan imposible como amar a la manera de Dios:

Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y anden en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros (Ef 5:2).

No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús (Fil 2:3-5).

Nosotros amamos porque Él nos amó primero. Si alguien dice: “Yo amo a Dios”, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso (1Jn 4:19-20).

Esperanza en un mundo de odio

Entonces, a lo largo de la historia, la humanidad ha demostrado ser incapaz de vivir en paz. Desde el Edén hasta las guerras actuales, el pecado ha corrompido nuestra esencia y nos ha dividido de manera irremediable. Pero la Escritura nos revela que hay una esperanza para nuestra dureza de corazón: un amor que no proviene de nosotros, sino de Dios mismo. Cristo, el único verdaderamente bueno, entregó Su vida por aquellos que lo odiaban, y en Su sacrificio, nos dio la capacidad de amar.

Hoy, el mandamiento de amar al prójimo ya no es una utopía inalcanzable, sino una realidad posible para quienes hemos sido transformados por la gracia. En un mundo donde el odio aún domina, los que han sido amados por Dios pueden brillar como testigos de una verdad más grande: el amor de Cristo transforma incluso los corazones más endurecidos.

David Riaño

David Riaño es editor general de BITE Project. Es parte del equipo plantador de la Iglesia Familia Fiel en Cajicá, donde también sirve en ministerios de enseñanza. Es Licenciado en Filología Inglesa y Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Disfruta tomar café y ver series con su esposa Laura.

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