Es inevitable que los pastores y otros líderes de la iglesia se enfrenten a las críticas. Algunos críticos tendrán buenas intenciones, mientras que otros estarán empeñados en destruirlos; algunos intentarán hacer lo correcto (aunque sea de forma torpe), mientras que otros intentarán hacer daño. Sin embargo, la tentación orgullosa y preocupante puede ser tratarlos a todos por igual. En su libro The Heart of the Preacher [El corazón del predicador], Rick Reed enumera cuatro críticas comunes y ofrece maneras apropiadas y constructivas de responder a cada una de ellas.
Los críticos anónimos salen de las sombras. Colocan notas sin firmar en el plato de las ofrendas o envían cartas sin firma ni remitente. (Qué hacer con ellos: “Si alguien no está dispuesto a asumir su crítica, no me siento obligado a darle mucha importancia. De hecho, es mejor que una carta mordaz y sin firma permanezca sin leer. Otra opción es dar la carta a un compañero para que la lea. Esto permite a alguien de confianza filtrar las críticas y extraer los comentarios válidos”).

Los analíticos no se consideran críticos, solo se preocupan por la exactitud. Les encanta señalar las áreas en las que el predicador se equivocó. Se apresuran a decir después del sermón que el predicador se equivocó en el mes de la llegada a la luna en su ilustración inicial. Los analíticos son quisquillosos con los detalles y carecen de tacto con los tiempos. (Qué hacer con ellos: “He comprobado que los analíticos son normalmente inofensivos y realmente quieren ayudar. Lo que dicen suele ser válido; sin embargo, sus comentarios también pueden ser bastante intrascendentes y poco oportunos. Si su aportación no es muy frecuente, la sabiduría pastoral nos lleva a escuchar amablemente lo que tienen que decir, darles las gracias y seguir adelante. Sin embargo, si empiezan a hacer comentarios de forma regular, establece límites corteses pero firmes”).

Los antagonistas quieren ser críticos. Por razones que quizás conozcamos o no, se han vuelto duros y cínicos con nosotros. Ya no nos conceden el beneficio de la duda. Interpretan nuestras palabras de la peor manera posible. Si escuchan atentamente nuestros sermones, es solo para buscar munición con la que replicar. Esta gente puede romper nuestros corazones y hacernos hervir la sangre, al mismo tiempo. (Qué hacer con ellos: “Cuando trates con antagonistas, no intentes hacerlo solo. Alerta a otros líderes de la situación y pide ayuda. Una de las razones por las que Dios diseñó la iglesia de forma que fuera dirigida por un grupo de ancianos fue para protegerse de los ‘lobos feroces’ (Hch 20:28-29). Los ancianos y los compañeros sabios pueden ayudar a determinar la mejor manera de responder a los antagonistas, buscando una solución a la vez que lo protegen”).

Los aliados permanecen de nuestro lado incluso cuando se meten con nosotros. Sus palabras pueden herir, pero nunca pretenden ser hirientes. Proverbios 27:6 habla de los aliados cuando dice: “Fieles son las heridas del amigo; pero engañosos los besos del enemigo”. Si estás casado, tu cónyuge debe ser tu mejor aliado. (Qué hacer con ellos: “Cuando un aliado diga una palabra de corrección, escucha con atención y responde con gratitud. Los pastores sabios identifican a los aliados en la congregación y los invitan a ofrecer comentarios constructivos sobre su predicación y otros aspectos de su ministerio pastoral”).
Debemos recordar siempre la sencilla pero profunda sabiduría de Proverbios: “La suave respuesta aparta el furor, mas la palabra hiriente hace subir la ira” (Pro15:1).
Publicado originalmente en Challies.