Cuando las oraciones no son respondidas

A veces las oraciones sin respuesta no son silencio, sino la forma en que Dios nos concede algo mejor: Su presencia.
Foto: VaE

Cuando vuelvo la vista atrás y repaso mi vida, puedo regocijarme, realmente regocijarme, porque Dios no respondió a todas mis oraciones exactamente como yo quería. Me dio lo que necesitaba, no lo que pedí, y ahora puedo ver que Sus negativas fueron muestras de Su misericordia. Pero en medio de las oraciones sin respuesta, cuando suplico ayuda y nada cambia, cuando el dolor me abruma y la curación no llega, ¿es posible sentir gozo?

¿Hasta cuándo, Señor?

Había sido un año muy duro. Mi cuerpo se sentía devastado por la enfermedad y el dolor, y me resigné a no volver a caminar nunca más, ni a comer lo que quisiera, ni siquiera a pensar con claridad. Se habían acumulado múltiples problemas de salud no relacionados entre sí, lo que me dejaba agotada y desanimada. Mis oraciones pidiendo alivio no habían sido respondidas y, en lugar de mejorar, las dificultades solo se intensificaban. Clamaba desesperadamente, y Dios parecía no responder.

Me identificaba profundamente con el clamor de David en Salmos 13:1: “¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre?”. Me sentía olvidada e ignorada. No veía el final de mi sufrimiento, solo el temor de que viniera más. Al igual que David, había pasado mis días pensando en lo que era difícil y escuchando mi propio consejo (v 2) sin considerar la presencia o los propósitos del Señor. Quería confiar en Dios y cantar sobre Su fidelidad, pero todo lo que veía era la pérdida, los sueños rotos y más dolor. Cuando el sufrimiento persiste sin alivio, es difícil regocijarse y cantar.

Cuando Dios guarda silencio, no es ausencia, sino misericordia en forma de espera. / Foto: Unsplash

Seguí pidiendo a Dios, como lo hizo David: “Considera y respóndeme, oh SEÑOR, Dios mío” (v 3). Pero no escuché nada.

Durante meses, acudí a Dios sintiéndome derrotada. No quería abrir la Biblia. No quería orar. No quería hacer nada más que sentir lástima por mí misma. En lugar de recordar las promesas de Dios, repasaba mis problemas. Pero abrí la Biblia de todos modos, y una mañana, algo me conmovió. Sentí que Dios me recordaba que conocía cada uno de esos problemas. Me invitaba a mirarlo a Él antes de mirar a los problemas.

Aun en el silencio de Dios, la obediencia abre el corazón para oír lo que el desánimo intenta callar. / Foto: Unsplash

Al día siguiente, todavía luchando, escribí una lista de lo que había salido mal, cosas que sentía que me habían robado de mi vida. Al revisarla, me di cuenta de que tenía que mantener mis ojos fijos en el Señor y no en la lista. Tenía que confiarle mi dolor, aunque no lo entendiera. Mi sufrimiento no era una coincidencia, ni una mala suerte inusual. Venía del mismo Dios. Y con esa comprensión, sentí que me estaba dando algo que necesitaba más que la sanación: un regalo precioso por el que algún día le daría las gracias.

Para recibir ese regalo, necesitaba poner mi esperanza en la bondad amorosa de un Dios bueno y soberano, en lugar de en el resultado que yo quería. Eso es lo que hizo David cuando dijo: “He confiado en Tu misericordia” antes de que su situación cambiara (v 5).

La fe crece cuando dejamos de mirar el problema y fijamos la mirada en el Dios que sigue siendo bueno, aun cuando nada cambia. / Foto: Lightstock

Su propósito en el dolor

Empecé a reflexionar y a escribir, recordándome a mí misma lo que sabía que era cierto. En lugar de buscar consejo en mi interior, necesitaba el consejo de Dios sobre cómo interpretar lo que estaba sucediendo. Al hacerlo, me di cuenta de que Dios sí se preocupaba; Él conocía cada detalle de lo que estaba pasando. Él me amaba y estaba trabajando por mi bien. Quizás lo que más necesitaba no era un cuerpo sano, sino un camino más profundo con Él. Quizás Dios estaba quitándome todo para que pudiera verlo más claramente. Quizás había un propósito glorioso para este dolor.

Escribí en mi diario: “Cuando pienso que todo esto ha tenido un propósito, que ha venido de Tu mano, puedo aceptarlo e incluso encontrar gozo en ello… Tú me has llamado a esto. Estás sacudiendo lo que puede ser sacudido para que lo que es inquebrantable permanezca”.

A veces Dios permite que todo se tambalee, no para destruirnos, sino para que solo lo inquebrantable —nuestra fe en Él— permanezca. / Foto: Lightstock

Después de escribir, abrí la Biblia al pasaje de ese día en mi plan de lectura. Estaba en Hageo e inmediatamente me fijé en 2:5: “Mi Espíritu permanece en medio de ustedes. No teman”. Esas palabras me tranquilizaron. Pero el versículo siguiente me dejó atónita: “Una vez más, dentro de poco, Yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra firme” (Hg 2:6). Acababa de parafrasear Hebreos 12:26-27 en mi diario, sin saber que la referencia provenía de Hageo.

Me quedé estupefacta. Este eco provenía de Dios. Al igual que mi sufrimiento, no era una coincidencia. Dios me estaba hablando. Él estaba conmigo; no tenía por qué temer la sacudida que estaba soportando.

Gozo indescriptible

El gozo que siguió fue asombroso. Me reía y cantaba. Nada había cambiado en mis circunstancias, pero todo había cambiado dentro de mí. Escuchar a Dios, confiar en Su amor y conocer Sus propósitos, resultó ser un regalo mucho mayor que la sanidad. Esas oraciones aparentemente sin respuesta en busca de alivio eran en realidad respuestas a las oraciones más profundas que había elevado durante años: oraciones para conocer a Dios más profundamente, para estar más satisfecho en Él, para crecer en la semejanza de Cristo y para amar más a Jesús.

Al igual que David, podía decir: “Cantaré al SEÑOR, porque me ha llenado de bienes” (Sal 13:6). Mis circunstancias no habían cambiado, pero mi corazón sí. Dios no me había dado lo que le pedí, sino algo mejor. Me dio a Sí mismo. Y en Él encontré un gozo que nada podía perturbar.

Cuando todo tiembla, Su Espíritu permanece; en medio del temblor, Dios confirma que no estamos solos. / Foto: Envato Elements

Cuando reflexiono sobre los momentos que han afianzado mi fe y me han proporcionado el gozo más profundo y duradero, muchos de ellos están relacionados con el sufrimiento,con frecuencia, por medio de oraciones sin respuesta, noches de insomnio y lágrimas de desesperación. Sin embargo, en esos momentos oscuros, Dios siempre ha estado ahí. Y en Su presencia hay plenitud de gozo.


Publicado originalmente en Desiring God.

Vaneetha Rendall Risner

Vaneetha Rendall Risner

Vaneetha Rendal Risner es una escritora independiente y contribuye habitualmente con Desiring God. Es bloger de danceintherain.com, aunque no le gusta la lluvia y no tiene sentido del ritmo. Vaneetha está casadao con Joel y tiene dos hijas, Katie y Kristi. Ella y Joel viven en Raleigh, Carolina del Norte. Vaneetha es la autora del libro “Las cicatrives que me han formado: cómo Dios nos recibe en el sufrimiento”.

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