“¡Oh no, no puede ser! ¡Tengo arrugas! ¿Cómo pasó? Pero, si apenas tengo … años. ¿Tan pronto?”. Esa fue mi exclamación luego de ver el post que una amiga querida subió a su cuenta de Instagram. Con esa facilidad que ahora tenemos de agrandar lo que vemos, moví mis pequeños dedos para verme y casi no me reconocí. Creo que en mi mente aún me conservaba con el rostro de una veinteañera.
No me había percatado de que el tiempo de las arrugas ha llegado, y con ellas, también los achaques del cuerpo y la necesidad de cuidarme más. Sin embargo, lo primero que pensé fue: “¿Cómo me las cubro?”. Sin embargo, Dios, que es un buen Padre pendiente de todo lo que me acontece y que es intencional en Su obra santificadora en mí, trajo a mis manos un pequeño libro que se llama: Envejecer con gracia, escrito por Tim Challies. Por ser un libro pequeño, lo terminé de leer el mismo día solo para terminar confrontada, pero también, tan agradecida que dije: “¡Bienvenidas sean las arrugas!”.
Un cuerpo que envejece, un espíritu que se vivifica
“Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Co 4:16). No es secreto que nuestros cuerpos se están deteriorando. Aunque seas la atleta más disciplinada o una nutricionista experta, no puedes evitar ver las huellas de los años en tu cuerpo. Es parte de ser criatura y también consecuencia de la entrada del pecado.
En este pasaje, Pablo está alentando a los corintios a vivir el evangelio en una cultura que los había arrastrado al orgullo, a la lujuria y a la permisividad del pecado. Años después, debían prepararse para las leves tribulaciones que son parte de vivir en este mundo, pero que también nos forman a la semejanza de Cristo (2Co 4:17; 3:18). Pablo los consuela diciendo que en medio de toda aflicción, vean hacia arriba y enfoquen su mirada en quien ha de venir a hacer todas las cosas nuevas, incluyendo a nuestros cuerpos. (2Co 4:18).
En su libro, Challies escribe: “Tenemos que aceptar las alegrías y las responsabilidades que conlleva el envejecimiento. Pero solo podemos hacerlo si primero conocemos a Cristo”. Nuestro espíritu se vivifica cada vez que morimos a nosotras para que Cristo crezca. Este ejercicio espiritual nos provee nuevos lentes para incluso dar gracias por las canas, las arrugas, el cansancio típico del envejecimiento e incluso la debilidad de ojos. Cuando el espíritu se vivifica, hay gozo, paz y empiezas a descubrir que cada arruga es representativa de los años caminados que te han ganado algún peso de sabiduría para compartir.
El rastro del dolor y la sabiduría
Casi siempre, la sabiduría se forja tanto en el dolor como en las experiencias que nos humillan. Solo así comprobamos si la información que adquirimos con el paso del tiempo echó raíces en nuestro corazón. En su queja contra Dios, Job dice:
Y me has llenado de arrugas
Que en testigo se han convertido;
Mi flacura se levanta contra mí,
Testifica en mi cara (Job 16:8).
No cabe duda de que el dolor va dejando su marca. Noches de desvelos sin poder dormir, noches de cuidado a un esposo, un hijo o un padre enfermo, noches de trabajo, y una vida que no te permitió descansar tanto como hubieras querido.
Nada, absolutamente nada es en vano. Esas arrugas no son consecuencias malas, son exclamaciones de que tu cuerpo está envejeciendo. Si estamos en Cristo, esos lentes del evangelio nos permiten regocijarnos en todo tiempo, el sabio Salomón dijo:
Ciertamente, si un hombre vive muchos años,
Que en todos ellos se regocije,
Pero recuerde que los días de tinieblas serán muchos.
Todo lo por venir es vanidad (Ec 11:8).
Aunque el dolor esté presente, con el paso del tiempo comprendemos que todo es vanidad, que la sabiduría que compartes con otras, incluso de cuánto no te pudiste cuidar, es más valiosa que cualquier cosa material. Al final, nuestros cuerpos a polvo volverán, y qué gozo será no tener dolor, arrugas ni cansancio porque sembrados en la casa del Señor estaremos vigorosas como árboles plantados en las corrientes de agua de la salvación de Cristo. ¡Eso es sabiduría que compartes y que es de dicha tener! Nuestras arrugas nos anuncian que estamos cerca de ver a nuestro Señor y Salvador.
Un cuerpo sin mancha y sin arruga
De hecho, no buscamos borrar nuestras arrugas porque son un recordatorio que nuestra mayor porción es Jesús, quien nos amó primero y nos amará por siempre. Él no nos escogió porque éramos hermosas, Él nos hace hermosas al escogernos y formarnos a Su imagen. Sin embargo, hay arrugas que sí debemos borrar, aquellas que estrujan nuestro corazón latiendo hacia el lado contrario de nuestro Señor.
Por eso, el Espíritu Santo está obrando en nosotras para llevarnos a Cristo en todo momento. Fíjate como Él nos presentará ante el Padre: “A fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Ef 5:27). ¡¿No es maravilloso?! Él borrará nuestras arrugas para siempre, pero aquellas que sí nos queremos quitar: el pecado de la queja, del descontento, de la comparación, de la envidia y de la murmuración que experimentamos por vernos a través de los lentes de este mundo. Como todo en el evangelio, lo de adentro es más importante que lo de afuera, nuestra alegría interna hermosea nuestro rostro, aún con arrugas.
Deja un legado con tus arrugas
Ahora bien, quisiera que terminaras de leer este artículo diciendo: “¡Bienvenidas las arrugas!”. Porque tu identidad no depende de cómo te ves por fuera, sino de cómo estás por dentro, es decir, tu corazón. Dios ha formado una familia de la fe de la cual somos parte, quiere decir que tienes abuelas y tías, madres y primas de mayor edad a las que puedes acudir por consejos. ¿Cómo estás invirtiendo en las jóvenes? ¿Qué te escuchan decir sobre la vejez y tus arrugas?
El legado de la fe no pasa de moda. Nuestra juventud aún debe escuchar de nosotras el honor de las canas (Pro 20:29) y la sabiduría que viene con ellas para ejemplificarles una vida piadosa. Contrario a lo que el mundo llama éxito y empoderamiento, una mujer piadosa y temerosa de Dios es valiosa a Sus ojos:
Engañosa es la gracia y vana la belleza,
Pero la mujer que teme al Señor, esa será alabada (Pro 31:30).
Enseña a las jóvenes a cultivar un corazón agradecido con todo lo que Él ha dispuesto para su camino. Acércalas a la Palabra en cada momento cotidiano que tengas con ellas, recuérdales su valor e identidad en Cristo; enséñales que al final, todo es vanidad. Lo que ven en las redes sociales no se debe imitar porque solo es apariencia. Concluyamos diciendo que las arrugas son naturales y en Cristo son bellas.
Sin embargo, te quiero dejar estas preguntas: ¿Qué estás haciendo con tus arrugas? ¿Cuánto inviertes más en tu espíritu para temer a Dios y vivir con gozo para Él? ¿Tus quejas son pura vanidad? ¿Gastas tu dinero más en tu apariencia o en ayudar y servir a otras? Adoremos al Señor con nuestro cuerpo esperanzadas en que recibiremos uno glorificado para continuar adorando a nuestro Santo Dios. Así que, digamos juntas: “¡Bienvenidas las arrugas porque con ellas glorificaré a mi Señor!”.