Consejo para los noviazgos: tres actos de guerra en el amor

Independencia, cautela y confianza: tres claves que todo noviazgo debe tener antes del matrimonio.
Foto: Envato Elements

Vamos a analizar tres límites que necesitamos durante el noviazgo, tres actos de guerra espiritual en las relaciones. Este tipo de límites son esenciales si deseamos tener un noviazgo diferente al del mundo y que vaya de acuerdo al evangelio.

1. Cultive cada uno su independencia

Todos queremos comenzar con los límites físicos —tocar, besar y demás—, pero esos no son los primeros peligros que enfrentamos en una relación. Somos muy prontos para sentirnos culpables por haber transgredido un límite físico, pero nuestro primer campo de batalla es el de nuestros sentimientos, y es uno de los terrenos que cedemos con mayor facilidad. La realidad es que, mientras nos preocupamos por saber qué tan lejos es demasiado lejos físicamente, Dios está más preocupado por lo lejos que puedan irse nuestros corazones. ¿Dejaremos que nuestra imaginación y nuestras emociones vayan más allá de donde la relación se encuentra en la actualidad, o cuidaremos nuestros corazones? ¿Nos uniremos emocional o espiritualmente a alguien de la manera en que solo deberíamos hacerlo con nuestro cónyuge? Las emociones parecen tan naturales e inocentes. ¿Cómo podrían ser malas?

“Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio” (Jer 17:9), especialmente cuando está enfermo de amor. La cruda realidad sobre nuestro corazón es que simplemente no podemos confiar en nuestros sentimientos, aun después de ser salvos. Por naturaleza, las barreras emocionales son menos objetivas porque son los límites que trazamos en nuestros propios corazones. ¿Están mis sentimientos y emociones alineados con la realidad de esta relación y con el evangelio? ¿O estoy permitiendo que mis emociones se apresuren y asuman el control? En algunos sentidos, las barreras emocionales y espirituales requieren aún más esfuerzo y disciplina porque no son tangibles ni concretas (como tocar o besar).

El mayor desafío en una relación no está solo en los límites físicos, sino en aprender a cuidar los emocionales y espirituales. / Foto: Unsplash

Apóyate en tus amigos más cercanos y sé tan honesto como sea posible. Habla sobre dónde está tu corazón: lo que más atesoras, lo que realmente estás esperando en esta relación de noviazgo, y qué tan fuerte es tu inclinación a pecar de alguna manera. Los buenos amigos serán capaces de decirte si la persona con la que sales te ha acercado o alejado más de Cristo. Y ellos podrán ver y decirte si estás desarrollando una dependencia de tu novio(a). Hasta que nos casemos, debemos desarrollar y mantener una independencia sana de nuestra pareja, y prepararnos para la posibilidad de que los planes de Dios sean diferentes a los nuestros. Sin un anillo en nuestro dedo, simplemente no sabemos lo que Dios hará en esta relación. “Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida” (Pro 4:23). Cuida tu cuerpo y tu corazón.

2. Tómense el tiempo para hablar sobre cómo hablar

Muchos de ustedes nunca han pensado en cómo establecer límites para las conversaciones. No estaba preparado para responderle al padre de una de mis novias cuando, durante los primeros meses de nuestra relación, me preguntó: “¿Han hablado ya sobre el matrimonio?”.

Insertar pausa larga e incómoda. “Eh, sí… creo que lo hablamos en una ocasión”.

“No creo que haya sido apropiado que hablaran de eso, y espero que seas más cuidadoso con ella”.

Me tomó totalmente desprevenido. Nunca había pensado que ciertos temas de conversación podrían ser inapropiados o peligrosos. Si se supone que el noviazgo es la antesala del matrimonio, ¿no deberíamos hablar del matrimonio?

