El persistente hedor del pecado

Donde hay gran pecado, habrá gran hedor. Debemos esforzarnos por encontrar las mejores soluciones posibles, por traer una verdadera y profunda sanidad.
Foto: Pexels

Vivíamos en las afueras de una pequeña ciudad rodeada de campos de cultivo. Pronto aprendimos que, de todas las criaturas de granja en el mundo, los cerdos deben ser los más apestosos. No era inusual conducir por la carretera en una calurosa tarde de verano y comenzar a detectar un leve olor a estiércol de cerdo en el aire. A medida que seguíamos conduciendo, el olor se hacía más fuerte y pronto veíamos un camión en la distancia frente a nosotros. Al acercarnos, casi ahogados por la pestilencia,  vimos  que, efectivamente, estaba lleno de cerdos camino al matadero. Estos cerdos eran tan malolientes que dejaban un rastro de hedor que se extendía por millas y perduraba por horas.

Este mundo apesta a problemas y tristezas. A veces somos víctimas inocentes del pecado de otras personas y otras veces somos participantes voluntarios que causamos nuestros propios problemas. En otras ocasiones, simplemente nos quedamos  atrapados en la pestilencia de un mundo pecaminoso. En cualquier caso, a menudo se nos llama a responder ante situaciones que son difíciles o incluso insoportables. ¿Cómo podemos responder? ¿Cómo deberíamos responder? ¿Cuál es la mejor manera de traer esperanza, de traer sanidad?

A veces sufrimos por el pecado ajeno y otras veces causamos nuestro propio daño. / Foto: Unsplash

El problema con el pecado es que es demasiado terrible, demasiado feo, demasiado pernicioso para permitir soluciones perfectamente limpias y ordenadas. En su lugar, un hedor persiste en las secuelas de cualquier gran pecado. Anhelamos soluciones buenas o incluso perfectas, pero invariablemente solo hay soluciones mediocres, malas y peores. El pecado es demasiado pecaminoso para permitir la perfección.

El pecado es tan terrible y pernicioso que no admite soluciones limpias ni ordenadas. / Foto: Lightstock

Pienso en personas que he conocido cuyo matrimonio se tambaleó cuando uno de los cónyuges admitió una adicción o una infidelidad. Sus amigos, su iglesia y su familia les brindaron apoyo y consejo. Pero no había una forma limpia e inmaculada de sanar una relación devastada. No había una manera simple y fácil de disolver un matrimonio roto. El asunto no era encontrar una solución perfecta, sino encontrar la menos mala. ¿Por qué? Porque el pecado es un caos. Deja un hedor a su paso. Oramos con fervor, trabajamos con fidelidad, pero al mismo tiempo reconocemos nuestra insuficiencia. Reconocemos que incluso nuestros mejores esfuerzos serán imperfectos.

El pecado desordena; sanar o romper un matrimonio roto nunca es simple ni perfecto. / Foto: Unsplash

Pienso en iglesias cuyo pastor no supo vigilar de cerca su doctrina y comenzó a guiar a su congregación hacia el error. Parte de la iglesia identificó el pecado y expresó preocupación; otra parte de la iglesia aceptó el pecado y expresó admiración. Se intercambiaron palabras, se tomaron bandos, se crearon divisiones. La gente ofreció sus soluciones, pero ninguna de ellas era perfecta, ninguna era la correcta. ¿Por qué? Porque el pecado es demasiado pecaminoso, y el hedor permanecía en las secuelas. Sería ingenuo esperar una solución perfecta a un problema tan perverso.

Lamentablemente, siempre habrá pequeños desastres tras los grandes desastres, pequeñas heridas tras las grandes heridas, preguntas sin respuesta tras los intentos de solución. Donde hay gran pecado, habrá gran hedor. Debemos esforzarnos por encontrar las mejores soluciones posibles, por traer una verdadera y profunda sanidad. Pero no podemos esperar que haya soluciones perfectas para problemas complicados. Al menos no en este lado de la eternidad. El hedor del pecado siempre perdura.


Publicado originalmente en Challies.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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