[dropcap]A[/dropcap]lgunas facetas de la vida en nuestro mundo moderno se vuelven más difíciles de lo que realmente necesitan ser. Se ha debatido y escrito acerca de ellas en tal medida que se han vuelto casi imposiblemente complejas. Estoy convencido de que una de esas áreas es el liderazgo, y especialmente el liderazgo en el hogar y la familia. Lo que debería estar claro se ha vuelto lamentablemente turbio. Mientras tanto, nuestro mundo clama por liderazgo, buen liderazgo, seguro y humilde, el tipo de liderazgo que usa la autoridad para bendecir y no para maldecir, para dar y no para tomar. Si eres esposo o padre, estás llamado a ese tipo de liderazgo. Esposo, Dios te llama a liderar a tu esposa. Padre, Dios te llama a liderar a tus hijos. Mientras consideramos lo que significa vivir una vida que honre a Dios, llegamos a una verdad imprescindible: si vas a correr para ganar, necesitas aceptar tu liderazgo. Por qué los hombres no lideran El liderazgo no es fácil. A algunas personas no les resulta natural el liderazgo, y en realidad el liderazgo bíblico no le resulta natural a nadie. Es una cualidad muy escasa que pocos hemos podido aprender de ejemplos piadosos. Es una cualidad tan preciada que atesoramos los pocos ejemplos que tenemos. Gracias a Dios, él nos ha dado todo lo que necesitamos en su Palabra para aprender a liderar. Antes de ir a ella para que aprendamos de Dios, quizá primero conviene considerar por qué muchos hombres no lideran a sus familias. Yo sugiero las siguientes cuatro razones. Ignorancia. Algunos hombres sencillamente no entienden que están llamados a liderar. No han leído los pasajes bíblicos apropiados o nunca han lidiado con ellos lo suficiente para entender sus implicaciones. Muchos asisten a iglesias que no les han enseñado fielmente a sus miembros que Dios llama a los hombres a aceptar y asumir su rol como líderes en el hogar. Incertidumbre. Algunos hombres saben a qué los llama Dios, pero sufren de la duda de sí mismos. Se preguntan si y cómo podrían llegar a ser líderes. Algunos saben que su esposa es más lista, más piadosa, más instruida o más madura que ellos, y dejan que estos factores les impidan asumir su rol. Otros lo han intentado y han encontrado resistencia, han intentado y se han rendido, o han intentado y lo han estropeado. Su confianza está dañada, y viven en un lugar de incertidumbre. Temor. Algunos hombres sucumben al temor. Puede que los intimide la responsabilidad que implica el liderazgo, o que las muchas voces que lo denigran los dejen en silencio. El liderazgo a veces implica liderar personas que no desean ser lideradas y tomar decisiones impopulares. ¡Ambas cosas pueden ser terroríficas! Igualmente terribles son las voces a nuestro alrededor que se burlan de los cristianos por sus nociones tan anticuadas como la división de roles dentro de la familia. El temor hace que muchos hombres desistan del rol que Dios les ha dado. Apatía. Algunos hombres simplemente son apáticos. Saben que deben liderar pero simplemente no les importa lo suficiente para hacerlo. Saben lo que dice la Biblia, saben lo que se espera de ellos, pero les parece demasiado difícil o demasiado exigente. Así que se quedan sentados y no hacen absolutamente nada. Cómo deberían liderar los hombres Hoy estamos inundados de libros sobre liderazgo. Esposos, padres, pastores, y empleadores tienen un catálogo interminable para consultar si desean crecer en su capacidad y confianza. Al mismo tiempo, la sociedad se está inclinando hacia una especie de igualitarismo que denigra muchas formas de liderazgo. Es un lugar confuso. No obstante, como cabría esperar, la Biblia ofrece una claridad intemporal. En su carta a los Efesios, Pablo se dirige a los esposos y las esposas, y lo hace, al menos en parte, para asegurarse de que cada uno comprenda el rol único que Dios les ha dado. A las esposas les dice: «Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la cual es su cuerpo. Así como la iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo» (Efesios 5:22-24). Esto reafirma un patrón que Dios ha insertado en la estructura misma de su creación: que los esposos deben liderar a sus familias y que las esposas deben someterse alegre y voluntariamente al liderazgo de su esposo. Dado que Pablo les ha dicho a las esposas que se sometan a sus propios esposos, uno supondría naturalmente que al volver su atención a los esposos les dirá: «Esposos, lideren a sus esposas». Pero no lo hace. Él da por hecho que el esposo lidera, pero está consciente