No solo los actos requieren límites; también las conversaciones necesitan cuidado y prudencia. / Foto: Pexels

Sí, debemos hablarlo, pero con cautela y en el tiempo correcto. Para algunos de nosotros, hablar sobre el matrimonio puede ser tan íntimo como darse un beso, o incluso más que eso. Dentro del matrimonio, la confianza no solo se manifiesta en la habitación, sino en todos los aspectos de la vida. No fuimos creados para planificar nuestras vidas con tres o cuatro “posibles cónyuges”. Es divertido y emocionante hablar de la temporada del año en que nos gustaría casarnos, o de cuántos niños podríamos tener, o de dónde nos gustaría ir de vacaciones, o de qué tipo de ministerio podríamos realizar juntos, pero podría ser igual de peligroso espiritualmente que una inmoralidad sexual. Con el tiempo tendrán que tener ciertas conversaciones, pero no se apresuren, y cuando las tengan, háganlo con cautela y dominio propio. En el futuro podrán disfrutar y soñar juntos sin que haya culpa o peligro, por años y años, si es que se llegan a casar.

Hay por lo menos dos categorías a considerar cuando se trata de conversaciones entre novios. Primero, vigilen cuánto tiempo hablan y cuánto tiempo pasan juntos. Si realmente estamos comprometidos a guardar nuestros corazones y mentes, a desarrollar una independencia saludable, y a anclar nuestra esperanza y nuestro gozo en Cristo más que en el otro, debemos ser cuidadosos respecto al tiempo que nos estamos dedicando el uno al otro. Podría parecer ridículo e innecesario resistir el impulso de hablar todo el tiempo —ambos están curiosos y emocionados y listos para pasar tiempo juntos— pero les ayudará mucho en el futuro, tanto si se llegan a casar como si no. Faye y yo éramos novios a distancia, así que al principio hablábamos una vez a la semana (o algo así), y después como dos veces por semana. Luego de seis meses o más, comenzamos a hablar casi cada día. Nunca creamos el hábito de hablar por varias horas cada noche. Nunca nos hemos lamentado por eso después de casados, y ahora nos sobra el tiempo para disfrutar de esa comunicación. Mi intención no es establecerles sus límites, sino mostrarles esas áreas en las que hay que ser intencional en ejercer paciencia y dominio propio. Tendrán que hablar sobre lo que sería saludable y apropiado para ustedes, y luego preguntarle a sus amigos y familiares si están de acuerdo. Esto no pasa por accidente, así que no tengan miedo de iniciar una conversación acerca de sus conversaciones.

Cuidar el tiempo y la frecuencia de las conversaciones es parte de aprender paciencia y dominio propio en el noviazgo. / Foto: Unsplash

En segundo lugar, piensen sobre qué hablan cuando hablan. Limitar su tiempo les ayudará a enfocar sus conversaciones, o por lo menos así fue con nosotros. Intercambiar dos o tres o cuatro horas por cuarenta minutos significaba que teníamos que ser más conscientes de lo que íbamos a hablar. No tienen que haber planificado todo su futuro en el primer mes de relación. No tienen que hablar sobre su relación cada vez que hablen, ni siquiera la mitad del tiempo que hablen. No tienen que recordarse cada quince minutos por qué se gustan el uno al otro. Y realmente no necesitas hablar sobre el matrimonio hasta que llegue el tiempo indicado para comprometerse y casarse pronto. Las conversaciones pueden llegar a ser esos lugares en donde nos ponemos en peligro sin siquiera sentir que estamos en peligro. Consentimos nuestros deseos de intimidad sin tocarnos. Tengan una conversación sobre qué tan seguido deberían evaluar el estado de su relación. Establezcan cuál sería el momento correcto para hablar sobre el matrimonio. Comuniquen sus sentimientos e intenciones claramente, pero pasen mucho más tiempo hablando sobre lo que Dios les está enseñando a cada uno, cómo están creciendo en la fe, y en cómo están invirtiendo sus fuerzas y sus dones para el bien de otros.

En el noviazgo el contenido de las conversaciones puede acercar a Dios o alimentar deseos prematuros: aprendan a hablar de lo que edifica. / Foto: Pexels

3. Valoren más la confianza que las caricias

Hace varios años, le pregunté a uno de mis pastores sobre los límites físicos que debería establecer en mi noviazgo. Me dijo: “He oficiado más de cien bodas durante los últimos veinticinco años, y le di consejería prematrimonial a casi todas esas parejas. Ninguna de esas parejas se ha lamentado por los límites que pusieron durante su noviazgo, y casi todas hubieran preferido poner más”. Aquel día, él no trazó límites específicos para mi noviazgo, pero no tuvo que hacerlo. Solamente me aseguró que nunca me arrepentiría de algo que no hayamos hecho durante el noviazgo, sino que probablemente nos arrepentiríamos de aquellas cosas en las cuales decidimos no esperar, aun si terminábamos casándonos. Me comentó que todas las parejas a las que le había dado consejería prematrimonial, estando a punto de casarse, deseaban no haberse tocado tanto como lo habían hecho, anhelando poder disfrutar de todas esas cosas juntos por primera vez en el matrimonio.

¿Por qué pasa esto? Porque Dios quiere que primero tengamos claridad, y después intimidad. El matrimonio, y después el acto sexual.

En el noviazgo, valoren más la confianza que las caricias: lo que se guarda fortalece el amor futuro. / Foto: Unsplash

Eso significa que debemos comenzar a valorar la confianza más que las caricias. No te conformes con evitar la inmoralidad sexual, más bien persigue la paciencia, el dominio propio y la confianza. Piensa en todo aquello que ahora no hacen juntos como algo que están haciendo juntos para maximizar su felicidad y libertad en el matrimonio.

Las caricias casi siempre llevan a más caricias, y eso hace que tocarse durante el noviazgo sea peligroso, como la poderosa contracorriente del océano Pacífico. Si alguna vez has nadado en un océano, probablemente habrás notado cómo las olas te comienzan a arrastrar. Desde la primera vez que se abracen o se den la mano, sentirán un impulso a tocarse aun más, más a menudo y más íntimamente. Te sigues alejando de la orilla, pensando que puedes controlarlo, que tienes el control y que podrás nadar de regreso en cualquier momento. Y de repente te encuentras jadeando por aire y agitándote desesperadamente contra la corriente. Estás transgrediendo límites que realmente no querías transgredir, y no tienes idea de cómo parar. En lugar de darnos por vencidos y dejarnos llevar, deberíamos estar luchando y esperando.

Las caricias casi siempre llevan a más caricias, y eso hace que tocarse durante el noviazgo sea peligroso. / Foto: Pexels

Le pregunté a Faye si podía tomarla de la mano después de cuatro meses de novios. Quince meses después, nos besamos por primera vez en un muelle de Newport Beach, momentos después de ella haber aceptado casarse conmigo. Fuimos novios muy felices durante diecinueve meses sin besarnos. No estoy hablando de mi experiencia como si fuera un patrón de oro, pero te puedo decir que no nos arrepentimos de no habernos tocado más durante nuestro noviazgo. De hecho, sentimos como si Dios nos hubiera recompensado cada gramo de paciencia y dominio propio con una satisfacción más profunda del uno en el otro dentro del matrimonio.

Cuando Faye y yo éramos novios, alguien me hizo una de las preguntas que más me ayudó a pensar en la importancia de las barreras físicas: “Si se casa con otra persona, ¿te sentirías con la obligación de pedirle perdón a su esposo?”. Si no te llegas a casar con ella (y esto es igual de probable a si te casas con ella), y un día vieras a tu novia con su futuro esposo, ¿te sentirías orgulloso de cómo la trataste, de cómo le hablaste, del grado de intimidad que tuvieron, de los límites que mantuvieron o quebrantaron, de la manera en que la tocaste, o te sentirías avergonzado y obligado a pedirle perdón? Si respondes estas preguntas con honestidad, descubrirás que muchas de tus ideas, deseos y comportamientos son inapropiados para un noviazgo. Qué hermoso sería que ese futuro esposo pudiera mirarte a los ojos, consciente de toda tu relación con la que ahora es su esposa, y agradecerte por amarla tanto (y a Jesús) como para no aprovecharte de ella ni haber empujado los límites físicos. Trátala, en todas las áreas del noviazgo, de forma que puedas presentarte con libertad y gozo ante Dios y ante su futuro cónyuge sin una gota de remordimiento o de vergüenza.


Autor: Marshall Segal

Libro: Soltero por ahora

Páginas: 189-195

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Marshall Segal

Marshall Segal

Marshall Segal es un escritor y editor para desiringGod.org. Es graduado del Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa tiene un hijo y viven en Minneapolis.

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