de que sin más instrucciones este liderazgo será áspero, egoísta, o inadecuado. Para combatir esto, define la calidad del liderazgo del esposo. Ese liderazgo debe ser benigno y afable, debe imitar el amor de Jesucristo por su iglesia. «Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella… Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo» (Efesios 5:25, 28). En el mundo de Dios, los roles de esposos y esposas son complementarios, no idénticos ni intercambiables. Pedro lo expresa en términos similares: «Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos…», y «de igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal» (1 Pedro 3:1, 7). Al esposo le corresponde el rol del liderazgo: liderazgo definido por la afabilidad, el amor, el respeto, y la comprensión. De todo lo que se podría decir del liderazgo, esto debe mantenerse como primordial: el principal llamado en el liderazgo es el amor. El liderazgo cristiano no se trata en primer lugar de trazar una visión o dar órdenes, sino de ejemplificar y expresar un carácter piadoso. El liderazgo cristiano no se preocupa en primer lugar del líder, sino del que es liderado. El noventa y nueve por ciento del liderazgo del esposo es liderazgo en el carácter. Su llamado es crecer en santidad, obsesionarse con la piedad, que nada detenga el crecimiento en justicia. Debe ser amable con su esposa pero bruto con su pecado. Debe atesorar a su esposa pero expulsar su depravación. Debe demostrar claramente en su liderazgo que ama a su esposa más que a sí mismo. Y, desde luego, debe comportarse de forma muy similar con sus hijos. Después de hablar a los esposos y esposas, Pablo se vuelve a los hijos, luego a los padres. «Padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor» (Efesios 6:4). El hecho de que se dirija a los padres y no a las madres enfatiza el liderazgo del hombre en el hogar, y quizá también su tendencia a ignorar sus responsabilidades y diferir la crianza de los hijos a la esposa. Sin embargo, Dios pone sobre el padre la responsabilidad de ser amable con sus hijos, tratarlos con dignidad, y hacerse responsable de su crecimiento espiritual. Hay mucho más que podríamos decir. Podríamos discutir los pormenores del liderazgo. Podríamos hablar de proveer visión, dirección, y todo eso. Pero más bien quiero llamarte una vez más a enfocarte en el carácter, porque el asunto es que si te va bien aquí, la dirección y la toma de decisiones será mucho más simple. El esposo que mantiene su depravación hallará que su familia desconfía y se resiste a su dirección y sus decisiones. Por supuesto que lo harán, porque él ha demostrado que no es apto para el liderazgo. Pero el esposo que busca la santidad y crece en carácter normalmente hallará que su familia confía en él y acepta con alegría sus decisiones. Lidera en carácter, y el resto caerá en su lugar; si fallas en liderar en carácter, el resto será un caos. ¡Hazlo ahora! Estos son algunos indicadores prácticos para comenzar a liderar con amor. Prioriza la devoción. Sé un hombre de la Palabra y un hombre de oración. Nada de lo que hagas moldeará tanto a tu familia como tu andar personal con Dios. Comprométete a leer la Biblia y orar. Haz un plan y síguelo. Cuéntale a tu familia lo que has estado aprendiendo y comparte con ellos lo que has estado orando por ellos. Lidera devocionales familiares. Con tu vida devocional personal en su lugar, dirige también a tu familia en tiempos de devoción. Encuentra un momento en la mañana o en la noche cuando puedas formar el hábito de reunir a la familia para leer un breve pasaje de la Biblia y orar juntos. Lidera a tu familia a la iglesia. Lidera también a tu familia en su asistencia y compromiso con la iglesia. Sé el más entusiasta por estar en la iglesia, sé el que canta con mayor fervor y el que escucha más atentamente. Sé el que más tarde le pregunta a la familia qué aprendieron y comparte cómo actuó Dios en y a través de ti. Asume tu liderazgo. Considera las cuatro razones que presenté por las que los hombres tienden a no liderar y si alguna se aplica a ti. Arrepiéntete de tus fallas en el liderazgo y decídete a ser el líder que tu esposa y tus hijos necesitan que seas. ¡Corre para ganar! Tu familia necesita ser liderada. Tu esposa y tus hijos necesitan que seas el líder que Dios te llama a ser. Él te llama a liderar con amor, a estudiar la vida y el carácter de Jesucristo, y a imitarle. Hazlo y agradarás a Dios. Hazlo y tu familia será bendecida. Corre para ganar aceptando y asumiendo tu liderazgo.